Comments on Rupa's post

Tenía el plan de escribir un solo post diario, porque tampoco tengo mucho tiempo, aunque sí muchas cosas que contar :) (ahora ya tengo internet propio, sigue yendo a pedales, pero al menos puedo conectarme desde mi habitación). Pero añado uno al de las canicas para comentar los comentarios (valga la...) que he leído al post sobre Rupa... por cierto, es preciosa, ¿verdad? ;)

Para empezar, me encanta que escribáis comentarios, además juego a adivinar quiénes los escriben, jejeje. Eh, ¡no siempre lo consigo! Aunque entiendo vuestra preocupación, tengo que tranquilizaros. No, no me voy a morir, ni me voy a quedar aquí, ni estoy sufriendo, al revés. Ya sé que como Rupa hay muchas, y muchas más en peores situaciones. Recordad que estoy aquí, las veo en las cunetas de las carreteras, en los porches de sus casuchas.

Pero claro que me voy a implicar, ¡he venido a eso! Que me iba a dejar aquí un cachito de mi corazón ya lo sabía cuando me vine. No me asusta. Tengo entendido que el corazón es como el rabo de las lagartijas, se regenera :)

Quiero aprovechar estos meses para dar un poco de felicidad, en la medida de mis posibilidades, a estas nenas tan increíbles, pero sobre todo, para disfrutar de ellas. Y no pienso cortarme, voy a vivirlo al máximo. Y tampoco voy a cortarme al escribir en el blog lo que voy sintiendo. Si acaso, pido disculpas por adelantado por si a veces se me va la mano con el tono lírico (léase pedante, cursi)... que queréis, I just can’t avoid it, jejeje.

No sé cómo sonarán los posts, pero ni os podéis imaginar con qué intensidad lo estoy viviendo, con qué alegría. Llevo aquí solo una semana y casi parece que fueran meses, de tanto que estoy viviendo y disfrutando. La de cosas que tengo que contaros, están en el horno varios posts que os encantarán. Besos y gracias por estar ahí.

PS: Hosti, ¡el Bayern!, a ver si se lesiona antes Ribery. Por cierto, ¿al Madrid quién le ha tocado? :D

PS2: Alguien me hizo notar que quizás no es conveniente que cuelgue aquí fotos de las niñas. ¿Qué creéis vosotros?

Las canicas y la felicidad

Cuando estaba con los preparativos para venirme para acá, me preguntaba qué cosas podría traerme conmigo, más allá de la electrónica que ya se ha convertido en peaje ineludible (portátil, ipod, cámara de fotos, etc.) y el voluminoso saco de medicinas (que, por lo visto hasta ahora, voy a dejar intacto), que sirvieran de regalo para las niñas.


¿Material escolar, ropa? No lo tenía claro, sobre todo si, como resultaba imprescindible, debía ser ligero, que los de EasyJet no toleran, o más bien cobran caras, las extravagancias en el peso del equipaje. En ésas estaba, dubitativo e inseguro, como buen hombre enfrentándose al desafío de las compras, cuando mi hermana Blanca, bendita sea, me espetó el consabido y generalista anda, quita, que no tenéis ni idea, ya me ocupo yo. Así que se fue a una de las nunca bien ponderadas tiendas de chinos y en un plis-plas se hizo con un abundante cargamento de horquillas para el pelo y muchas, muchas canicas: las transparentes de toda la vida, con su relleno multicolor, pero también unas estupendas canicas opacas, de colores metálicos.


Y así me vine, cargado, además de con ilusiones, con cientos de canicas que acompañaban, con la melodía de sus choques, los movimientos de la mochila.


Hoy, después de la comida, les he dado los regalos a las niñas. He tenido que recurrir a Didi para el reparto, porque, verán ustedes, la cosa tenía su miga: ¿qué le daba a cada una, canicas -y cuántas-, pasadores para el pelo?, ¡son casi cincuenta niñas! Pura gestión de los recursos. Didi, ordenada y equitativa, ha conseguido repartir todo atendiendo a variados criterios: edad, longitud del pelo (las nenas pequeñas llevan el pelo cortito), de forma que todas han quedado satisfechas.


