Purulia 41

No, no se trata de la temperatura que reina por estas tierras (aunque podría ser), ni una indicación de latitud, ni siquiera un marcador de balonmano (Elgorriaga Bidasoa 37, parece pedir de acompañamiento), sino el lugar y la cifra que ayer fueron protagonistas. El lugar, ya lo conocéis bien; la cifra, mmm, pues lo que afirma mi carnet de identidad, pese a que yo siga manteniendo cierta incredulidad al respecto (¿y cuándo ha ocurrido todo esto, que no me he enterado?). Siento decepcionar a los que, como Didi, aventuraban estimaciones más bondadosas sobre mi edad, es lo que hay. Pero ¡ojo!, no me conservo mal, me han sentado bien las noches de juventud sumergido en alcohol. ¡Ah!, y todo está en su sitio. Aunque, visto el tono de algunos mensajes, debo avisar de que no conviene confundir realidad con ficción, que los músculos de Dada pertenecen a esta última, no vaya a recibir luego reclamaciones, éstas, al maestro armero, jaaaa.

Fue ayer mi cumpleaños, pero no solo el mío. Resulta que el 9 de mayo se celebra también el nacimiento del Baba (su nombre verdadero es impronunciable) fundador de los Ananda Marga. Por cierto que Didi entendió esa coincidencia como un auténtico augurio, same day, same day, se quedaba murmurando, atisbando conexiones cósmicas. Exageración, o quizás no, porque resulta que en ciertos lugares se celebró ayer también el cumpleaños de Buda (quinto día del cuarto mes lunar o algo así en no sé qué calendario), y también el de Tagore, el gran poeta de los bengalíes: tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida, deseosa de sí misma… anda que haberme criado con ese póster en la cabecera de mi cama (alternando con el del Che, ¿o era el Jesucristo de Se Busca?, qué generación la de nuestros padres, gensanta) y no haber captado entonces el vínculo... Pese a que estas efemérides son científicamente discutibles (de manera obvia en el caso de Buda, y con simple revisión de la Wikipedia en el de Tagore), debo reconocer que el asunto me ha hecho pensar. O más bien convencerme, ¡sí!, de que hay algo detrás de todo esto, de que había un mensaje escrito que no acababa de descifrar. Ahora por fin se ha hecho la luz: he de fundar una secta. Secta a la que por ahora, y de manera provisional, me referiré como la de los purulianos (suena a suicidio colectivo, uuuyy). Tengo todavía que acabar de perfilar los detalles del culto, liturgia, rituales… ya os mantendré informados. Lo único que tengo claro es que, como buen gurú de la misma, me reservaré el derecho de yacer cuando me plazca con mis acólitas, si no, pa’qué coño funda uno una secta… ;D

Al tema, que se me va la pinza. Como teníamos las múltiples celebraciones, el día comenzó... de noche, más concretamente a las 3 de la mañana, ay. Pero no por propia voluntad, sino por la atronadora invasión del mantra “Baba nam, kevalam” (en traducción libre, “Dios es único”, “solo hay un nombre para Dios”, o algo así), la especialidad de la casa anandamargante, que desde potentísimo sistema de sonido y altavoces se podía oír en todo el colegio, alrededores y parte del extranjero. No me pregunten de dónde sacaron todos esos millones de watios, que ya quisieran para si los Rolling de gira, pero el caso es que ¡arriba, perezosos, todos en pie!, que empieza el gran día. Preparando la cita, las niñas habían limpiado todo el suelo del colegio con esmero, y desde primera hora andaban por allí también las niñas del orfanato cercano y hasta los peques de la escuela primaria. Una banda de criaturas, vaya, como unas cien. Todas metiditas en la sala grande de meditación, rodeando la floreada estampa del Baba, cantando y rezando. Durante horas, venga Baba nam para arriba, kevalam para abajo (a mí me tiene un poco hasta las pelotas tanto rezo, por las niñas sobre todo, a ver cuándo sacan un rato para jugar, pero ésa es otra historia). Pese a los decibelios desatados, había conseguido adoptar una hábil postura, almohada enroscada en torno a la cabeza, que me aislaba del bullicio y me permitía prolongar mi descanso, hasta que una de las niñas se acercó a llamarme urgentemente, Dada, Dada come, que la Didi me reclamaba para que hiciera el oportuno reportaje grafico del evento, del que podéis disfrutar en las fotos que adjunto (por cierto, no os quejaréis de fotos, en este post). Es difícil recoger en instantáneas la ceremonia, tanta espiritualidad (o quizás solo ritual) se escapa del objetivo de la cámara. El baile, todas con los brazos en alto, como en trance (literal en las Didis, en una foto sale una con los ojos en blanco, pero no la cuelgo porque da mucho miedo, ay, prefiero muerte)… el rezo, arrodilladas, a veces postradas, el ritmo de la procesión en torno al altarcillo. Como no me vi capaz de captar todo esto, me dediqué a jugar con los contrastes de la luz que entraba por las ventanas, y oye, alguna foto chula salió. Por menos de esto he visto yo ganar premios World Press Photo :) La de los pies a contraluz me encanta.

