Toparati y las cabras

Sobre los planes de apadrinamiento: voy a esperar al lunes o martes, a que los lectores habituales se reincorporen a su tarea de levantar España, ¡golfos!, y en cuanto tenga más opiniones al respecto de la propuesta, la pondré en marcha. Estamos preparando los perfiles de las niñas, para que tengáis todos los datos, y cuando empiece el asunto, os pediré que me escribáis un mail, no quiero que toda esa información esté disponible en este blog, lo gestionaremos todo “privadamente”. Ya hablaremos de los detalles financieros de la operación, creo que yo pagaré aquí y ya me lo iréis devolviendo, bien en persona cuando vuelva, bien por transferencia bancaria a mi cuenta española.

Post del domingo.

Toparati es Didi Toparati, una de las monjas. Las cabras, en este post, son algunas de las niñas, aunque Toparati también está un poco como una cabra. Cabras por aquí hay a patadas, y además estos días deben de haberse puesto todas de parto, porque hay cientos de cabritillos por los caminos y por los pueblos y campos. Cuando digo por los caminos debe leerse literalmente, justo en medio, que ni con los contundentes bocinazos conseguimos a veces que se despierten, durmiendo como están, para dejar paso al coche. Se ve que ya están acostumbradas a la música de las bocinas y ni prestan atención. De las vacas, mejor ni hablar, esas sí que son las reinas. El otro día, en Purulia, vi cómo una de ellas, que paseaba tranquila por las ruidosas calles, se metía en una tienda. Sin coña, subió unos escalones y asomó el morro. No creáis que nadie la echó de allí con cajas destempladas, qué va: la vaca observó, comprobó que no había nada que mereciera su interés y, tal y como había entrado, se largó. Todavía me pregunto para qué las tienen (las cabras, digo), pues ni las ordeñan, ni por supuesto comen su carne. Alguien me dijo que, tras criarlas, las venden, quizás para exportarlas, no sé. Las vacas, nada de eso, por ahí andan, yo creo que sin dueño, pero dueñas ellas de casi todo.

Desde hace tiempo, Toparati insistía en que un día teníamos que irnos de excursión, a escalar unas colinas que hay aquí cerca. Lo de colinas es mero eufemismo, pedazo montañones que echan para atrás. Así que un día, aprovechando que se levantó nublado, salimos de paseo. A las 5 de la mañana, por supuesto, no se vayan a creer: Toparati, Arni y yo, junto con la alegre muchachada, unas 8 o 9 niñas. Como no sabía de la dificultad de la escalada, me entretuve un rato pensando en qué calzado sería el más adecuado, si las zapatillas de deporte que me traje (aunque ésas están casi en exclusiva dedicadas al balón prisionero), o unas sandalias que también compré en España. Me decidí por estas últimas, pero cuando al salir vi que las niñas iban todas con chanclas, me sentí un poco avergonzado. Aunque si hubiera optado por unas chanclas, probablemente todavía estaría purgando el error, con los pies metidos en agua caliente, doloridos.

Toparati es la monja más joven que hay por aquí, debe de andar por los 25 años. Es monja “de segunda”, es decir, no es senior todavía, y por eso viste túnica blanca (aunque con complementos en naranja, por supuesto, firma de la casa). Toparati es felina. Es muy delgada, un poco más alta de lo que por aquí se estila, y tiene un cuerpo espléndido. Si le pusieras unos vaqueros ajustados y una camiseta, causaría sensación. Aunque claro, con estos hábitos, cualquier cuestión sexual queda enterrada bajo siete llaves. Lleva el pelo muy corto, y cuando va descubierta a mí se me da un aire a la estupenda Ariadna Gil (ay, envidiado Trueba). Yo la veo muy guapa, aunque ella rehuye las fotos, dice que sale muy fea. Supongo que inocular esos complejos forma parte de la educación monjil. Lo que resulta más increíble es, de nuevo, su historia, tan paralela a la de Didi Vratiisha. Resumo: niña espabilada, aventurera, cuyo principal entretenimiento infantil consiste en trepar a los árboles y escalar montañas, para disgusto de su padre, que no considera muy femeninas esas actividades. Decide estudiar, creo que bibliotecaria, no sé si entendí bien, y cuando termina, ¿adivinan?, la llamada paterna al matrimonio. Así que se larga de casa, desparece y recurre a la vía de liberación femenina habitual por estos lares: meterse a monja. Prueba con diversas sectas y religiones, hasta que encuentra a los Ananda Marga, y aquí se queda, imagino que por las mismas razones que Vratiisha. Le preguntamos por cómo se había tomado la familia su decisión, y por supuesto nos dijo que con sumo disgusto. Aunque de la decisión la familia solo tuvo noticia… ¡por carta! Qué cosas. Pero ella parece encantada aquí.

