El viernes, Irene se despidió del colegio de Umanivas. Dos despedidas (ésta y la de Jaipur) en quince días, ambas precipitadas (lo son siempre que uno está a gusto en algún sitio), y por supuesto emocionantes. Aunque creo que, para ella, la de Jaipur lo fue más, por ser la primera y porque en cierto sentido las nenas de Jaipur llegaron más a su corazón. Es aquél un lugar más habitable: estar en la ciudad conlleva ciertas comodidades (agua corriente, electricidad), en comparación con el sobrecogedor aislamiento de Umanivas. Sin embargo, el que todas las nenas sean huérfanas en Jaipur (por desaparición física de los padres o por simple dejación de funciones) nos hace verlas con mayor aire de desvalimiento.

En todo caso, la despedida de Umanivas fue de lo más touching, en los dos sentidos del término: por su ternura, y por lo táctil. Ser hombre en el anandamarguismo tiene sus desventajas: aunque tengo una relación fantástica con las nenas, los contactos físicos están muy limitados, salvo con las más pequeñas. Y no digamos con las Didis. Pero con Irene no ha sido así en ningún momento: siempre que iba por el cole la veía acompañada (rodeada, asaltada) por un montón de nenas, en especial por las de la última promoción que se ha incorporado a la escuela, para las que era la primera voluntaria, lo que disparaba su interés, excitación y deseos de contacto físico (las demás ya tienen cierta veteranía en estas lides). El último día, como era previsible, aquello acabó convirtiéndose en puro tumulto, con algún peligro de avalancha.

Pero antes, la noche del jueves, tuvimos la habitual ceremonia de despedida, en la que las nenas se turnaron para mostrar sus habilidades en el baile y la canción (algún día os contaré cómo han mejorado sus prestaciones las nenas incluidas en el amadrinamiento del año pasado). Aunque la guinda final fue un baile de Irene Didi con Chandana, un pas de deux que quedó de lo más mono (ajá, con que ensayando a mis espaldas, ¿eh?), véase en la foto un momento de la memorable actuación. Quiso la casualidad que el jueves fuera también el cumple de Jui, la nena amadrinada por Irene, así que le habíamos comprado como regalo una muñeca (h

orrorosa, por otra parte, aunque la mejor que encontramos), que Jui recibió entre incrédula y maravillada. Tanto, que tras un momento de duda, decidió lanzarse en los brazos de Irene, ella, que es medio esquiva (y algo majareta, añadiría). Doy fe de que fue difícil desatarlas del abrazo.
El viernes, las nenas se dedicaron a preparar los regalos de despedida, cartas con primorosos dibujos de flores y con mensajes que, aunque redactados en un inglés que ignora (o agrede) algunas de la

s reglas más elementales, sonaban de lo más amorosos. Con el inevitable “come back soon” que, yo lo sé bien, se queda grabado en el corazón. Las fotos que adjunto recogen algunos momentos de la despedida, con las nenas rodeándola para hacerle entrega de sus regalos, reclamando cada una de ellas una lectura individualizada, Irene Didi, don’t forget, Irene Didi, see you again. Cómo las va a olvidar… Luego corriendo para poder asistir a la salida del jeep, y finalmente saludando con sus manitas desde la puerta del colegio.