Después de ganarme el sueldo como fotógrafo, decidí que había que cambiar de actividad. Hace un par de días, Didi me dijo que había contratado un par de obreros para completar el reparto de los pedruscos. Resultó que la tal pareja estaba formada por una madre y su hija jovencita, ay, al verlas llevando esas moles… ya sé que aquí es lo que se estila, pero qué quieren, me daba grima, así que me puse a echarles una mano. Casi me dio una lipotimia, entre el calorazo y el fondo musical del Baba nam, kevalam, que no remitía, pero algo avanzamos. Para entonces ya era la hora de comer, y nos pusimos todos a la tarea, sentaditos en el porche. De las comidas no os he hablado mucho, que eso es terreno sunitero, y su post sigue esperando en el limbo. Pero adelanto aquí, para que las fotografías se entiendan, que se come sentados en el suelo y con los dedos (de la mano derecha, claro). En realidad a los voluntarios nos hacen comida especial (menos picante) y nos surten de cuchara, pero yo, desde el primer día, ¡go hindi!, me apunté (con regocijo) a la costumbre local; al principio no me manejaba bien, pero ahora ya soy un artista de chuparse los dedos (sic). La otra foto muestra algunas de las niñas del orfanato, que solo vienen al colegio para las clases y en ocasiones especiales como esta. Me pareció que iban elegantísimas, con sus vestidos marrones de gala. La comida era de lujo, para los estándares habituales, y aparte de la abundante ración de arroz, teníamos acompañamiento de patatas, vegetales varios, algunas cositas dulces (mango, creí reconocer) y hasta un Chupa-Chups para cada una que había comprado en Purulia. Todo ello, regado con… ¡Mirinda! Sí, señores, han leído bien: Mirinda, la de la cara sonriente, la incomparable, única… y yo creía que desparecida, pero no. Por aquí todavía se lleva, con notable éxito además. A ver si un día me encuentro ya a Naranjito por la calle y completo este viaje en el tiempo.

Tras la comida hubo estampida de niñas, y fue momento oportuno para planchar la oreja, que ya llevaba más de 10 horas en pie. Y tras la siesta, los preparativos para la celebración de mi cumple. Empecemos ya diciendo que la celebración fue un poco desastrosa: no me dejaron organizar casi nada y las nenas estaban fundidas de tanto Baba nam, kevalam, se soltaban unos bostezos las pobres que para qué. Ademas, tuve que luchar una vez mas con sus afanes almacenadores: que si había comprado 6 mirindas, pues solo sacamos 4; que si disponíamos de 5 bolsas de frutos secos, ¡que solo salgan 3! Ay, me pone negro, venga a perseguirlas, a las Didis. Como Rupa cumplía años el día 10, encargué también una tarta para ella, y mi plan es que lo celebráramos juntos. En las fotos nos véis, justo antes de apagar las velas, ensayando; en la otra, ya cortando -cual novios- las tartas. Por cierto, que una tarta era en inglés, y la otra en bengalí. ¡Ah!, es que no os conté que tengo un nombre bengalí, Didi me bautizó uno de los primeros días. No suena muy bien en castellano, es algo así como Propulo; la cosa gana enteros cuando se sabe que quiere decir “siempre feliz”, que por otra parte se me antoja una acertada descripción de cómo me siento. En realidad, Rupa me hizo la 3-14, porque tras pensárselo un rato decidió que, uno, se prestaba a compartir conmigo la ceremonia de mis tartas, pero dos, no te hagas líos, mi cumple lo celebro mañana yo solita, con tarta y protagonismo propios. Arranque de ligero egoísmo que, tras ver la cara de felicidad que tenía hoy repartiendo su tarta entre las compañeras, he decidido pasar por alto. Pero como había calculado para tres tartas, y me quedé solo con dos, el reparto resulto algo más complicado. En la última foto aparecen algunas de las nenas, en el momento de cantarme el happy birthday. También incluyeron una versión bengalí que me pareció especialmente hermosa (o es que estaba sentimental, perdóneseme la debilidad). Si os fijáis, veréis que van con las caritas pintadas, se habían maquillado para la ocasión, que se completó con el habitual programa de bailes y cánticos, que no por vistos me parecieron menos lindos.