Así que, con Didi a la cabeza, salimos de caminata aquella mañana, las niñas felices, agarradas de la mano, en tríos, cantando canciones. Pronto las niñas empezaron a mostrarme sus dotes escaladoras, y como cabritillas triscando, empezaron a sortear rocas y trepar por laderas. Yo les decía, bromeando, que no podía seguir su ritmo, que estaba muy viejo para esos trotes, que por favor me esperaran, y ellas se reían mucho… aunque en realidad no era broma, jejeje. Toparati también se lanzó a exhibir sus dotes atléticas; verla trepando, con chanclas y todo el hábito, era de lo más gracioso; pero, coño, qué ritmo. Picado en mi orgullo masculino, me decidí a competir con ellas, y he de decir que estuve a la par, aunque luego lo he pagado con agujetas durante un par de días. Arriba, en la cima de la montana, el paisaje era espléndido: un cielo nublado, grisáceo, a Arni le venía la melancolía de los cielos británicos (ya me dirás tú qué encanto pueden tener los cielos británicos, pero aquí tan lejos se perdona todo). Y a nuestros pies, toda la llanura, en la que se veía, allí al fondo, el colegio. Aquello pedía a gritos, o quizás en silencio, un momento de meditación, y en ello nos embarcamos, Didi en la absurda posición que se aprecia en la foto, como fulminada por un rayo. A su lado, Arni trata de seguir su ejemplo. En otra de las fotos podéis ver a todas las niñas, all scattered along the hill. En primer plano, Susmita, la niña sonriente. En la tercera foto podéis ver a Nilima, de verde y con un pañuelo azul, con su embaucadora sonrisa.

Con tanta meditación y tanto ooommm, nadie reparaba en que todavía nos quedaba la bajada, que incluso alguien poco avezado en estas lides como yo sabe que los descensos son siempre más complicados. Pero Didi, la cabra de Katanga, encontró un camino para bajar en el que apenas corrimos riesgos, más allá de un par de resbalones que intenté que pasaran inadvertidos, pues no era cuestión de perder, conjuntamente, la compostura, la dignidad y el aura de superDada que estas niñas me han asignado. Por el camino empezó a llover, y las nenas se pusieron enseguida a buscar remedio: buscaron unos árboles con unas hojas grandes y se pusieron a la tarea de confeccionar unos gorros y unas capuchas, trenzándolas hábilmente con pajitas. Me resulto fascinante cómo todas sabían qué hojas eran convenientes y la manera de coserlas, cuán diferentes son los conocimientos de un mundo y otro. Y me recordó, por otra parte, a una de las competiciones de las que no os hablé en el post correspondiente, el del día de fiesta en los poblados, una en la que las mujeres se retaban a confeccionar una especie de plato, con esas mismas hojas, una competición en la que contaba tanto la rapidez como la perfección en la ejecución. Aunque sabía que aquello iba a ser la puntilla para mi imagen, me presté a posar, con cierta cara de panoli y junto a smiling Susmita, con el ornamento.

