Comments^2

Comments^2, comments al cuadrado, es decir, comentarios sobre los comentarios recibidos. A eso voy a dedicar esta entrada.

Vamos, una faena de aliño, para cumplir con mi cita periódica con los lectores (que si no, no me paga Cebrián), porque me estoy quedando sin cosas nuevas que contar. Bueno, tengo todavía algunas en el tintero, pero voy a necesitar unos días para prepararlas, que ahora ando liado con otras cosas. Como parte de la parroquia ha comenzado además sus vacaciones, se notará menos, jejeje. Por otro , con el de hoy podréis comprobar que leo vuestros comentarios con avidez.

Alguien apuntaba que parte de la aventura es escribir este cuaderno de bitácora (estoy de acuerdo con que es mucho más bonito este nombre, pero también hay que reconocer que el poder de síntesis del inglés viene bien a veces, sobre todo, como es mi caso, cuando no se tienen tildes en el teclado -es toda una odisea ponerlas-). Y tiene toda la razón. Parte del atractivo está justamente en poder compartir estas visicitudes con vosotros. De lo contrario, sería como lo de ligarse a Elle McPherson y no poder contárselo a nadie, vamos :D Si vosotros estáis impacientes por que aparezca el siguiente post, no lo estoy yo menos esperando vuestros comentarios. Empate, pues.

Me encanta, ya os lo he dicho en alguna ocasión, que participéis en este blog. Incluso a pesar de preferir a Leño, jaaaa (oye, es que Rosendo era casi del barrio, patria obliga). Pese a que alguna vez me tiré el rollo, casi nunca consigo adivinar quién los escribe. Pero, como veo que os encanta el anonimato (¡cobardicas!), no insistiré en que firméis vuestras aportaciones. Me divierte ver cómo a veces cosas que yo veo normales os causan un gran impacto. O cómo pasan inadvertidas otras que creo son más sorprendentes. Cómo algunos posts que a mí me gustan especialmente no logran el beneplácito de público y crítica, mientras que otros que considero menos creativos suscitan, sin embargo, entusiasmo unánime. Ay, el amargo destino del escritor ;) Pero noto que estáis viviéndolo con intensidad, y os siento así muy cerca.

Algunos de los asuntos por los que me habéis ido preguntando han sido ya respondidos en posts anteriores. Pero aún me queda, por ejemplo, enterarme de los de las castas, que aunque no son legales, sé que siguen desempañando un papel aquí. Curiosamente, me ha dado la impresión de que, cuando he preguntado, la gente ha eludido el tema. Pero insistiré, y os lo contaré cuando lo sepa.

Varios de vosotros habéis planteado la posibilidad de colaborar con este proyecto cuando yo me vaya. Creo que sería una buena idea. Ya sé que si uno tiene ganas de dedicar algo de dinero, tiempo o interés a ayudar a los que lo necesitan, hay miles de maneras de hacerlo, ONGs a patadas. Y seguramente en muchas de ellas la necesidad es mayor que aquí. Pero quizás ésta tenga la ventaja de que alguien (en este caso, yo) ha visto cómo funciona y sabría en qué se emplea esa ayuda, lo que garantiza, en cierto sentido, que cumpla la labor que se espera. La ventaja no es baladí, uno siempre tiende a dudar que el dinero que dedica a estos menesteres llegue realmente a su destino, que no se pierda por el camino o se emplee de una forma no deseada.

¿Qué me queda por contaros? Por ejemplo, un buen post sobre la impresión que me han causado los indios que, ya adelanto, es bastante distinta de la idea, quizás edulcorada (¿mitificada?), que traía. Pero quiero esperar a tomar más contacto, ver más cosas, porque por ahora mi referencia es únicamente el colegio (que no deja de ser un entorno muy especial aquí). Creo que en los próximos días voy a tener la oportunidad de entrar en contacto con otra gente, así que podré ampliar mi visión. Quizás debería ir más allá y largarme unos días por ahí, para vivir otras situaciones y aprender algo más. Pero, pensándolo bien, tampoco me queda mucho aquí, que el final de mayo no está tan lejano. A lo mejor a partir del 16 de abril, que empieza de nuevo el curso, si veo que las niñas tienen muy llenos sus horarios y mi aportación no es tan necesaria, lo haga, ya veremos.

