One thing


“One thing”, así es como suele empezar muchas de sus conversaciones Didi Vratiisha, la protagonista de este post, al tiempo que levanta un dedo, interpelándote. Que viene a ser más o menos como aquella famosa introducción de Chiquito de “te voy a decir una cosita”. Didi Vratiisha es la protagonista en realidad no de este post, sino de casi todo el blog, porque ella es el alma de este colegio, la que lo ha levantado de la nada y la que lo lleva, junto con tantas otras cosas, con mano firme. El personaje fascinante que ha logrado que muchos voluntarios, y yo desde luego, vayan a guardar un recuerdo indeleble de este sitio. Porque ella es quien lo hace realmente especial: niñas con ganas de cariño y sonrisas deliciosas las hay en otros colegios y orfanatos; Didi Vratiisha, como si de una madre se tratara, no hay más que una. De ella he hablado ya en muchas ocasiones en este blog, y su colorido sayo naranja ha aparecido en multitud de poses: montando aguerrida en moto, pastoreando a las nenas, abrazando amorosamente a Irene… Me remito a un post anterior (abril del 2009) para los detalles de su vida, aunque en las próximas líneas añadiré algún episodio extra. Y dejo aquí la imagen de Didi a punto de montarse en su Didi-scooter, con su divertido casco tipo antidisturbios.

Al despedirme hace un rato de ella en Purulia hemos tenido que reprimir nuestras ganas de darnos un buen abrazo, moral obliga, y nos hemos limitado a un ceremonioso pero sentido Namaskar final. Aunque según se alejaba seguía dándome consejos sobre mi salud, indicaciones sobre qué hacer en cuanto llegara a Jaipur y garantías sobre que el par de asuntos que hemos dejado pendientes se resolverían sin dilación. Luego me he venido al ya famoso hotel Akash a pasar la noche en espera del tren matutino para Kolkata. El gerente, ya viejo amigo, me ha ofrecido por sorpresa una cerveza fría, y aquí estoy, apurándola y recordando sabores casi olvidados. Por cierto que he aprovechado para verme el Inter-Barca de ayer. Curiosa experiencia, verlo tras haber leído en detalle las crónicas de los periódicos, pues no me pareció que el Barca jugara tan mal como se decía, si exceptuamos la intolerable actuación de Ibra, que sigue en su empeño por parecer un bulto sospechoso, y las desafortunadas actuaciones de Keita (por irrelevante) y Alves (por errático). Pequeños detalles que cambian el signo de un partido. Tampoco me pareció que el arbitraje del portugués fuera un robo tan descarado, y lo rebajaría simplemente a la categoría de caserillo. Pero la eliminatoria se me antoja remontable, a poco que se recupere la fluidez y la precisión en el juego.

Tiene Didi un inglés trufado de giros deliciosos, del que el “one thing” es solo una muestra. Y qué decir de su pronunciación: en los meses que he convivido con ella no he conseguido que aceptara que people no se pronuncia “piupil”. Pero sus desatinos gramaticales o semánticos me resultan entrañables: mi preferido es cuando dice “I understand” cuando en realidad quiere decir que se ha dado cuenta de algo -I realize- (obsérvese lo cercanos que en castellano están los verbos entender y comprender). Pero descontando esto, las conversaciones con Didi son sorprendentemente interesantes. Es cierto que en algunos asuntos es de lo más naive, como en aquellos relacionados con la Historia, aunque esto es achacable a la falta de referencias. Como el otro día, cuando discutíamos el efecto que a un occidental le produce de primeras el símbolo de los Ananda Marga, esa impactante combinación entre la esvástica y la estrella de David. La esvástica es un símbolo tradicional hindú, que uno encuentra por todas partes aquí, aunque parecer ser que en el original las aspas giran en sentido contrario al del símbolo nazi. Se ve que a Hitler, en su búsqueda de las raíces arias por la India, le hizo tilín el logotipo y se lo apropió. Pues bien, de repente Didi se mostró muy interesada en que le contara detalles sobre el nazismo, pues sabía de algunas de las atrocidades cometidas. Cuando me las fue desgranando, resultaron ser escenas de “La lista de Schindler”, que alguien le había contado y que ella había convertido en fuente histórica fidedigna. En todo caso, me he comprometido a conseguirle la peli, pues una vez deshecho el entuerto se mostró deseosa de verla, argumentando, con excelente criterio, que estas cosas hay que conocerlas, para que no se repitan; su cabeza trabaja deprisa.

Pero para lo que somos (ella mujer, india y monja; yo, hombre, occidental y sin traza alguna de santidad), es increíble la naturalidad con la que trata ciertos temas. Ya he comentado en algún post su propensión a ilustrarme sobre las características de las menstruaciones de las habitantes de la Escuela; creo que tras este mes ya sería capaz de establecer un mapa de periodicidades y dolencias para cada una de ellas, niñas incluidas, pues aquí tienen sus primeras reglas a los 10-11 años. Y, salvo algún sonrojo ocasional, tampoco se priva de hablar de sexo, en particular de ocasionales episodios lésbicos entre las niñas. La homosexualidad no es asunto bien aceptado en el anandamarguismo, pero la versión particular de Didi (algo menos ortodoxa) es mucho más matizada (en esto y en muchas otras cosas). Me contaba un día el caso de dos chicas de Kolkata conocidas suyas, best friends, me decía, que acabaron viviendo juntas (fino eufemismo). Le pregunté que qué le parecía y, tras reflexionar un poco, acabó diciendo algo así como, bueno, si se quieren. Me gusta su flexibilidad.