Ya eran las tantas cuando cerramos el día y, como correspondía, me subí al tejado a dormir. En realidad, a esperar que llegaran mensajes y llamadas desde España. Me sonaron bien, allí, a la luz de la luna llena. Algunos, especialmente bien.

Las noches de K.

Dada

K. apareció sin anunciarse. Desde que llegó he dejado de visitar a S. en las noches primas. Y me dedico a explorar cada centímetro de su piel buscando alguna pista, o alguna herida. Pero es asombrosamente perfecta... y dulce: toda de chocolate. No me canso de acariciar sus pechos, leyendo con mis yemas el braille de sus areolas. Con la lengua, investigo si hay algún resto de la pócima del amor que me ha dado.

S.

Ya está otra vez con ella. La odio. No puedo soportar que la toque. Esas manos, tan blancas, me pertenecen. Tendrían que estar sobre mis pechos (ay, Baba, haz que me crezcan más, por favor), no en los suyos. Voy a cerrar los ojos, intentaré dormirme. En mis sueños, al menos, nadie podrá quitármelo.

K.

La primera vez que vi a Dada, durmiendo desnudo en el tejado, sentí cómo un temblor se enroscaba en mi vientre. Y me volví loca, que Baba me perdone. Me escapé de la habitación, subí al tejado y me senté entre sus piernas. Luego comencé a pasar mi lengua sobre su piel, muy despacio, desde el ombligo. (Algunos músculos del cuerpo de Dada despiertan antes que otros. Son los que más me gusta acariciar). Después, nos fundimos, como las piezas de un puzzle.

Las noches en que se sube al tejado lo visito. Pero me sabe a poco. Creo que reclamaré también las noches pares.

Un minuto mágico

Enfrentado, como estoy yo, a mi cercano cumpleaños, y con una pila de años pendiendo sobre mi cabeza, observo que la Naturaleza, las circunstancias o el contexto, no dejan de ponerme a prueba. Que se lo digan, por ejemplo a mis rodillas, en esas posturas acrobáticas a las que me someto en los asuntos escatológicos. Pero en ocasiones es el fútbol el que pone en jaque mi salud. Como ocurrió ayer, sin ir más lejos. En ese minuto mágico, el 93, cuando a Iniestita le dio por liarla parda en Stanford Bridge. Por cierto, me pinché a youtube esta mañana y, ¡vaya chirlo! El parte médico recoge las siguientes incidencias: tres ataques al corazón simultáneos, unos minutos de falta de riego sanguíneo al cerebro, pérdida de sensibilidad en la mano derecha (del puñetazo que di sobre la mesa), y creo que hasta un súbito ataque de caspa. El grito (¡¡¡toma!!!) que pegué, a las 2 y pico de la mañana, noche cerrada, silencio absoluto, ventana abierta de par en par, lo debieron de oír hasta en Purulia. Afortunadamente, del ataque al corazón me recuperé gracias a la rápida y decidida intervención de una caravana de estrellas del porno, que casualmente pasaban por el lugar camino de un festival de cine erótico por la zona, las cuales, vestidas con minúsculos trajecitos de cowboy, y como buenas samaritanas, se prestaron a dedicarme pasionales boca a boca y masajes diversos (hasta alguno cardiaco me dieron, pero eso ya fue muy al final), consiguiendo así una milagrosa curación, ríete tú de las de Lourdes. Solo espero que de todo esto no me queden secuelas (ni de los ataques al corazón ni de mi sesión con las pornstars).

Luego aparecieron diez guerreras ninja, embutidas en ajustados sarees amarillos, que con una lluvia de shurikens acribillaron a las Kennys, causando gran mortandad. Después de recoger sus trajes naranjas como botín de guerra, y tras reducir a cenizas la sala de meditación, una de ellas me dedicó una sensual danza del vientre, ante lo que tuve que jurarle amor eterno, abandonarlo todo y seguirla, para siempre, como un perro fiel.

Pues parece que sí hay secuelas, ¡vaya!