Llegamos sin más avatares al colegio: eran apenas las 8:30 de la mañana, pero mi cuerpo se sentía como si hubiera transcurrido una intensa jornada. Y así había sido.

Fiesta (y partidazo) en los poblados

El otro día aparecieron por la escuela dos hombres de los poblados, gente seria y formal sin duda, que se pusieron a charlar con Didi. Al rato, Didi me hizo llamar, y me explicó que los señores querían invitarme a ejercer de árbitro en un partido de fútbol que estaban organizando. ¡Qué alto honor!, ha debido de ser, sin duda alguna, que mi fama futbolística ha trascendido fronteras y ha llegado a oídos de estas buenas gentes.

El partido en sí formaba parte de un día de fiesta en conmemoración de un señor del poblado, supongo que ilustre, que murió hace unos años, no me enteré bien de los detalles. Lo primero que me llamó la atención es que me citaron… ¡para las 7:30 de la mañana! Nunca me había visto en el trance de jugar un partido a esas horas, casi de madrugada, aunque luego entendería la conveniencia de tan temprano horario. Así que, acompañado por Arni y Didi (alias Kenny) Toparati (Didi Vratiisha se había ido a Kolkata) y un par de niñas más, nos encaminamos a donde se estaba montando el jolgorio. El paseíto ya me sirvió de calentamiento, que esto estaba más allá del poblado cercano, pasando la vía del tren (vamos, cruzándola de aquella manera que se imaginan), como a unos dos kilómetros del colegio. Didi se había empeñado en que me pusiera una gorra, por lo de los calores, pero entre mi notable volumen craneal (que no capacidad cerebral) y que la gorra debía de pertenecer a alguna niña, mi estampa era patética. Cuando llegamos al lugar, los chavales estaban ya calentando, ojo, uniformados ambos equipos, unos de amarillo y otros de rojo, incluso luciendo flamantes deportivas algunos (aunque la mayor parte de ellos jugaron descalzos). Así que, sin más dilación, y provisto del pertinente silbato, mientras Didi y Arni se acomodaban en sus sillas, me dispuse a afrontar mi debut arbitral por estas latitudes.

El campo donde se disputó el partido reunía ciertas peculiaridades. Para empezar, no se puede decir que sus medidas fueran muy reglamentarias, digamos unos 60 por 30 metros, pero el tamaño de los equipos (9 jugadores por bando) se ajustaba a las dimensiones. Más curioso era que, allá por donde los comentaristas radiofónicos darían en llamar la línea de tres cuartos, como a unos 10 metros de una de las porterías, se alzaba un árbol, un magnifico ejemplar, por cierto, que, como uno más, participaba en el juego añadiéndole un ingrediente aleatorio, el que producían los imprevisibles rebotes del balón en su tronco y ramas. Aunque el terreno de juego era relativamente regular, los corners estaban situados en unas elevaciones, y así parecía que el lanzador se encaramaba a un púlpito al ejecutar cada saque de esquina. Pese a la indudable ventaja que proporcionaba esa atalaya, no dejó de maravillarme que un tipo consiguiera un golazo olímpico (para los profanos, gol de corner directo). Por cierto que con el impacto previo con el poste consiguió derribar la portería, que por otra parte no eran sino tres tallos de bambú hábilmente entrelazados. ¿Y el juego en sí? Pues en fin, no puede decirse que estuvieran sobrados de técnica y táctica, pero interés y entrega sí que le ponían. Además, eran sorprendentemente ágiles, y parecían hallar especial satisfacción en la ejecución de chilenas, a las que se entregaban aunque la jugada, en interpretación purista, no lo requiriera. Tanto es así, que en algún momento aquello me recordó a ese absurdo deporte, no sé si lo habrán visto alguna vez, una especie de voley que se juega con los pies, dos contra dos (deporte que, por otra parte, únicamente está al alcance de las ligeras anatomías de tailandeses voladores). En cuanto a la labor arbitral, las crónicas del día posterior afirman que pasó inadvertida, lo que, siguiendo el tópico, es lo mejor que se puede decir de un arbitraje. Aunque al principio mostraban reverencial respeto por mis decisiones, según iba avanzando el partido y la cosa se iba encabronando, empecé a detectar que algunas de sus miradas ya no eran tan cariñosas como al comienzo. Pero no hubo tiempo para comprobar cómo era una tangana en versión india, porque tras el enésimo pinchazo del balón (que las ramas de los arbustos que rodeaban el campo eran más bien afiladas lanzas), las artes reparadoras del artista del hilo y la aguja ya no fueron suficientes para remediar el maltrecho cuero, y el partido tuvo que darse por finalizado. Con el compromiso de reanudarlo en hora y lugar que se señalarían en su momento. Espero impaciente ese momento, en el que pediré además que me dejen jugar, que la labor arbitral me deja notablemente insatisfecho.

