Kolkata: la segunda oportunidad

Exactamente, la segunda oportunidad, como en aquel mítico programa de Paco Costas, que espero que alguno de los lectores todavía recuerde (me siento un poco viejo al mencionarlo, pero cada uno tiene las referencias propias de su edad). Programa en el que, por cierto, siempre me pregunté qué coño hacía aquel peñasco en medio de la carretera, qué cabeza, a quién se le habría ocurrido ponerlo ahí. Ayer le di una segunda oportunidad a Kolkata, tras mi fantasmal experiencia de los primeros días. Y esto fue lo que sucedió.

¡Ah!, pero antes una aclaración sobre el post anterior, dedicada a las mentes malpensadas o fácilmente impresionables. Mientras que los relatos 1, 3 y 4 son rigurosamente ciertos (aunque convenientemente novelados), cualquier parecido con la realidad del segundo es mera coincidencia :) Pobre Sunita, si se enterara de que la entremezclo en relatos eróticos, jejeje. Aunque qué iba a hacer, tenía un personaje en busca de autor y Sunita es la única de por aquí que no es monja ni menor de edad ;)

Lara, la brasileña que estuvo por aquí al principio, me había invitado a pasar el día con ella en Kolkata, y como de vez en cuando apetece escaparse del colegio, me cogí el tren nocturno desde Purulia. Por cierto, hasta Purulia fui también en tren desde Kotsila, la estación más cercana, y en ese trayecto tuve un primer momento de pánico. Y es que, cuando ya llevaba como 50 minutos en el tren, me dio por pensar que me había pasado la estación. Comparaba mentalmente con lo que se tarda en el mismo trayecto en coche, parece que el tren va más rápido, ¡me he pasado seguro! Y aunque preguntaba a los demás pasajeros, ¿Purulia?, acompañado de un movimiento de manos que pretendía representar si ya había sido o estaba por llegar (el inglés, para qué intentarlo), solo obtenía misteriosos movimientos de cabeza que sigo sin saber si significan sí, no, no sé de qué me hablas o déjame en paz que eres un tío raro. Ya me he dado cuenta, además, que aquí te contestan que yes a todo, aunque les preguntes su nombre, la fecha de nacimiento de Mahatma Gandhi o la distancia del Sol al astro más cercano, que me dan ganas de decir muchas veces “pero yes, ¿qué?”, añadiendo mentalmente un “cojones”. Estábamos en mitad de la noche, parábamos únicamente en pequeñas estaciones fantasma, apenas el edificio y un par de casas sin luces, ¿y si tengo que bajarme en una de éstas, qué hago?, ¿taxis, hoteles?, ¡ja! Afortunadamente, fue una falsa alarma, y tras un tiempo desproporcionadamente largo (para la distancia que hay), llegamos por fin a la estación de Purulia y pude montarme en el tren 315. Lo de viajar en tren aquí tiene su dificultad, cada tren lleva un nombre especial, además de un número, pero no hay manera de conocer su itinerario, o quizás esté escrito en algún sitio, pero desde luego será en caracteres bengalíes. Para este viaje nocturno había optado por agenciarme la clase superior, que eran muchas horas para estar compartiendo banco con 8 o 10, así que iba en un compartimento con literas (tres por pared) y aire acondicionado. Junto a mí se juntó una fauna de lo más variado. Estaba, por ejemplo, todo un clásico en estos viajes: el cretino. Un tipo que hablaba continuamente con los otros pasajeros, interviniendo en cuanto tema se sacara a la palestra, de política, de negocios, de lo que fuera, algo entendía porque de vez en cuando intercalaba frases enteras en inglés, sin saber muy bien por qué. Por otro lado, había dos hermanos, con pinta de prósperos comerciantes, entre los que supe distinguir claramente al tonto y al listo, no me pregunten por qué, era evidente. Luego había un hombre mayor que dormía, pero que repentinamente daba un respingo e intervenía en la conversación cuando le parecía conveniente. En un momento determinado, los hermanos se pusieron allí mismo a cenar, sobre el asiento, montones de platos grasientos, y entonces empezó la sinfonía. Porque estos hermanos, el tonto y el listo hasta ahora, resultaron ser también músicos, finos solistas de una orquesta que me acompañaría el resto de la noche. Empezaron atacando, sección de cuerda, ¡allegro assai!, la apertura “masticaccione”: todo tipo de ruidos al comer, o deglutir más bien. Al finalizar este primer movimiento, los solistas se encargaron de limpiar concienzudamente los instrumentos con sendos mondadientes. Después entró en escena la sección de percusión: tremenda batería de eructos (nota aclaratoria: lo de eructar aquí, como en otros muchos países, no está mal visto; aunque algún día, cuando cenando con las Didis, por otro lado tan polite ellas, alguna se larga, in your face, un eructo que te deja el pelo con mechas… como que cuesta acostumbrarse). ¡Molto vivace!, la percusión eructante. Algún cuesco para celebrar el final del movimiento y, ya por la noche, tumbados en las literas, el brioso movimiento final, furioso, agitato, l’istesso tempo, los ronquidos… no, ¡mugidos!... no, ¡rugidos!, que lograban apagar el ya de por sí extraordinario ruido del tren al circular. Pese a que iba provisto de unos providenciales tapones, no pude evitar asistir a la sinfonía completa, quizás el público llegó a pedir algún bis, pero yo estaba ya a otros asuntos, porque estábamos llegando a Howrah Station.