Y, por supuesto, me falta el post sobre Sunita. Pero ése quiero que sea muy especial. ¡Y tengo que conseguir primero que se deje hacer fotos! Además, claro, se aceptan peticiones de los lectores.

Lo dejo aquí, con el aviso para navegantes pertinente de que quizás durante esta semana no aparezca a diario en esta ventanita. Siento los desajustes vitales que esto pueda causar a las almas más sensibles :) Pero prometo que, cuando reúna munición suficiente, volveré a la carga con renovados bríos.

Lo mismo entonces hasta cuelgo unas fotos vestido de indio. Hoy, por ejemplo, voy todo de un blanco luminoso que da gloria verme :)

¡Besos y buenas vacaciones!

Escenas

Algunas de las cosas que veo o vivo aquí no llegan a conformar un post entero. Tampoco, a pesar de mi reconocida habilidad para ello, se me ha ocurrido cómo colarlas de rondón en alguno que hable de otra cosa. Así que he decidido reunirlas en forma de escenas, una suerte de entremeses cervantinos. Ahí van.

Escena 1. Romeo y Julieta.

Cuando me despierto, como a las 6 de la mañana, el colegio ya lleva un buen rato de actividad. Una vez duchado, me acerco al corredor donde las niñas corretean y juegan. Como por ensalmo, Rupa detecta mi presencia por los alrededores y me saluda, desde algún lugar que no llego a vislumbrar, con un Dada, goooood morning. Me acerco entonces al enrejado del corredor y allí nos encontramos, frente a frente: nos miramos, nos sonreímos, unimos nuestras manos a través de la rejería, y mientras jugueteamos con ellas, nos dedicamos amorosos saludos y fórmulas cariñosas: how are you today? Did you have breakfast? Nada muy sofisticado. Pero a mí se me antoja una elegante repetición del cortejo de Romeo y Julieta.

Escena 2. Lavando la ropa.

Creo que ya he comentado alguna vez que, de las muchas comodidades que aquí no tengo, una de la que más echo de menos es la lavadora. Cada día, provisto de dos cubos, llevo mi ropa a lavar al pozo. Uno sirve para enjabonar, el otro para aclarar. El proceso es de lo más penoso y lento: llena un cubo, dándole a la manivela de la bomba, vacía el otro, y vuelta a empezar. Afortunadamente, aquí no hay que preocuparse de distinguir entre ropa blanca y de color, distinción que allí en España siempre me resultó un arcano indescifrable: ¿por qué hay ropa de color que puede meterse en la lavadora junto con otra blanca -y viceversa-? ¿Dónde está el límite, cuáles sí y cuáles no? Ay, qué difícil. Pero aquí estoy a salvo de esos jeroglíficos cromáticos. Y solo tengo que preocuparme, que ya es bastante, de frotar furiosamente las manchas y de aclarar concienzudamente. Nilima, que es un amor, me suele echar una mano. Nilima es de lo más tímida, pero es lindísima, muy oscura de piel, y tiene una sonrisa luminosa. El primer día me dediqué a observarla, para aprender cómo se lava la ropa aquí. Se coge cada pieza, se frota, se golpea con fuerza contra el suelo (no usan tabla de lavar), así, tac-tac-tac, tres veces; se estruja, y otra vez tac-tac-tac, hasta que toda la suciedad acumulada, que aquí es mucha, se escapa por el desagüe. Yo pongo mucha voluntad, además de abundantes chorros de sudor, que el sol cae a plomo. Nilima me observa, pero llegado un momento, decide que ya es bastante y me dice Dada, sit. Y retoma la labor, mucho más rápida y eficiente: la fuerza no lo es todo, donde esté la maña. Yo me siento en el pretil del pozo, la observo, y me dejo hipnotizar por el sonido rítmico de su enérgico tac-tac-tac, mientras sonrío agradecido. Cuando termina, tan tímida ella, apenas esboza una sonrisa, y desaparece. Pero aseguraría que se marcha pensando para ella lo de “¡Hombres….!”