Visto que el plato principal de la fiesta había tenido ese inesperado desenlace, el animador del cotarro (un tipo altavoz en mano) anunció que pasábamos a celebrar el resto de las competiciones. Para empezar, una carrera en la que los nenes pequeños, con las manos atadas a la espalda, debían correr hasta una cuerda, donde les esperaban esquivas y giratorias galletas colgadas de hilos. Que seguro que más de uno de los nenes pensaría para sí que por qué no le atarían las manos a la madre que los parió (el clásico empeño de los mayores en considerar graciosas -míralos qué ricos, ay, qué simpático, mira cómo se ha dejado los dientes en el suelo- lo que más bien son trances humillantes), pero la cosa estuvo divertida, y en las fotos que adjunto podréis apreciar unos momentos de la competición. Hubo también carreras para las chicas, para los chicos, en fin, para todos. Con el imaginativo complemento de la carrera de mujeres con cántaros en la cabeza, cuya habilidad para no derramar el agua que contenían me dejó entusiasmado. Los premios para cada una de estas competiciones, modestos pero útiles, eran unos platos de acero (en tres decrecientes tamaños, para cada uno de los ocupantes del podium), que había comprado en Purulia unos días antes. Mientras tanto, yo me dedicaba a hacer fotos a los nenes, que me rodeaban en número cada vez más abundante. Su fascinación por la tecnología es enorme, imaginaréis, y cada vez que comprobaba en la pantallita cómo había quedado la foto, descubría inmediatamente unas cuantas cabezas mirando asombradas por encima de mi hombro. Por cierto que para entonces ya se habían sumado a la fiesta como espectadoras el resto de las mujeres del poblado, supongo que tras cumplir con sus labores domésticas. Pero ya daban las 11, el calor empezaba a ser apabullante, y optamos por retirarnos a nuestro refugio, con lo que dimos por concluida nuestra alegre jornada de fiesta por los poblados. Yo espero impaciente la continuación.

Besos a todos.

La música, el baile y los farsantes

Antes de empezar, debo deciros que me he divertido viendo cómo los comentarios empiezan a adquirir vida propia, más allá de los posts que los generan, y os empezáis a increpar los unos a los otros, ¡genial!, así debe ser. Pero no seáis tan duros con las faltas de ortografía, que a todos se nos escapan (releyendo alguna entrada vi cómo se me había escapado alguna tilde, ay). Grande lo de Kenny, sí, aunque de primeras, no sé por qué, entendí Kenny G., lo que me dejó notablemente confundido :) Por cierto, no sé qué pasó al final con el pinchazo, ¡cuando volvimos del paseo ya estaba todo arreglado!

Post de hoy.