Qué les voy a decir, que me alegro por una parte de que estemos en la final, aunque no llena del todo mis aspiraciones estéticas el que haya sido de forma tan accidentada. Por lo que cuentan las crónicas (por cierto, patético el As llevando a portada los supuestos penalties no pitados, ¿no?, aunque seguro que los hubo, éstos se las daban de patriotas; curioso, lo que hay que hacer para aliviar las almas madridistas), parece ser que nos arrollaron, músculo en acción contra bailarines de claqué, pero en fin, una cuota de suerte nunca viene mal. Casi nadie, salvo unos tipos alemanes que me encontré una vez en no sé qué lugar, recuerda el gol de Baquero in extremis al Kaiserlauten, el que nos permitió ganar la primera Copa de Europa (ay, Koeman). Los teutones (ellos, bastante teutonas por cierto, ellas) se cagaban en la madre del enano cabezón que de salto inverosímil les birló el pase a la final en el ultimo instante. Se ve que en el Barça la gloria pertenece a los pequeños. Aunque no albergo muchas esperanzas de cara al partido contra el Manchester, con tantas bajas que tendremos… se podría aplicar lo de mucha vaca para tan poco novillero. Pero ya se verá.

Ya que estoy taurino, cambio de tercio. Entre el variopinto rosario de actividades que hago aquí, hay una que me tiene ocupado en los últimos días, y que también está amenazando seriamente mi salud. Aprovechando que los estanques de la zona se han secado, a Didi se le ocurrió pedir a unos tipos que recogieran el barro del fondo y que lo transportaran hasta aquí, con objeto de usarlo de tierra abonada para cuando lleguen las lluvias (la sabiduría local para afrontar y hasta aprovechar los desaires de la Naturaleza me tiene asombrado). Así que desde hace unos días, un tractor está depositando en diversas zonas del colegio varias toneladas de ese fértil fondo, pero no se vaya a creer el lector, no es barrillo ligero, sino pedrolos del 14. Una pareja, los podéis ver en la foto, los va lanzando de cualquier manera, que ya los colocaremos nosotros. En realidad, aunque la foto dé a entender lo contrario, la que se da todo el curro es la señora, el otro actúa más de ingeniero, ya saben, un poco más para aquí, no, menos, vale, ahí está bien. Ya sabéis de los repartos del trabajo por estas tierras. Por cierto, que cada remesa, es decir, el trabajo de extraer un remolque entero del fondo del estanque, traerlo aquí y depositarlo, se cotiza a 200 rupias, que vienen a ser como 3 euros. Para que os hagáis una idea de a cuánto está el jornal. Pero una vez aquí, nos toca repartirlo, para conseguir un fondo uniforme. Así que un día nos pusimos a la tarea, las Didis de generales, yo de cabo chusquero, las nenas de soldados rasos. Me costó convencerlas de que era más eficiente formar cadenas humanas, en lugar de que cada niña cogiera uno de los pedruscos y lo llevara, apurada, hasta el otro extremo (es que ya sabéis que aquí es muy difícil cambiar cualquier habito; por cierto, ¿os conté que estoy perdiendo la batalla de las pinzas?, ay). Pero al final impuse mi criterio, y en las fotos nos podéis ver en acción, apenas comenzado el trabajo en la primera, al día siguiente, ya con terreno conquistado, en las otras. La mayor parte de las nenas apenas puede con las piedras, pero no creáis que se escaquea ninguna, hasta las más canijas lo intentan, en realidad les encanta llevarlas hasta mí, para que yo haga el lanzamiento final. Yo, por aquello de Super-Dada, tengo que aparentar que cogerlas y lanzarlas no me supone esfuerzo alguno, que no se diga. Pero en una de éstas, sobre todo cuando me la pasa una de las peques, que tengo que recogerla muy abajo, me da un aire en los riñones y ahí me quedo, ya lo veréis. Aunque hacemos esto cuando ya cae la tarde, el calor es agobiante, y acabo la sesión sudando como un pollo, sin posibilidad de quitarme la camiseta además, recato obliga… modelo Camacho, ya sabéis, menos mal que voy de oscuro.

