Babanam kevalam.
Sunita es de seda.
Sunita ha sido un personaje central en este tiempo que he estado aquí, ya lo sabéis. Su nombre ha aparecido en varias ocasiones en este blog, y al
ir el record mundial (o al menos el regional, Khatanga village, Purulia District): creo que lo dejé en 34 una noche. Porque Sunita me los cuenta: en silencio, como distraída, sentada frente a mí, desgrana la cuenta mentalmente: uno, cinco, diez… How many, Sunita? Noooo, Dada, no counting. Sonrisa avergonzada. Hey, Sunita, come on, how many? Dada, thirty! Sonrisa desplegada. Orgullo de cocinera. Dada, more? Sonrisa pícara. Sure, Sunita, give me three more!Sunita es elegante. Es guapa. No camina, se desliza por los pasillos. Pero una sombra de tristeza la persigue.
Babanam kevalam.
Sunita es de seda.
Pero hay tristeza en su corazón.
Creo que Sunita tiene como 35 años. Y por lo que me han contado, una vida dura a sus espaldas. Lo que sé de ella me lo ha contado Didi, porque Sunita no sabe mucho inglés. Nos manejamos con un vocabulario básico, muchas sonrisas, abundantes gestos, varios sobreeentendidos y unas pocas complicidades. Su desgracia empezó a los 15 años, cuando la casaron con un hombre de casi treinta. En fin, nada extraño en aquellos tiempos. Unos años después, al tipo le dio por encapricharse con otra, creo que Sunita los llegó a pillar juntos un día que volvía a casa. Ella, claro, exigió que la echara de allí. ¿Saben cómo se resolvió el asunto? Unos días después, el marido intentó matarla en la cocina, lanzándole ácido a la cara. En esta tierra va todo al revés: la traicionada paga el precio de la traición. Pero sobrevivió, o escapó, qué sé yo, sin aparentes heridas. Y pudo divorciarse. En la India el divorcio, aunque es legal, es sinónimo de vergüenza y desgracia. Sobre todo, entre la casta de los brahmines, la superior, a la que Sunita pertenece. Solo en casos flagrantes como éste parece ser –más o menos- aceptable. El resto de la historia es algo confusa, me la contó Didi muy al principio, cuando aún no le había cogido el truquillo a su extraño inglés. Parece ser que Sunita se casó de nuevo, pero su segundo marido se volvió loco al poco tiempo, y por ahí anda, no sé si encerrado o qué. Los renglones de la vida de Sunita se torcieron en un cierto momento. Quizás Baba interceda y consiga algún día que recupere la sonrisa. Yo creo que sería lo justo. Pero por si acaso, lanzo desde aquí mi maldición al canalla que llevó la desgracia a su vida.
Babanam kevalam.
Sunita es de seda.
Pero hay tristeza en su corazón.
Solo a veces sonríe.
Cada mañana, mientras remoloneo en la cama, o desde el tejado, mientras el colegio bulle de actividad, aguzo el oído para intentar captar el espíritu de Sunita. Hay algunos días en que me llega desde la cocina su canto suave y alegre, mientras prepara el desayuno. Entonces me visto rápido, corro a la cocina y desde la ventana la saludo, good morning, Sunita, good morning, Dada. Happy today?, y ella me devuelve una sonrisa por respuesta. No hace falta más. Otros días, sin embargo, por mucho que me esfuerzo, no me llega nada. E
n esos días no vale la pena correr. Luego, ya en el desayuno, la miro, le pregunto, y me dice bad, Dada, headache! Ella lo llama dolor de cabeza, pero yo sé que es tristeza. A pesar de eso, le suministro, a escondidas y con precaución, mis paracetamoles y mis ibuprofenos. A escondidas de Didi, que no es mucho de medicina moderna. Con precaución, porque sé que, pese a que le insisto en que los dosifique, ella se tomará dos o tres a la vez. Quien sabe, quizás sirvan también como analgésicos para el alma.Sunita es dual. A veces es como una niña feliz. Como cuando jugamos al parchís (Ludo, lo llaman aquí), y a sabiendas dejo pasar una oportunidad de comerme una de sus piezas, haciendo como si no me hubiera dado cuenta. Dada, look!, señala la oportunidad perdida, y se ríe feliz, como la niña que quizás no le dio tiempo a ser. Le pido explicaciones, Sunita!, abro los brazos, como diciendo eeh, eso se avisa, y pongo cara de indignado. Aaahh, Dada, no, no, y se ríe más, echando la cabeza para atrás y achinando los ojos. O como hoy mismo, cuando le di mi regalo de despedida. Una armonía, o como se diga en castellano, ese teclado-acordeón que usan aquí para acompañar los cánticos. Fue, por cierto, sabio consejo de Didi, cuando le pregunté que podía regalarle: será para siempre y le podrá servir para dar clases; ¡convencido! Porque Sunita canta muy bien, y quizás con esto pueda ganar algo de dinero enseñando a las niñas. Sus ojos chispeaban acariciando las teclas relucientes.
Pero en otras ocasiones la veo vagar por el colegio, alimentando con desgana a los perros, o frente a los fogones, dejándose llevar por la melancolía. Yo no sé si es feliz aquí.
Si Baba juega realmente a los dados, quizás sea hora de que la suerte le sonría a Sunita. Para que así ella pueda sonreir el resto de su vida. Se lo merecería.
Babanam kevalam.
Sunita es de seda.
Pero hay tristeza en su corazón.
Solo a veces sonríe.
Debería hacerlo siempre.