Por las mañanas, Arni y yo estamos con las nenas de las clases 4 y 5. Tratamos de enseñarles un poquito de inglés, aunque sobre todo nos dedicamos a jugar con ellas. Desde hace un par de días, Arni está metida en un proyecto de fabricar marionetas para montar una especie de teatrillo. Como es bien conocida mi inutilidad para ciertas labores, yo mientras tanto entretengo a las que no están cosiendo o pegando con juegos diversos. Por ejemplo, con una versión india de la zapatilla por detrás, idéntica a la española salvo que se usa un pañuelo. Yo no le veo mucha gracia al juego, pero las nenas se tronchan cuando me toca a mí perseguirlas (imaginaréis que en uno de cada dos turnos soy yo el perseguidor). Aunque el juego que ha dado mas ídem es una adaptación libre del marcianito numero 1 llamando a… Como no recordaba bien los detalles, he decidido que el marcianito que es llamado tiene que hacer lo que le pida el llamador (si no era así el original, espero que los puristas sepan perdonarme la licencia). Por ejemplo, bailar, cantar, reír, llorar, dar saltos… La cosa es bien divertida, y sobre todo les encanta hacerme bailar, yo me pongo a hacer el payaso, en plan baile desmelenado (en fin, todo lo que puede desmelenarse uno, que mis tiempos de greñas pasaron ya hace mucho) tipo los Brincos años 60, y se tronchan de risa. Por cierto que también les gusta mucho oírme hablar en español, lo que hago siempre que se dirigen a mí en bengalí. Lo que da lugar a las conversaciones de lo más dispares, que en algún momento tengo que parar, para su disgusto, con un English, OK? A lo que iba: es curiosísimo observar que, mientras que les cuesta horrores y les avergüenza expresar algunos sentimientos (risa, llanto), no sienten el menor recato en ponerse a cantar o a bailar. Yo diría que justo lo contrario de lo que ocurriría con niñas occidentales. Pero no bailan haciendo el tonto como yo (en fin, tampoco podría hacerlo mucho mejor, es bien sabido que solo en mis momentos mas alcohólicos he logrado desempeñarme con gracia sobre la pista, llegando en ocasiones a sorprender al personal con mis armónicos, coordinados y estilosos, pese a la influencia etílica, movimientos), sino que se lo toman muy en serio. Además, siempre me preguntan antes que si baile bengalí, indi o inglés, que, atención, son muy diferentes. El “baile inglés”, por cierto, es el que se ve en las coloristas coreografías de las pelis de Bollywood (¿inglés por qué?); los otros son mucho más formales. Pero, sea cual sea la variedad, se ponen muy serias y comienzan a formar extrañas figuras con brazos y piernas, hasta conseguir la merecida ovación del grupo.

Viene todo esto a cuento porque se me ha ocurrido una primera manera de canalizar esa ayuda que algunos de vosotros queréis aportar. No es que sea una idea muy original: se trata de "apadrinar" a niñas de aquí. Veréis, además de las clases habituales, algunas niñas tienen una sesión semanal de baile, otra de música (cantar y aprender a tocar el clave del que os hablé en su momento) y otra de arte (que supongo consistirá en pintar y dibujar, de ésta conozco menos detalles). Son actividades que se pagan aparte, y solo aquéllas que se lo pueden permitir las hacen (además de algunas otras a las que se lo paga Didi). Quizás yo pueda tener una opinión distinta sobre lo que realmente les sería útil (probablemente un profesor de informática que me supla cuando me vaya), pero viendo la importancia que para ellas tiene esa forma de expresarse a través del baile y la música, estoy seguro de que sería lo que más ilusión les haría. Hemos (Arni y yo) estado contando y haciendo una lista de qué niñas querrían participar en estas sesiones y sus padres no se lo pueden permitir, y además hemos calculado cuánto costaría financiar, a cada niña, un año entero de clases (más o menos, unos 30-35 euros, dependiendo del cambio). El plan podría ser el siguiente: cada “benefactor” se haría cargo de una niña, y ella, a lo largo del año, le tendría informado de sus avances por email (ése es el objetivo de mis clases de informática, que cuando me vaya sean capaces de escribir correos electrónicos), le mandaría fotos, en fin, mantendría todo el contacto que ambas partes quisieran.