Ya estamos en el tercer día de la era Después de la Marcha de Sunita, y aunque me siguen cebando bien, como que no es lo mismo. Menos mal que mañana vuelve, también Didi Vratiisha, que según me cuenta no está luciéndose en sus exámenes homeopáticos. Con ellas afrontaremos el gran fin de semana, en el que tendremos mi fiesta de cumpleaños y también, ya el domingo, la boda tribal de Sibani, de la que sospecho saldrá el post más jugoso (y quizás escalofriante) visto hasta ahora. Mañana, cuando vaya a recoger a mis protectoras a Purulia, recogeré también las tartas que he encargado, atención, tartas vegetarianas, es decir, hechas sin huevo. Me aseguran que saben igual que las otras, a chocolate y a piña, que son los sabores que elegí, pero no me fío mucho. También terminaremos de alquilar el autobús con el que nos iremos a la playa, el fin de semana siguiente. Evito cualquier descripción del susodicho artefacto con ruedas, porque sería desvelar episodios cómicos que vendrán más adelante.

Así que, salvo uno que os dejaré de tapadillo mañana (y que, jejeje, dará juego), quizás no vuelva a haber posts hasta el lunes que viene, que los fines de semana, ya lo dijo Baba, están para descansar y vivir emociones fuertes. Aplicaos el cuento.

La tormenta perfecta

El domingo pasado tuvimos tormenta, quizás no perfecta, pero desde luego apabullante y con un toque hasta fantasmal. De repente, como a media tarde, los cirros, cúmulos y estratos de la canción se fueron apelmazando, acumulándose, a borbotones, el cielo se oscureció, y pareció que iba a caer sobre nuestras cabezas. No he vivido nunca un huracán o un ciclón, pero esto debía de estar a medio camino: el viento meneaba los árboles con furia, los relámpagos iluminaban el cielo, los truenos en verdad asustaban. Nos sentamos en el porche, a disfrutar del panorama, de la media luz del ambiente, de la Naturaleza desatada. Yo, de lo más contento, con una sonrisa. Os juro que si se hubiera puesto a llover con fuerza habría salido al campo a escenificar el Cantando bajo la lluvia a la hindú, que para eso ya me he aprendido algunos movimientos. Pero el debut del Gene Kelly local deberá esperar otra ocasión. Porque al final llovió, aunque no mucho. Lo suficiente como para remojar los campos, no lo bastante como para aliviar las escaseces de agua que tenemos. Pero qué gusto poder dormir por fin un día con fresquito. Advierto, de todas formas, de que la tregua solo ha durado un par de días, y que ya hemos vuelto a las temperaturas de horno, aunque parece que la furibunda ola de calor ya ha remitido, ahora no pasaremos de los 40. No sé si las fotos que acompaño os permitirán haceros una idea del tormentón. Por cierto, en una de ellas, la del árbol agitado por el viento, se entrevé la casita donde duermo, y el ya mítico tejado que me acoge en mis noches calientes (de temperatura, digo). Por cierto, se trata de un tejado recto, más azotea que otra cosa, alguno quizás pensaba que dormía en frágil equilibrio por la pendiente.

Pero tras la tempestad, ya se sabe, viene la proverbial calma, y justo en calma estábamos cuando por la puerta apareció una legión de Dadas, de los de verdad, los novios de las Kennys, con sus uniformes naranjas y sus turbantes blancos. Éstos también suelen moverse en moto por los alrededores, pero no en la cutre-Vespa de Didi, sino en unas Yamahitas de unos cuantos centímetros cúbicos que no tienen mala pinta. Como se las dejen un día olvidadas cerca me doy un voltio y me pongo a hacer tumbadas por estos caminos (la leche que me espera es fina). La pinta de las motos es apañada, la que os podréis imaginar que es de risa es la de estos naranjitos a sus mandos. Sobre todo el trío (sí, tres, uno, dos y tres) que vi hace poco surcar los caminos, agarraditos, como en la canción de Maria Dolores Pradera. Definitivamente, tengo que dedicar un post (convenientemente ilustrado con fotografías) a los medios de transporte de aquí, bicis, motos, coches… ¡y hasta elefantes! (sin coña). A lo que iba, los Dadas venían a hacer una especie de jornadas espirituales, vamos, a darles una chapa soberana a las pobres niñas. Aunque Didi me tiene aquí acogido en la gloria, de vez en cuando no puede evitar la preocupación por el qué dirán, y cuando vienen los Dadas me pide que me limite a un discreto segundo plano, es decir, que me recluya en mi habitación, tampoco es cosa de exhibirse. Los Dadas, no sé si alguna vez lo comenté ya, llevan unas barbuzas que echan para atrás, que les hacen parecer de 500 años en adelante, aunque quizás alguno sea más joven que yo. Por cierto, tuve hace unos días mi primera sesión de meditación con uno de ellos, pero, aayyyy, no puedo contaros detalles, porque el ritual comenzó con juramento solemne de no desvelarlos. Duro castigo para mi espíritu periodístico, os imaginaréis, pero seré fiel a mi promesa, os aguantáis. Como se preveía que aquello iba a durar como dos horas, y dado que estábamos sin luz y hacía fresquito, decidí que lo mejor era darme una vuelta por los alrededores, propuesta que Didi acogió con alivio, lárgate, sí, que los Dadas están mirando de reojillo.

