Conviene señalar, por cierto, que en la India los perros no son realmente animales domésticos. La mayor parte de ellos vagan por las calles, con aspecto enfermizo, en muchas ocasiones con patas rotas, quizás atropellados, y tratados con el mayor desprecio que uno pueda imaginar. Salvo en algún mall elegante de Kolkata, no he conseguido encontrar productos específicamente destinados a ellos, como collares antiparásitos o cepillos, pese a que los he buscado con interés, para los perros del colegio. Que por cierto eran dos cachorros hembras de lo más simpático y juguetón; al menos conmigo, porque, para mi asombro, nunca vi a ninguna de las nenas jugando con ellos: simplemente, no entienden que toque hacerlo, de la misma forma que a nosotros no se nos ocurriría ponernos a jugar, qué sé yo, con ratas o cabras. Me contaba Didi que, por ser hembras, nadie los quería, y que por eso se los quedó. Se ve que la desventaja de la condición femenina no es sólo aplicable a humanos…
Existen en la India todas las posibles variantes de pobreza posibles: no hablo de los mendigos que encuentras en las grandes ciudades, que hacen de la pobreza una profesión, pues ésos desaparecen en cuanto te alejas de las zonas turísticas, sino de la multitud de personas que arrastran sus escasas pertenencias por las calles, vagando sin rumbo, durmiendo en cualquier parte y sin otra aparente ambición que la de llegar al día siguiente. De ésas hay a miles en Kolkata, hombres, mujeres, familias enteras que tienen la calle por domicilio y las fuentes públicas como única comodidad.
En la dura tarea de la subsistencia, la gente se gana la vida con los oficios más insospechados. Creo que fue en Kolkata donde vi cómo un hombre mayor pasaba el día ofreciendo en la calle a los viandantes los servicios de su báscula, en la que por 5 rupias medía, más o menos exactamente, el peso de los interesados. En Bokaro me topé con algunos redactores de cartas y documentos, que armados de viejas máquinas de escribir se ocupaban de poner negro sobre blanco las peticiones de los iletrados.
En este reparto de trabajos inhumanos, las mujeres se llevan la peor parte, sobre todo por la arraigada costumbre de que sean ellas las que carguen con los pesos sobre sus cabezas. Resulta de lo más curioso observar cómo, en cada obra (edificios, carreteras), la mayor parte del personal es femenino: son las que se ocupan de acarrear los materiales, piedras, arena, cemento, de un sitio a otro, luciendo coloristas sarees a modo de monos. En la estación de Kolkata fui testigo de una escena alucinante: dos hijos jóvenes estaban transportando un gran baúl con ciertos apuros, y en un momento dado, se pararon y animaron a la madre, una señora bastante mayor, a que lo transportara en la cabeza. Aquello les parecía lo más normal del mundo. No recuerdo quién me intentaba convencer de que las mujeres estaban acostumbradas a cargar esos pesos en la cabeza, y que no suponía un gran esfuerzo para ellas. En fin, cómo discutir que la costumbre no siempre debe sentar jurisprudencia. Sin embargo, algunos trabajos que uno podría pensar femeninos son aquí siempre desarrollados por hombres, como los operarios de las máquinas de coser que vi ayer en un taller de ropa que visitamos en Jaipur.Al cambio, un euro viene a ser como 60 rupias. Puede ayudar a hacerse una idea del nivel de vida el que los billetes de 1000 rupias (como 15 euros) son los equivalentes de los Bin Laden de 500 euros en España: apenas se ven, salvo en las manos de algún cliente adinerado en unos grandes almacenes. Todo el mundo se maneja con billetes por debajo de 100 rupias, con el de 10 como gran estrella. Los turistas que visitan la India suelen moverse en lo que he dado en llamar la escala de las 100 rupias: el que una cena pueda salir por 300 rupias (5 euros) nos puede parecer muy barato, pero en realidad he aprendido que se puede cenar perfectamente por 15, aunque eso sí, rebajando un tanto los estándares de higiene y salubridad. Cualquier taxi de Jaipur intentará cobrar al extranjero 100 rupias por una carrera, excepto si vas acompañado de locales o si ya te conoces el percal: entonces aceptará la negociación en torno a las 30 ó 40. Porque una gran parte de la población se mueve aquí en la escala de la rupia. Sobre todo en los poblados, en los que un sueldo medio pude ser de unas 30 rupias diarias, muy por debajo de ese dólar que, creo, los organismos internacionales marcan, un tanto arbitrariamente, como umbral de la pobreza extrema. Recomiendo aquí ver el vídeo La gente olvidada de Rarh, que grabó Rosa cuando estuvo por Umanivas, con la ayuda de un par de voluntarios británicos. Está en inglés, pero es de lo más interesante y revelador. Y, claro, esos caminos de Khatanga, esas caras, me resultan tan familiares…