Mi primera sensación, al bajarme en la estación, fue darme cuenta de la de cosas que he aprendido desde que estoy aquí; aunque sigo sin entender ni la mitad, al menos ya sé distinguir, por ejemplo, qué cosas se pueden comer, con cuáles corres peligro de intoxicación leve, o con cuáles firmas directamente tu sentencia de muerte. Cuáles son las tarifas razonables para un taxi, en qué sitios se regatea y en cuáles no, etc. No crean, parecen baladíes, pero son conocimientos que te pueden evitar la defunción o la ruina. Por cierto, la estación de Howrah es asombrosamente grande y absolutamente caótica, pero me pareció un edificio de ladrillo rojo bellísimo. Aquí tenéis una instantánea desde el puente, apenas había amanecido.

¡Eran las 5 de la mañana! (uy, me sale sin querer la tonadilla de Juan Luis Guerra), ¿qué hacía yo hasta las 9, que era cuando llegaba el vuelo de Lara? Tras meditar unos instantes, decidí a echar a andar, sin rumbo, sin criterio, solo andar. Así que crucé el impresionante puente sobre el río Hooghly y comenzó

Calcuta Wars. Episodio 1. El lado oscuro

Desde la estación de Howrah, una vez que cruzas el puente, hasta llegar al elegante y victoriano centro de la ciudad, uno toma contacto con el lado oscuro de Kolkata. En realidad ya se topa con él en la misma estación, o por el puente, al cruzarse con las gentes que se afanan en empujar los carricoches y bicicletas en los que cargan enormes fardos. O, simplemente, cuando tienes que evitar a las cientos de personas que duermen en las calles. El go to bed es sencillo, como pude comprobar cuando ya caía la noche: uno de los homeless, apenas ataviado con un taparrabos y una camiseta de tirantes, se planta en un sitio, barre un poco un trozo de acera y, sin más, allí se echa a dormir, en cualquier postura, hasta el día siguiente. No solo hombres, también mujeres y niños, abrazados en parejas a veces, solitarios otras, pernoctan en cualquier lugar, sobre los carros o mesas, como se muestra en la foto, las más de las veces en el mismo suelo. A su alrededor, perros y cuervos merodean por la basura. Hay una cierta descoordinación en los horarios: entre las 4 y las 6 hay un gran pico de actividad, los más pobres dedican esas primeras horas a transportar mercancías, supongo que para las tiendas y comercios, paquetes increíblemente grandes que acarrean como pueden, y que van simplemente rotulados con un nombre del destinatario y el de la ciudad. La carga y descarga habitual, pero sin motorización, a pleno músculo. Luego, como entre las 6 y las 9, se produce un receso: las tiendas no han abierto, los transportistas han acabado su tarea y la actividad cesa. Solo algunos mercadillos callejeros están activos. Como el de la foto, en el que el naranja de los collares de flores contrasta y quizás hasta logre embellecer el entorno de chabolas y montones de basura. El bullicio se retoma con la apertura de los comercios, entre las 9 y las 10. Por esos picos y valles paseé yo, alternando barrios hindúes con otros musulmanes (identificables por los turbantes de los hombres y los burkas para las mujeres), aparentemente en buena armonía (la pobreza hermana bastante), y desde luego sin transición entre ellos. Podría ponerme esnob y decir que entre tanta basura y tanta desesperación encontré momentos de hermosura, calidez en las gentes. Y aunque es cierto que de vez en cuando uno se topa con la mirada profunda y misteriosa de alguna niña, la pose sorprendentemente elegante de alguna mujer que se entretiene en la acera preparando un desayuno para sus críos, o la reconfortante pulcritud de los uniformes de los niños camino del colegio, en realidad mentiría. Porque lo que se ve es miseria hasta un punto inimaginable, gente durmiendo en las aceras o lavándose de cualquier manera en las bombas comunales. Éstos, los afortunados, porque en no pocas