Así que, mochila al hombro, y provisto de cámara de fotos, salí a darme un paseíto, no en dirección a Khatanga (término municipal, o como le llamen aquí, al que pertenecemos, ése queda para el otro lado), sino hacia Damgruttu (que no creo que se escriba así, pero así es como lo oigo). Aunque ya me habían visto alguna vez pasar por allí, mi presencia no dejó de concitar el habitual interés, y los habitantes del poblado salían a las puertas a observar al marciano. Esto, por otra parte, no me suena tan extraño, me imagino que pasaría lo mismo si un forastero paseara por algún pueblecillo de, por ejemplo, mi provincia natal. En fin, podría ponerme fantasioso y contaros que algún humilde aldeano salió de su cabaña de barro para invitarme a entrar en ella, Dada, please, y que acabé la jornada compartiendo una frugal cena a la luz de unas velas, ¡oh, qué bonito!, espíritus nobles en su pobreza que se alegran de compartir hasta lo que no tienen. Pero no, en realidad, mas allá de que me miraban con mucha atención, y de que algunos niños, entre risas, me saludaban a la Namaskar, tengo que decir que no me hicieron ni puto caso. La hospitalidad de estas tierras, otro mito que requiere revisión (pero ésa es otra historia, u otro post). Seguí paseando, y a las afueras del poblado (bueno, no hay tales afueras, son casas a lo largo del camino, sin ton ni son) descubrí a la juventud local dedicada a sus distracciones, que como aquí no llegó lo de la juventud baila, pues es la juventud juega. Como la tarde era fresquita, la chavalería (y no tan chavalería) estaba entretenida practicando un juego que tardé un poco descifrar, pero que esencialmente consiste en que los de un equipo se colocan en líneas paralelas y los del otro tratan de filtrarse entre ellas sin que les toquen, que si no quedarían eliminados. Es medio raro, no avanza mucho, porque uno se queda enfrente del del otro equipo y a ver cómo le pasa, amagas que te vas para un lado, frenas y sales por el otro, pero el contrario te marca… no sé si la foto da una idea. El caso es que me entretuve un poco viéndoles, pero acabé aburriéndome y seguí mi camino. Un poco más adelante, por cierto, las nenas del poblado estaban jugando exactamente a lo mismo. Os juro que intenté socializar: sonreía a las chicas que me salían al paso, con lo que conseguía que se taparan la cara y rieran cuchicheando con la de al lado, les hacía gestos y gracietas a los nenes pequeños, saludaba ceremoniosamente a los mayores que me encontraba. Pero salvo quizás con los nenes, no puedo decir que tuviera mucho éxito en mi programa de amistad hispano-india. En fin, será cuestión de insistir. Llegué hasta la vía del tren, que está como a 3 kilómetros del colegio, estaba empezando a oscurecer y me dije que mejor me daba la vuelta. Por el camino aun me dio tiempo a tirar unas cuantas fotos, que entre mi impericia y la poca luz que había no han salido muy brillantes. Pero me gustó el efecto de la bandera (ésta del león es la del CPM) contra el ocaso, o la simpatía de los nenes al posar, casi en la oscuridad. Mi único momento de popularidad aquí es cuando tiro una foto, entonces llegan a patadas los niños y mayores y se abalanzan para ver el resultado en la pantallita de la cámara. Eso les flipa, se tronchan al verse retratados. Pero claro, son tantos los que acuden, que siempre hay problemas de orden público, quita que no veo, anda mueve la cámara para acá, de suerte que alguno me agarra el brazo e incluso coge la cámara para asegurarse un mejor ángulo. Que me entran ganas de decirles como toques la cámara te meto, que me ha costado un pastón, criatura.

De vuelta al colegio, los Dadas ya se habían ido, las nenas estaban recuperándose del dolor de cabeza que la brasa espiritual les había causado, y Sunita me tenía preparada una cacerola inmensa de puris, mi plato favorito. El final del día perfecto.