La versión de K.

Llegué a Purulia al mando de mi grupo de ninjas, bien entrenadas en el arte de la guerra, expertas en la preparación de venenos y pócimas, y habilidosas en el uso del disfraz.

Habíamos sido contratadas por los Dadas de luengas barbas (luengas: para los de la LOGSE, largas) para borrar de la faz del poblado a un enclenque Dada occidental, del que se rumoreaba que estaba introduciendo peligrosas costumbres en la vida de las nenas del colegio: pinzas de plástico para tender la ropa, extraños juegos de pelota cada tarde… ¡Intolerable!

Vestidas con nuestros sarees amarillos, bien ajustaditos, ocultando los shurikens dorados en las tablillas de la cintura –nuestro código guerrero nos enseña que un aspecto sexy pude ser extraordinariamente útil en la batalla-, nos presentamos a las Didis como voluntarias, además de voluntariosas profesoras de bailes de Bollywood para las nenas. Al entrar al colegio nos encontramos con el Dada occidental -¡vaya!, pues no era tan enclenque como nos habían asegurado-, entretenido en el lanzamiento de pedruscos de barro. Mmm, ¿eso que se intuye por debajo de la camiseta son unos abdominales bien formados?

No cabía duda, se trataba de un elemento perturbador en la pacífica existencia del colegio... había que eliminarlo.

¿Pero cómo? Dada parecía poseer el don de la anticipación, así como un irresistible poder hipnótico, con el que reunía embobadas a las nenas cada tarde leyéndoles relatos fantásticos. Para conseguir dominar su voluntad, sólo me quedaba recurrir a una solución extrema: la pócima de la Ciudad de las Siete Torres de Nácar, cuya fórmula secreta se ha transmitido por vía oral a lo largo de las generaciones de mi familia. No me fue difícil administrársela, pues es incolora e insípida, y bastó diluirla en un batido de yogur y banana que le ofrecí, solícita, al finalizar el partido de la tarde. Pero su efecto fue de lo más sorprendente: Dada trepó medio desnudo al tejado de la casa y allí empezó a recitar extraños mantras en un idioma desconocido, como aquél que sonaba algo así como: ¡Iniesta, olé tus cojones!, al tiempo que se contorsionaba describiendo peculiares figuras en el aire. ¿No me habría pasado con el jengibre?

¡Baba me asista!, los habitantes de los poblados cercanos empezaban a congregarse para asistir al espectáculo, había que terminar inmediatamente con aquello. Así que decidí resolver la cuestión personalmente. Ordené a mis guerreras ninja que prendieran fuego a la sala de meditación, astuto ardid para mantener a las Didis y a los aldeanos ocupados apagando el incendio mientras yo me encaramaba al tejado.

Hummmm, pues sí que eran abdominales lo que ocultaba la camiseta sudada...

Dada se había quedado dormido desnudo en el tejado de la casa. Embobada por su piel blanquísima, me eché a su lado para mirarlo con tranquilidad. Mi mano se acercó y rozó su brazo izquierdo: deslicé los deditos con suavidad, pero no se despertó. Definitivamente, me había pasado con el jengibre. Así que continué: primero, deteniéndome en su costado, luego la cadera, los muslos, las rodillas y gemelos, hasta llegar al tobillo.

No me pasó inadvertido que algo en el cuerpo de Dada se estremeció. Pero todavía no se despertaba del todo. Así que me senté sobre él, a horcajadas, desde donde podía maniobrar con más precisión: saqué mi lengua y comencé a pasarla desde la aorta, que latía fuertemente, hasta la ingle izquierda, que latía a la par. Y por allí me entretuve, un buen rato. Mmm, Dada sabía a batido de mango y yogur. ¿Será esto el dadaísmo?

Entonces sentí su mano en mi hombro; me levantó la cara y me miró a los ojos. Con agilidad gatuna, se incorporó, me atrapó y empezó a intentar quitarme el saree. Pero lo llevaba bien sujeto, y como opuse resistencia, acabamos los dos enroscados en el saree y rodando por el suelo del tejado… los shurikens y sus fundas por los aires…

De alguna manera logramos salir del enredo amarillo en el que nos habíamos convertido y entonces fue Dada quien empezó a chuparme todita entera, y a morderme suavecito... hummm.... lo que tiene que hacer una guerrera ninja para anular la voluntad de su presa... menos mal que mis años de duro entrenamiento me han preparado para estas situaciones... Agggggghhhhhhh... huasaaaaaaaa............ Hasta que por fin caímos agotados, tumbados en un lado del tejado.

Estoy dudando. Por ahora, la pócima mantiene prisionero y a mi merced a Dada. Pero pronto se diluirá su efecto. Una guerrera ninja nunca vuelve sin haber completado con éxito su misión, borrar todo rastro de Dada del poblado... ¡Ya está!, creo que lo raptaré y me lo llevaré a algún recóndito lugar de España, donde cada tarde, con una sensual danza del vientre, renovaré mi control sobre él. Es posible que hasta deje esta dura vida de guerrera. Sí, eso haré, sin más dilación…