Me va a faltar elocuencia para describir cómo ha ido la cosa. Para transmitiros la cara de felicidad y asombro que mostraban las nenas cuando se descubría cada nueva bolsita de regalos. Para reflejar el tono de sus Dadaaaaa, así, prolongando la a final, thank you que me dedicaban cuando me miraban, atesorando en sus manitas o embolsando en sus vestiditos los regalos que recibían. Para explicaros la velocidad con la que partían en todas las direcciones de la sala, para estrenar con juegos inventados sus nuevas posesiones. Para mostraros el regocijo que sentía al ver cómo las nenas montaban improvisados mercadillos de trueque, venga una azul a cambio de esa verde.


¿Cómo es que nadie se dio cuenta antes?, ¿dinero, coches, casas? Mira que nos complicamos la vida.


Para la felicidad bastan unas canicas.


(Dedicado a mi Blanquita. Te quiero)

Audrey Hepburn en Katanga

Estoy enamorado.

De Audrey Hepburn.

Lo que, dicho así, no parecer revestir mucha originalidad, ¡hay tantos en la misma situación!

Pero mi caso sí que puede resultar peculiar, porque mi Audrey Hepburn particular se llama Rupa y tiene 7 años. El apelativo no es mío, lo inventó Lara, la brasileira, pero yo lo he hecho mío de buen grado. Creo que, mirando las fotos que adjunto, estaréis de acuerdo conmigo.

Ay, qué criatura más linda. Es elegante, coqueta, cariñosísima, me busca a todas horas para que la eleve por los aires (Dada, Dada, please!, me lanza los bracitos), y cuando le pregunto algo y me contesta que sí, sonriendo y con el típico gesto hindú de ladear la cabeza un par de veces hasta casi tocarse el hombro, me derrito completamente.

Ayer fuimos a Bokaro Steel City (ojo al nombrecito) a comprar un ordenador. Fui con Didi, y nos acompañó Rupa, en el papel de carabina. Menudo trío debíamos de componer: una monja de naranja, uno vestido de occidental y una nena con su mejor vestidito, blanco y con florecitas rojas.

No recuerdo un día tan emocionante. En el destartalado jeep que nos llevaba a la estación del tren, sentado delante con ella sobre mis piernas, jugando a trazar las curvas siguiendo su curso con nuestras manos entrelazadas... enseñándole la ceremonia del bongui-bongui, que en su día inventé para mi preciosa Albita (nena mía, cuántos besos te mando) para acompañar el paso de los baches, que aquí son más bien barrancos... compartiendo un helado con ella a media mañana en Bokaro... o disfrutando cuando me miraba, asombrada por todo lo que hacía, por cualquier broma que le dedicaba, con sus enormes ojazos negros...

Rupa tiene 7 años y no tiene mamá. Su padre, qué sé yo, por ahí anda. Didi la acogió en el colegio y la está educando.

Rupa tiene unas pestañas que abanican, unos ojos que hipnotizan y unas manitas para no soltarlas nunca.

Rupa me dice Dada, thank you, y me sonríe, cuando le compro una Coca-Cola.

Y yo me muero.

Ya sé que sería un disparate, que yo estoy de paso, que no sería su mundo, que ella tiene que seguir su camino... pero cuando volvíamos en el tren, y ella se dormía dulcemente en mis brazos, no pude evitar desear que allí mismo aterrizara un avión, uno grande grande, para que pudiéramos echar a correr los dos, para que la preciosa Rupa tuviera la oportunidad que una cosa tan divina, en cualquier mundo decente, merecería.

Puta mierda de mundo.

Dónde estoy

En el culo del mundo. "In the middle of nowhere" could be also fine. En un momento seré más preciso, pero prefiero empezar con esta descripción, algo descarnada, pero realista. Quizás en algún momento pueda ilustrarla con fotografías, por ahora no tengo internet propio y mi ordenador se ha escacharrado.