Didi pertenece a una de las castas superiores, la de los guerreros. ¡Le viene al pelo!, porque Didi es guerrera y luchadora. Me contaba que, desde muy pequeña, cualquier episodio de discriminación de la mujer que presenciaba en casa le parecía intolerable, y que se juraba que ella no aceptaría nada de eso al ser mayor. Supongo que entonces no sospechaba el camino elegido para evitarlo. Pero en ocasiones, cuando me cuenta historias sobre mujeres o sobre sufrimientos menstruales, se queja, con cierto tono de abatimiento, de que Dios no ha sido muy equitativo en el reparto. Pablo, you know, life of women here is very, very hard. Qué le puedo decir.

La famosa historia de la serpiente viene a cuento aquí. Ocurrió hace años, cuando la escuela era apenas una pequeña casita con un par de habitaciones, y Didi convivía con su amiga del alma (la didi que vino a despedir a Irene al aeropuerto) y unas cuantas niñas. Una noche estaban durmiendo cuando una serpiente (de tamaño variable de narración en narración) se deslizó en la habitación y empezó a reptar por encima del cuerpo de Didi. Ella mantuvo la calma, fingió seguir dormida, y cuando el reptil se colocó en su cuello, dio un Didi-salto (tipo Matrix) y se la quitó de encima. Entonces la serpiente buscó otra víctima y atacó a Didi Novina, que se ve que no puedo mantener la misma calma, mordiéndole en un brazo, antes de que Didi consiguiera matarla a garrotazos. Novina empezaba a sentir los síntomas del envenenamiento, y tras practicarle los primeros auxilios (en plan McGyver, mordiendo la herida para escupir el veneno y aplicándole el consabido torniquete), la montó en un coche y se encaminó al hospital de Bokaro. Al llegar allí, ya por la mañana, el médico de turno en urgencias le exigió que pagara el tratamiento antes de ingresarla, pero Didi se había gastado las únicas 500 rupias que tenía en el alquiler del coche, así que rogó al médico que la tratara, que ella se ocuparía de conseguir el dinero durante el día. Pero el médico, en curiosa interpretación del juramento hipocrático, se plantaba en que la pasta o nada, argumentando además que no sabía qué tipo de serpiente era, y que en esas condiciones no procedía ingresarla. Entonces Didi, imagínense la escena, sacó de entre sus ropajes el cuerpo de la serpiente, que allí se había guardado (?), y se la arrojó a la cara, ¿no sabes cómo era la serpiente?, aquí la tienes. El médico se quedó aterrado y tras quitársela de encima como pudo, accedió a tratarla. Didi me confesaba que, a pesar de todo su pacifismo anandamarguista, se habría cargado al médico allí mismo, si hubiera tenido la posibilidad. Y así habría sido, porque Didi sabe disparar un arma. En la India, creo que a los 17 años, toca hacer una especie de mili, mujeres incluidas. Se puede optar entre un servicio social y uno de tipo militar. Como podréis imaginar, ella optó por el segundo, para desespero de su padre, que no lo veía apropiado en una señorita (recuérdese que ella pertenecía a una familia de bien). Y me contaba, con indisimulado orgullo, que en las prácticas de tiro había sido de las mejores. Qué guerrera, mi Didi.

Vive Vratiisha con un temor permanente, el temor a que la organización le pueda quitar en algún momento todo lo que aquí ha construido. En su estructura jerárquica, la organización puede decidir en cualquier momento trasladarla a otro sitio, sin más explicaciones. De hecho, a lo largo de su vida y antes de llegar aquí, ella ha trabajado ya en varios estados distintos de la India. Eso le rompería el corazón, porque siente como propio todo lo construido: su Escuela, sus niñas. Y tiene todo el derecho a sentirlo así. Alimenta también la ilusión de visitar España alguna vez, quiere conocer el mundo del que los voluntarios españoles, Rosa y yo sobre todo, le hemos hablado. Yo le digo que quizás no sería una buena idea, que luego le resultaría muy difícil volver a las condiciones de la India. Ella me da la razón, porque sabe que así les ha ocurrido a otras Didis destinadas en el extranjero, pero luego sonríe pícara y me insiste que, aún con todo, le gustaría venir alguna vez. Quizás ocurra. Sería divertido verla caminar, con su traje naranja, por las calles de Madrid.

La voy a echar de menos.