Creo que conviene, de todas formas, hacer algunas precisiones. Seguramente con ese dinero se puedan hacer cosas más interesantes en otros sitios, que necesidades más perentorias, os imaginaréis, hay por doquier. Así que no querría que nadie se sintiera obligado en modo alguno. Yo, claro, quiero financiar a algunas (imaginaréis, por ejemplo, que a Rupa y a Nilima no me las quita nadie :) ). Es solo una posibilidad que ofrezco a quien pueda estar interesado.

Como el curso empieza en breve, convendría tenerlo montado cuanto antes. Si os parece buena idea (y espero vuestros comentarios, incluso si os parece que la iniciativa no es adecuada), prepararía una lista con los nombres y una pequeña historia de cada una; y, aquellos que estuviérais interesados me lo podríais decir por mail e iríamos repartiendo. Creo que lo más eficaz es que yo me ocupara de pagar aquí el montante total, y luego ya me lo devolveríais cuando vuelva a España. Aunque sólo sea por evitar tener que enfrentarme de nuevo a los burócratas del banco :)

Dejadme que termine el post contándoos la clase de "tabla" que tuvieron el domingo pasado las niñas. El tabla es una especie de bongos que se emplean, acompañando al clave, en los cánticos y los bailes. Son clases que complementan a las anteriores, en las que se incide en el ritmo, en la coordinación entre música y pasos de baile, etc. Yo tenía cierto interés en presenciarla, porque lo de los bongos es la única faceta musical en la que me veo capaz de participar aquí, que mis dedos amorcillados nunca han sido capaces de recorrer las teclas de un piano con criterio (vaya, con la de genes paternos que me llegaron, y no me mandaste esa estupenda capacidad musical que tienes). Cuando están ensayando con el clave, las nenas me suelen invitar a que las acompañe a la tabla, y se ríen mucho cuando empiezo a inventar ritmos caribeños o africanos (bueno, sort of), o cuando me largo un solo que para sí querría Phil Collins… que por supuesto no pega ni con cola con lo que tocan aquí. Hoy, por ejemplo, estuve con Nilima (la criaturita está cada día más enamorada de mí, sospecho, Dada, you are good, me dice cuando insisto en compartir con ella el lavado de la ropa –coño, ¡la que es good es ella!), tocando a cuatro manos los bongos, uno a cada lado del instrumento, y a ella creo que le pareció lo más emocionante del mundo.

Las niñas correteaban inquietas, con sus uniformes de gala, yo también andaba expectante, cuando apareció por la puerta el tipo cuyo aspecto podéis vislumbrar en la fotografía. A mí se me antojaba una especie de Eugenio (el humorista aquél) tras haber pasado un año (intenso) en Ibiza. ¡Vaya personaje! Yo creo que además venía mamado (Didi me confirmaría luego su afición por los alcoholes diversos), pero el caso es que como profesor dicen todos que es muy bueno (aunque les metía unas bullas a las niñas cuando se equivocaban que para qué). Hay que reconocer que las nenas no estuvieron muy finas en la sesión, quizás también es que mi presencia las despistaba, a cada rato parecían buscar mi aprobación, o al menos mi complicidad, con una sonrisa. Las podéis ver en acción en las fotos. Cuando acabó la clase, el tipo se acercó a mí, y tras quitarse las absurdas gafas de sol que llevaba caladas (con lo que pude observar su mirada perdida, quizás en busca de alguna botella de ginebra por ahí), en un inglés de lo más dudoso me soltó un rollo que creo transcribir literalmente: I 46 instruments play, and also master of dancing and drama (esto, levantando el índice de la mano derecha hacia el cielo), more 1000 songs write, all in my notebook and in my head, songs come from heart, I 46 instruments play… (estribillo, repítase hasta tres veces), con alguna advocación que no recuerdo con precisión a los dioses que le servían de inspiración. Yo me mondaba, pero le seguía la corriente, alabando sus virtudes a cada rato. En realidad no terminé de descubrir si era realmente un talentoso hombre-orquesta o simplemente un farsante. Me vino a la cabeza que si a este estrafalario tipo lo traes a España y lo introduces en los círculos adecuados, lo mismo termina siendo un gurú con masas de seguidores. ¡Cuán snobs somos a veces con estas atracciones por lo oriental! Al despedirnos, el tipo me dio su tarjeta, quizás vislumbrando que podría servirle de trampolín en su lanzamiento en los mercados internacionales: Kishore Kumar Grupa, vocal, intruments & folk dance director. ¡Toma ya!