Estoy cerca del poblado de Katanga (que ni es poblado ni es ná), a unos 50 kilómetros de Purulia, una ciudad de tamaño medio del Estado de West Bengala, que a su vez está a unos 300 kilómetros de Kolkata (Calcuta). Esto es un colegio/residencia/orfanato que atiende a niñas de las aldeas vecinas. No sólo huérfanas, algunas familias envían a sus hijas para que reciban aquí su educacón. Está regentado por unas "monjas" que pertenecen a una extraña religión, de la que hablaré en un momento. La directora del colegio se llama Didi Ananda Vratiisha. Didi significa algo así como hermana mayor, y las niñas se dirigen a mí como Dada, que sería hermano mayor (Dada, good morning; Dada, how are you?). No llego a ser Baba, se ve que me faltan algunos años o quizás escalar en la jerarquía de la religión para ser una especie de Padre. Por cierto, Didi sigue sin creerse que tenga ya mis añitos, insiste en que parezco de 27 o 28, y debo confesar que no hago muchos esfuerzos por rebatirla, sino que me limito a exclamar "oh, thanks, Didi, I love you so much!" :) (pero es que aquí la gente se estopea muy rápidamente).

Cuando llegué no sabía de este toque pseudoreligioso, pero lo cierto es que no resulta desagradable en absoluto. Esta religión, o lo que sea, es una suerte de mix entre cristianismo y hinduísmo, con toques de humanismo y dedicada a ayudar a los pobres, muy en plan misionero. El logo del movimiento es de lo más chocante: una especie de estrella de David en la que se inserta ¡una cruz gamada! Que no deja de dar mal rollo de primeras, pura contradicción. Pero es que la cruz gamada es un símbolo hindú bien antiguo, desde luego previo a su asociación con el nazismo. El fundador debe de ser el tipo, de notable parecido al último Sha de Persia, que he visto en unas fotos que tienen en el altar donde se desarrollan las sesiones de meditación. Creo que ya palmó hace unos años, pero todavía me tengo que enterar de más detalles.

Leo lo escrito hasta aquí y casi entran escalofríos: monjas, monasterios, símbolos esotéricos, altares... Pero en realidad la cosa no es para tanto, tranquilos, no volveré con la alegre tonadilla del hare-hare, hare-krishna, jaaaa. La vida, aunque ajustada a unas normas algo peculiares, es muy tranquila, centrada en la educación de las niñas.

Son peculiares por varias razones. Primero, los horarios. Las niñas empiezan el día a las 5 de la mañana, con una sesión de meditación acompañada de cantos y bailes. Y nos dormimos como a las 8 (anochece pronto aquí, de todas formas, como a las 6). Yo todavía estoy medio groggy del jetlag y el viaje, así que apenas he pegado ojo: me despierto a la 1 de la mañana, estoy en vela toda la noche y cuando parece que pillo el sueñecillo, se ponen mis niñas a cantar y hala, pa'rriba.

La segunda cuestión relevante es que en realidad yo no debería estar aquí. Es un colegio de niñas, y lo habitual es que sean voluntarias femeninas, parejas a lo sumo. Sería largo contar cómo he acabado aquí, pero el caso es que me acompaña la sensación de estar viviendo una experiencia que en ningún caso me corresponde, lo que me produce una mayor emoción. Eso sí, tengo que lidiar con algunas limitaciones: aunque me puedo mover por casi todos los sitios con libertad, y todo va con mucha naturalidad, no puedo, por ejemplo, estar en el corredor donde viven las monjas, en el piso superior. Un día tuvo que venir Didi a mi habitación, para instalar una impresora que hemos comprado, y vino acompañada de una señora, que se puso a coser allí (¿cómo se llamaban las que acompañaban antaño a los novios en sus primeros paseos?, pues algo así). Hasta hoy había otras tres voluntarias, dos señoras británicas absolutamente encantadoras y una brasileira de 23 años, simpática pero algo despistada. Sobre ellas hablaré más adelante. Me han servido de mucha ayuda, porque llevaban unas semanas aquí, pero se hoy se han ido, veremos cómo va la cosa sin ellas.

Lo increíble del asunto es que, en estas circunstancias tan extremas, he encontrado a algunos personajes absolutamente fascinantes, de los que me ocuparé en próximos posts. Y el propio colegio, su funcionamiento, es extraordinario. Ya os iré contando qué estoy haciendo, y qué cosas tengo pensado empezar a hacer. Os gustarán.