En el jeep, camino de Purulia, Didi Vratiisha agarró a Irene del brazo y creo que ya no la soltó hasta Kolkata. Así, agarradas del brazo, besándola a cada rato, pasaron las muchas horas del camino, que, como se verá en un momento, fue de lo más accidentado. Compartiendo confidencias al oído, mirándome divertidas, cosas nuestras, parecían decirme. Didi se justificaba con lo de que su cultura no le permite esas licencias conmigo, y se mostraba comprensiva ante mis evidentes celos, al tiempo que establecía la incontestable relación familiar: como yo soy su brother, Irene pasa a ser inmediatamente su sister, así que venga arrumacos.
El plan de viaje era sencillo: teníamos que tomar el tren nocturno a Kolkata, que salía de Purulia a las 8:15. Como yo había sido –merecidamente- despojado de todas mis funciones de organizador, la Didi decidió que tomáramos un tren en Kotshila a las 6, que nos dejaría en la estación media hora más tarde. Pero he observado que este año los ferrocarriles indios han decidido no seguir fieles a la legendaria puntualidad de los análogos británicos (¿más síntomas de descolonización?), y suelen llegar y partir con unos retrasos considerables. En nuestro caso, el tren llegó una hora tarde, lo que sumado a lo pausadamente que recorrió el trayecto, nos hizo perder el tren a Kolkata. Momentos de confusión, qué hacemos ahora, hasta que a Didi se le ocurrió la peregrina idea de volver a montarnos en el tren, que seguía hasta Adra, donde aparentemente el expreso de Kolkata hacía una parada prolongada para esperar pasajeros de otros trenes. El plan sonaba algo descabellado, porque el tren en el que íbamos exhibía obvias dificultades técnicas, pero entre que yo estaba castigado a guardar silencio por mis abundantes errores organizativos del pasado, y que Irene no se atrevió a protestar, decidimos seguir su consejo. Como era previsible, la persecución no resultó exitosa, y dos horas más tarde llegamos a Adra, donde el tren de Kolkata acababa de partir. El desconcierto para entonces se había convertido en cabreo, y por una vez agradecí no haber tenido nada que ver con el plan, porque Irene me miraba con cara de “esta vez te salvas”, aunque sospecho que aún andaba pensando que “seguro que has tenido algo que ver”. Pero, ¿qué hacíamos?: las 11 de la noche, una estación de una ciudad desconocida; el panorama era desalentador.
Así que fuimos a hablar con el manager de la estación, luego con el de la taquilla, luego con… en cada caso apelando a nuestra condición de extranjeros y a que la responsabilidad de nuestra situación era de la propia compañía de ferrocarriles, llegando a asegurar, algo hiperbólicamente, admito, que la propia imagen de la India estaba en juego en aquel envite... hasta que por fin conseguimos que nos embarcaran en el tren de la mañana siguiente, sin (más o menos) costes añadidos. Pero había que esperar hasta las 6 de la mañana, y como al preguntar si había un hotel cercano para pasar la noche nos contestaron que sí, pero que les parecía que el trayecto hasta él no era muy seguro a esas horas (ups), decidimos seguir su recomendación de dormir en la waiting room, pero first class waiting room, oiga, como se encargó de enfatizar el encargado. La no first class consistía en que la gente, a docenas, se distribuía por el suelo de la estación, durmiendo de aquella manera. La sala VIP, al menos, tenía unos ventiladores, estaba limpia y disponía de unas sillas de plástico (la de los gents, la de las ladies era algo más lujosa, con unas tumbonas que para entonces ya estaban ocupadas) para descansar. La opción de dormir en el suelo se impuso por goleada, y así pasamos la noche (total, tampoco se diferencia mucho de las camas de madera de Umanivas). Aunque antes de quedarme sopa tuve tiempo de entablar conversación con un ingeniero químico que viajaba hasta Mumbai, con el que acabé discutiendo sobre un dispositivo de espectrografía con el que él andaba trabajando últimamente. Qué cosas más extrañas pasan por estas tierras. Guardo por ahí su tarjeta, porque aquí, en cuanto te encuentras un tipo educated y trabas conversación, te encasqueta su tarjeta junto con el compromiso de mantener relación epistolar y, quizás, establecer lazos de amistad eterna.

Tras el fin de semana en Kolkata, del que hablaré en un próximo post, Didi nos llamó el domingo para preguntar detalles sobre la salida del vuelo, sin ocultar su deseo de estar presente en la despedida. Y allí se presentó, junto con una Didi amiga suya, su best friend, la única que puede dar fe de si la historia de la serpiente era verídica o no. Hubo muchas risas con el asunto, y raciones extra de Didi-achuchones… hasta que por fin Irene desapareció más allá de los mostradores de embarque, despacio, muy despacio, como queriendo prolongar el momento...