Por cierto, me doy cuenta de que hace un rato os pedía que, entre otros, financiárais (indirectamente) las alegrías etílicas de este tipo, jijiji.

Seguimos. Besos.

Los fabricantes de ladrillos

Por los alrededores del colegio, destacando en el paisaje pelado, es habitual encontrar unas extrañas formaciones, con forma de cubo (en el sentido platónico del término), cuyo significado que me tenía intrigado los primeros días. Demasiado grandes y numerosas para ser formaciones naturales, así que necesariamente debían de ser producto humano; pero su utilidad y razón de ser se me escapaban.

Un día, de camino hacia el territorio de los Dadas, que está como a unos tres kilómetros del colegio, me enteré de lo que eran. Fábricas de ladrillos. Un descubrimiento que, por cierto, fue un tanto accidentado. Íbamos en el jeep, como siempre más gente de la que el diseñador del vehículo habría nunca imaginado, cuando la rueda izquierda reventó. Como era previsible, por otra parte, porque al salir ya había advertido que el neumático estaba más liso que una novia que tuve de joven. Y aunque aquí, salvo Didi y quizás yo, los habitantes son de escaso peso, cuando el número de pasajeros supera el millar, pues ya se sabe… Así que allí estábamos, plantados en medio de ninguna parte, porque el jeep no llevaba rueda de repuesto (no fuera cosa de restar espacio para pasajeros).

Paro un momento porque acaba de asomarse a la ventana… ¡un gatito! De dónde habrá salido el minino, aquí en el colegio sólo tenemos perros (bueno, ahora menos, dos de ellos palmaron simultáneamente hace un par de días, se ve que mis esfuerzos para encontrarles collares antiparásitos llegaron tarde). Ha huido despavorido, pero si vuelve, lo adoptaré, y que se una a la fauna de lagartos y objetos volantes no (o apenas) identificados con los que convivo en la habitación, total…

Retomo. Allí estábamos, esperando a que alguien apareciera con alguna solución, en forma de rueda de emergencia o de utillaje para arreglar la deshinchada. Porque, ¡ah!, se me olvidaba contároslo, aquí se arregla todo. O más bien se reutiliza. Y no se trata de espíritu ecológico o afán reciclador. Es que como no hay casi de nada, cada objeto disfruta, a lo largo de su vida, de varios usos, además del que para el que fue originalmente concebido. Una versión de la reencarnación de almas, pero aplicada a lo inanimado. Y así uno encuentra latas de aceite de soja hábilmente manipuladas y unidas para formar puertas, neumáticos viejos que hacen las veces de jardineras, un mango de tenedor que sirve de puente en un mecanismo eléctrico… O como ayer por la mañana, en pleno partidazo de fútbol con la gente de los poblados (sobre el que habrá post), cuando se nos pinchó el balón y yo pregunté ¿tenéis otro por ahí? Don’t worry, me contestaron. Y al rato apareció un tipo, que en lugar de llevar un balón nuevo bajo el brazo, como yo esperaba, resultó traer ¡aguja e hilo! Coser, remendar, arreglar, reparar, restaurar, ¿recuerdan estos verbos? Ya casi no se usan en España, pero aquí se llevan mucho.