Las masajistas bizcas

Sucedió en Mumbai, en el aeropuerto. Tenía por delante como 5 horas de espera hasta que saliera el avión para Kolkata. Los libros, facturados en la maleta; sin internet en la sala de espera; imposible darse una cabezada en aquellos horrorosos asientos... y entonces, se me abre el cielo: en una esquina de la sala, un letrero luminoso indicaba que allí daban masajes en los pies. Probablemente habría entrado incluso de haber estado rodeado de huríes danzando ligeras de ropa, que uno tiene un aprecio especial por el arte de la reflexoterapia, con el panorama alternativo que me esperaba, aquello me sonó a gloria.

Así que entré, el encargado me informó del precio, que no discutí porque a esas alturas todavía no me había hecho a la aritmética de la rupia, y me senté en el sillón. Entonces, ceremoniosamente, entraron las masajistas: dos, pequeñas, delgaditas, muy oscuras... y bizcas ambas. Una se dirigió a mí, la otra a la señora que entraba al tiempo que yo. Mi desconcierto aumentó cuando una tercera niña, que apareció portando una bandejita con té, resultó ser también bizquita.

Allí mismo empecé a elaborar mentalmente alambicadas explicaciones sobre huérfanas de la misma familia, con cierta disfunción genética, que habían sido recogidas en algún hospicio y redirigidas, finalmente, a una profesión y a un lugar que, comparado con lo que he visto luego, reunía unas excelentes condiciones.

Pero para entonces la masajista ya empezaba a trabajar en mis pies, aplicando una fuerza que no parecía salir de aquellos brazos minúsculos; empleando nudillos, dedos, muñecas, consiguió que fuera abandonándome al sueño y al disfrute del masaje.

Así que, cuando terminó, media hora después, con un apenas perceptible "I have finished, sir" acompañado de una media sonrisa, sentí que aquella mirada, esquiva y estrábica, era de las más dulces que había visto en mi vida.

Los fantasmas de Calcuta (segunda parte)

[...] Pero la cuestión es, ¿¿a quién pitaba??

Porque, recordémoslo, eran las 4:30 de la mañana. Por las calles, apenas iluminadas, circulaban escasos coches, unos cuantos taxis y poco más. Pero los laterales de las calles estaban cubiertos de gente, ríos humanos, informes y silenciosos, que salían de los soportales en los que un rato antes dormían, para encaminarse a sus trabajos. Arrastrando carros, cargando bolsas en la cabeza o, simplemente... andando.

Como fantasmas.

Andando de aquí para allá. La India entera es una sucesión de caminatas: recorriendo a pie distancias enormes, cruzando Kolkata de punta a punta, o, como vería luego, yendo desde Purulia a las aldeas cercanas al colegio donde estoy, una caminata inhumana de más de 20 kilómetros, que incluso en coche se convierte en larga y pesada. Mujeres, niños, ancianos, algunos en bicicleta, la mayor parte andando...

Por fin llegamos a la Howrah Station... eh!, aún quedaba un cliente más en el taxi, con razón me palmeaba la espalda, gracias por pagarme la carrera, chato, yo aún sigo un poquito... La estación Howrah es descomunal y, aunque llevaba ciertas instrucciones (el nombre del tren, la hora de salida y el destino), debo decir que conseguir mi objetivo, subirme en el tren correcto y en hora, tuvo su mérito. Porque, tambaléandome como iba, con un mochilón a la espalda y la otra mochila al hombro, esquivando a las miles de personas que se agolpaban allí, teniendo cuidado de no pisar a minúsculas mujeres que, acuclilladas, te encontrabas por el camino... aquello fue una auténtica carrera de obstáculos.

Pero conseguí llegar al tren, y emprender el viaje de 6 horas (para recorrer 250 kilómetros) que me llevaría a Purulia, mi destino final.

Pero ésta es ya otra historia.

Los fantasmas de Calcuta (primera parte)

Mi paso por Kolkata (Calcuta) ha sido fugaz, incluso atropellado.

Llegué por la noche al aeropuerto y cogí directamente un taxi para el reputado Hotel Heritage, por allí cerquita. No sé si sería reputada, pero reputísima seguro, la madre que parió al que se le ocurrió dar la licencia de hotel a aquellas cuatro paredes. Aunque, pensándolo bien, y después de haber visto otros sitios, no estaba mal del todo. Eh!, que la habitación tenía baño propio (lo de los baños merece un post entero, ya llegará). Y es que lo primero que se aprende al llegar aquí es que no se puede juzgar nada, ¡nada!, en nuestra escala de allí.