ocasiones te cruzas con hombres horriblemente tullidos, o con algún joven con las facultades mentales extraviadas que se revuelca en medio de la calle entre horribles aullidos. Si no fuera porque ya uno está ya acostumbrado y prometió actitud entomóloga… Es difícil de expresar con palabras, y apenas guardo fotografías, porque sigue resultándome incómodo invadir de esa forma esa paupérrima privacidad. Son las fotos que no hice. Las guardo mentalmente, instantáneas que iba grabando en mi cerebro, así, clic, con un cierre simultáneo de las pestañas. El paisaje habitual está acompañado en estos días de propaganda electoral, porque en breve son las elecciones generales. No deja de asombrar que haya como 600 millones de personas llamadas a las urnas, ¿se imaginan? Aunque la participación no sea alta, el partido ganador, presumiblemente el Partido del Congreso en esta ocasión (el tradicional de los Gandhi), puede llegar a obtener cientos de millones de votos. En West Bengal gobierna desde hace 30 años el Partido Comunista, uno marxista-leninista, a la antigua usanza, que aparentemente (o al menos, al decir de los críticos) no ha logrado en estos años de gobierno mejorar mucho la situación. Qué sé yo, cómo estaría antes. En todo caso, me hizo gracia la pintada de la foto, adecuada al analfabetismo general de la región. A esas horas, como las 7, Kolkata ya empezaba a castigarme con un calor aplastante, húmedo, sudaba a mares, y sin un mal trago de agua que echarme al gaznate, porque había agotado mis provisiones al salir de la estación y los comercios todavía no estaban abiertos. Ya estaba llegando a la parte “elegante” de la ciudad, y era hora de que se iniciaran los nuevos episodios. Pero como este post está saliendo demasiado largo, cortaré aquí, prometiendo una continuación en breve.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hoy leyendo tu post como de costumbre, me surge una duda. En que posición quedabas tu dentro de esa descripción de un "típico" viaje en tren? Tal vez puedas relacionarte como el periodista avezado de una película que se vi hace unos días que se llevaba a cabo "cerca" de donde te encuentras.
Me resultó curioso el parecido con tu vida actual, salvando unos detalles como que gracias a dios no has ido a un país en guerra civil y por otro lado tus niñas tienen padre y madre...
bueno y jejeje, que no te veo recorriendo "La ruta de la seda" con todas tus niñas..

Pero películas a parte, tu te acuerdas quien era Freud??? creo que las mentes mas malpensadas no te imaginaban con Sunita, al menos en mi caso, pero si es curioso leer entre líneas..jejeje. Ahi me quedo, que no tengo confianza suficiente para psicoanalizar el relato.

Espero que continúes pronto en el post, porque nos has dejado en un barrio bastante complicado y tan vez por esta mente tan occidental que tenemos me preocupa cómo has llegado al encuentro con Lara y qué paso después.

Te faltó poner un TO BE CONTINUED...

Otra pregunta, (me levanté curiosa), hay algún tipo de separación fisica entre las zonas peores de la ciudad y la "zona elegante"? Son barrios marginales los peores o esta situación la encuentras en todas partes?.

Ya paro, ya...jejeje.

Cuidate mucho,

Anónimo dijo...

Sr. Gallardo!

Aclaración sobre su aclaración (porque nos ha llamado malpensados y fácilmente impresionables):
¿Es compatible la vida monacal -como usted mismo señaló en algún post anterior-, con el erotismo de las noches pares, si hubiese sido real? ;-)
Siga cuidándose mucho!
Bss
PD. Por favor, esta vez guarde algún billete de tren!

Anónimo dijo...

me pareció interesantísimo el relato; increíble tu desenvoltura ya, inimaginable la miseria, preciosa la redacción y conmovedor todo. Ya estoy canino/a por recibir la segunda parte. Y con éste post van 26 capítulos. Gracias.

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