El estado del arte

Son las 11 de la mañana del domingo. Hoy, por razones desconocidas, me desperté a la 4 de la mañana, incluso antes de que el Baba nam kevalam matutino actuara como despertador. Así que llevo siete horas en danza, que no exactamente despierto, porque en este intervalo me ha dado tiempo a lavar mi ropa, quemar los residuos más allá de la tapia del colegio (fundamentalmente colillas, jejeje, para eliminar los rastros de mi delito), transponerme a eso de las 6, desayunar y responder a unos cuantos mails, para volver a caer sopa hace un par de horas. Aunque estos días hemos tenido buen suministro eléctrico, justo hoy no tenemos luz, así que me he sentado a escribir delante de mi libreta, libreta en la que registro de todo un poco: bocetos de posts, mis listas de la compra y actividades, algunos ejercicios de mates que preparo para las clases y una cierta cantidad de frases en bengalí. Mis progresos con esta lengua son evidentes, para alborozo de las nenas, que al oirme arrancar una conversación en su idioma, se vienen arriba y ya pretenden hablarme todo el rato en él. Cómo les explico que a tanto no llego. Espero que, cuando vuelva, no me suceda como el año pasado, cuando todo ufano me fui a la frutería de debajo de mi casa, regentada por un bangladeshí, y le pedí unos kilos de manzanas en bengalí. El tipo puso cara de alucinado, hizo como que no me entendía (seguro que a propósito, el muy canalla) y al final tuve que pedírselo en castellano. Mi orgullo quedó muy dolorido.

Es un día de aplastante calor, uno más, y el viento infernal no anima a salir de la habitación (y mi L’Óreal Men Expert, a punto de acabarse, ay). Buen momento para pararse a reflexionar sobre el estado del arte: lo que he hecho hasta ahora y lo que me queda. Que son apenas dos telediarios, porque el jueves me marcho ya para Jaipur.

Pretendo, en estos cuatro días, completar un montón de tareas, aunque con los conocidos ritmos locales, no sé cuántas podré llevar a buen puerto. La más importante, la de los paneles solares, no sé si cuajará. Al final ha resultado que la aparente seriedad de los tipos de Kolkata no ha sido tanta, y salvo relampagueante reacción mañana, dudo que lleguen a tiempo. Porque me gustaría estar cuando vinieran a instalarlos, que si no pueden hacer cualquier chapuza. Me daría rabia (id est, me jodería) que este asunto no se completara, con la de esfuerzo que le hemos dedicado; si no llegan a tiempo, le dejaré instrucciones precisas a Didi de lo que deben hacer. Al menos, tenemos por aquí un par de electricistas que están renovando toda la instalación eléctrica, dejándola niquelá, que dirían en mi popular barriada usereña.

Voy también a (re)arrancar lo de los madrinazgos, un programa (financiación de las clases de baile y arte para las niñas que no podían permitírselas) que ha funcionado muy bien, las nenas incluidas en él han progresado una barbaridad, daba gloria verlas bailar el otro día. Tengo la sensación, además, de que para algunas de ellas participar en estas clases les ha permitido integrarse más en el grupo. Dos por uno. La otra pata del programa, la de que las nenas tuvieran en sus madrinas a unas “pen-friends” no ha funcionado tanto, aunque debo señalar que algunas madrinas han cumplido sobradamente con su parte. Quizás tengan alguna sorpresa cuando vuelva. Mandaré en breve un mail a las madrinas del año pasado, por si quieren renovar, aunque se admiten nuevos participantes, porque hay niñas nuevas en el cole a las que esto les vendría muy bien.

Quiero aprovechar lo que queda para reunir registros visuales de algunos de los sitios y actividades que en este blog he intentado, con mayor o menor fortuna, describir con palabras. Me escaparé una tarde de “tour” fotográfico por los poblados, e intentaré grabar en vídeo qué hacen las nenas durante un día completo. Un programa agotador, como veréis. Y luego cerraré mi estancia aquí, con una fiesterilla en la que quizás haya alguna sorpresa, y los últimos preparativos: maleta, últimas compras, algún arreglo financiero con Didi…

Alguien me preguntaba por las diferencias entre esta estancia y la del año pasado. Como la otra vez, he pasado momentos malos (por el calor y las condiciones de vida, sobre todo), y momentos buenos, al volver a tener contacto con las nenas y Didi, por poder añadir a sus (duras) vidas algún ingrediente divertido. Pero tengo que reconocer que esta vez ha sido menos emotivo, aunque solo sea porque casi nada me resulta ya novedoso, salvo la presencia de Irene en las primeras semanas. Esto es casi como un romance: al principio, la excitación de la sorpresa y el descubrimiento; luego se aprende a paladear los momentos buenos y a disfrutar de lo que te gusta. Supongo que, por las mismas razones, la participación en el blog ha sido menor este año: falta la energía de lo nuevo. Aunque también ha podido ser que esta vez no he incluido ni relatos eróticos ni muchas referencias futbolísticas, jajaja, los verdaderos motores de la humanidad. Por cierto, los relatos de mujeres (quizás haya alguno más), como muchos habrán intuido, son ficticios, aunque siempre en ellos hay un trasfondo de realidad (terrorífica, en algún caso).

Oigo unos cánticos por ahí, voy a ver qué hacen.