Tras el mostrador de la recepción del hotel (del que por otro lado sospecho que era el único huésped) había 6 o 7 tíos metidos; todos, en dos metros cuadrados. Uno me tomaba los datos, el otro fotocopiaba mi pasaporte y los otros... no sé, miraban. Lo del excedente de mano de obra es asunto general aquí. Por cierto, los 7, salvo uno que hacía guardia, estaban durmiendo en sacos en la recepción del hotel cuando me desperté prontito, como a las 4 de la mañana, para coger el tren a Purulia.

Tenía que ir hasta la Howrah Station, y habían llamado a un taxi. Discutí el precio con un propio que apareció por allí, cuya función era cerrar el deal, porque sabía hablar "inglés", aunque... (queridos lectores, admito que mi incapacidad para entender a estos hindúes me tiene deprimido. Pienso para mí que en realidad me toman el pelo y que me hablan en indi, bengalí, o lo que sea... porque es que no entiendo naaaaada de lo que me dicen). Bueno, pues una vez que el locutor de la BBC me dejó en manos del taxista, desdentado él, y con menos conocimientos de la lengua de Shakespeare que el Fary, se inició uno de los episodios más chocantes que me han ocurrido nunca.

En fin, se supone que me habían hecho precio de turista, me habían clavado 200 rupias por el trayecto (menos de 4 euros al cambio, anyway). Así que, cuando el tipo, apenas recorridos 100 metros del hotel, se arrima a la acera y, al grito de "¡Howrah Station!", consigue que dos se cuelen en el taxi... cuando tras repetir varias veces esa maniobra, éramos ya 6 en el taxi... cuando el pelas se baja para sugerirme que mejor metemos la mochila en el maletero, que aún cabe uno más... entonces supe que aquella madrugada iba a ser peculiar.

El taxi, se lo imaginarán, era un Tata de antes de que hubiera nacido el propio fundador de la Tata, y allí íbamos los 6, 7, 8, no sé, perdí la cuenta ¿qué quieren?... uno se me quedó dormido en el hombro, el otro me preguntaba algo, sonriendo, quizás en inglés, quizás en otro idioma, qué más daba, y parecía descojonarse cuando me limitaba a elevar un poco los hombros... De vez en cuando se bajaba uno (quien por cierto pagaba no más de 10 rupias, lo demás ya corría por cuenta del turista). Y el taxista, el avezado optimizador de carreras, mientras tanto... pitaba.

Pero atención, despejen la idea de la pitada breve, avisando, pidiendo paso; noooo, aquí sí que saben lo que es pitar. O mejor: lo que saben es levantar, de vez en cuando, la mano de la bocina. De verdad, es difícil de creer, háganse a la idea: he llegado a contar hasta 20 segundos seguidos de pitada. Vamos, ni en el Bernabeu. Yo no puedo evitar descojonarme al oirlo, se me escapa la carcajada, qué coño pita?... porque además los toques de bocina son fantasiosos: algunos se limitan a la melodía clásica del piiiiií, pero otros arriesgan con ese tirulirulí-tirulirulá que tanto agrada en cualquier atracción de feria, y los hay, atrevidos ellos, que ya se lucen con arabescos musicales que, reconozcámoslo, tienen su punto. Como además la partitura da para 10 o 20 segundos, las construcciones son de lo más elaboradas.

Pero la cuestión es, ¿¿a quién pitaba??
........... Continuará

Estoy vivo!

Hola a todos, en contra de lo que sugerían los teletipos de todas las agencias internacionales, estoy vivo y he llegado a mi destino con bien. Como era previsible, en este par de días de viaje he acumulado aventuras como para llenar unas cuantas entradas del blog (si me vengo arriba, hasta una novela). Pero aún tengo que escribirlas. Además, por ahora no tengo internet propio, estoy usando el acceso de Didi Ananda Vratiisha, nuestra encantadora directora.

Así que os pido un poco de paciencia. Como quizás pase tiempo entre entrada y entrada, veré si hay alguna manera de avisaros (por email, por ejemplo) cada vez que cuelgue una, o de suscribiros al blog. Porque... ni os imagináis la de cosas que tengo que contaros!
Besos desde la India (otro planeta)