(Re)retomo, que se me va la olla. Mientras alguien aparecía para socorrernos, me fijé en que allí cerca había una de estas formaciones. Le pregunté a Didi (sí, qué pasa, soy hombre, pero pregunto) qué era aquello y ella me invitó a acercarnos y a comprobarlo por nosotros mismos. Verán qué procedimiento más sencillo. Se escoge un terrenito y se empieza a extraer tierra. Al lado se plantan unos moldes, en los que se le da forma de ladrillos. Luego, una legión de mujeres se ocupa de transportarlos, en sus cabezas, hasta la construcción que hace las veces de horno. Es increíble el peso que pueden transportan en sus cabezas. A ojo de buen cubero, cada ladrillaco de aquellos podía pesar cinco o seis kilos; multipliquen por los 10 ladrillos per cápita (nunca mejor dicho) que pueden ver en las fotos y calculen. Cuando la formación ya empieza a alcanzar una altura considerable, tres o cuatro metros la que estuvimos viendo, subirlas por la rampa les aseguro que no es una tarea que pueda envidiarse. En la cima de la montaña, los hombres se ocupaban de ir ubicándolos, como si de piezas de Lego se tratara, dejando espacios por los que luego se introduciría el carbón. Sentados cómodamente los unos, llevando esos pesos espantosos a la cabeza las otras, no me pareció un reparto muy justo. Pero es que el se estila aquí. En las obras, en las carreteras, la mitad de la cuadrilla está formada por mujeres, que son las que se ocupan de acarrear la arena, cemento, etc. Sorprende tanto verlas, cargadas de sacos, pero vistiendo sus coloristas saris… Didi me explicó además que cobran bastante menos que los hombres. Como si me sorprendiera. En lo alto del zigurat, había un contable tomando nota de los ladrillos que transportaba cada mujer, a tanto el ladrillo, imagino. Una vez que se completa la construcción, se introduce el carbón por los orificios realizados al efecto y allí se deja, cociéndose unos días, hasta que los ladrillos están listos para ser empleados en la construcción de las casas (por llamarlas de alguna manera). En la última foto, crepuscular ella, podéis observar cómo termina la obra (por cierto, pedazo de fotos hace la cámara que me compré, como aprenda a manejarla ya va a ser la leche :) ).

Algo falta en el puzzle: la tierra, el agua, la mano de obra, esta allí. Pero, ¿y el carbón? Ahora encajan dos de las escenas que he visto aquí: la que os narraba de las mujeres en el tren y otra, no menos espeluznante, de la que desafortunadamente no tengo fotos. A veces, cuando uno circula por estos caminos de Dios, se cruza con un hombre y una mujer que transportan a lomos de una bicicleta enormes sacos de carbón (supongo que los que descargaban las mujeres en la estación de Kotsila). Son tan pesados que, en lugar de pedalear, el hombre se ocupa de empujar, apoyado en el manillar, mientras la mujer empuja desde atrás. Cuando los ves trepando por una cuesta arriba, empujando en un ángulo casi inexplicable, se te encoge el corazón. Alguien me preguntaba por los trabajos que desempeñan las gentes. Aquí tienen un muestrario de ellos, casi museo de los horrores.

Cierro aquí el post, no sin antes lamentar sinceramente no tener la oportunidad, ay, de disfrutar de esos grandes clásicos de la Semana Santa: la sábana santa, Ben-Hur, los últimos días de Pompeya… Por cierto, siempre me divirtió cómo en esas películas, pretendidamente beatas, se colaban algunas de las escenas mas picantes de la historia del cine, como el increíblemente erótico baile de Hedy Lamarr en Sansón y Dalila (y el pasmarote de Victor Mature sin enterarse de nada, aunque también enseñando cacha de lo lindo), o la conversación homoerótica de Tony Curtis y Sir Lawrence Olivier (aquella mítica parábola de las ostras y los caracoles) en la incomparable Espartaco (un hurra desde aquí por el más grande, Mr. Kubrick). ¿Pero en qué andaban los curillas, es que no se pispaban?

Bueno, mejor dejo el asunto, que me pongo a pensar en Hedy Lamarr… y había prometido vida monacal aquí. Buenas noches :)