Escena 3. El porteador de frigoríficos

Cuando compramos el frigorífico, mi mayor preocupación era cómo iban a transportarlo hasta aquí. Aunque no sabría precisar su base científica, siempre había oído que se trata de un transporte especialmente delicado, nitrógenos que se descabalan, asentamientos de gases. Pensaba yo en el horroroso camino que lleva hasta aquí, en esos baches que son más bien trincheras. Pero confiaba en que los de la tienda, profesionales ellos, se habrían visto en la misma situación antes, y que sabrían elegir el vehículo adecuado, además de la manera de asegurarlo al mismo. Así que mi sorpresa fue mayúscula cuando vi llegar el frigorífico a los lomos de un rickshaw, el triciclo que aquí se usa como transporte (¡pero de pasajeros!). Cómo consiguió pedalearlo hasta aquí el conductor, un tipo enjuto, o mejor, esquelético, es algo que no alcanzo a comprender. Miraba yo a mi alrededor, buscando quién podría ayudar en la descarga, cuando el tipo, sin avisar, se echó a la espalda la nevera (supongo que mascullando la versión hindú del clásico chascarrillo “¿dónde se la meto, señora?”), qué sé yo, ¿cuánto pesa una nevera, 80 kilos?, y con ella a la espalda (ni que fuera de Bilbao, pero del mismísimo centro, ¿eh?), formando su tronco y sus piernas un ángulo imposible, se largó todo el camino hasta la cocina, varios tramos de escalera incluidos. El premio para este alarde fue una propina de 100 rupias, que viene a ser como euro y medio. Yo creía que los atletas olímpicos estaban mejor pagados.

Esecena 4. Las fortalezas volantes.

Noche cerrada en mi habitación. Las ventanas están abiertas, para animar al escaso vientecillo que sopla a que se pasee por la habitación y rebaje el sofocante calor. Estoy en la cama, protegido por la mosquitera. Apenas se oye el sonido de algún grillo y, de vez en cuando, el lejano pitido de un tren (también los trenes se pasan el trayecto pitando todo el rato). Entonces lo oigo. Ha entrado. Está aquí. Puedo seguir su trayectoria en la oscuridad. Procedo a calcular mentalmente su velocidad, momento y volumen siguiendo su zumbido y el sonido que hace al chocarse con alguna pared. Croc. Cocroc. Sí, definitivamente el de hoy no es un caza ligero, decido, es un bombardero B-52. Manejo ecuaciones, calibro parámetros, realizo estimaciones, para determinar si la consistencia de la mosquitera será suficiente. Al rato, el bicho, en su errática trayectoria, choca con la red y rebota en ella. Aguanta. Estoy a salvo. Me duermo.

Didi Ananda Vratiisha

Sin duda, el personaje más extraordinario que me he encontrado aquí es Didi Ananda Vratiisha, Didi para los amigos, entre los que me encuentro. Aunque más que amigo, soy como un hijo para ella (en realidad, me han salido varias madres aquí, ¡mami!, se te disputan el trono). Es una chica de unos 30 años (pero recordad que yo tengo 27 en sus cálculos, jaaa), que habéis podido ver en alguna de las fotos que he colgado en posts anteriores. Lo que pasa es que en esas fotos sale con todo el hábito, tan similar al de las monjas cristianas, salvo por el alegre color naranja, característico de los Ananda Marga (también los Dadas lo llevan). Por cierto, ahora que menciono los hábitos monjiles, se me ocurre pensar en lo parciales que somos en nuestros juicios sobre otras culturas (burkhas, pañuelos, etc.), cuando en nuestro entorno tenemos, y estamos acostumbrados tolerar, atuendos similares. Ya, ya sé que no es lo mismo, que lo uno es para quien lo elige y lo otro… pero…

Yo apenas la reconozco cuando se pone su traje de buzo, porque estoy acostumbrado a verla descubierta por el colegio; lleva el pelo corto, como casi todas las Didis. Como quizás se aprecie en las fotos, es una chica fuertota. Vamos, que te da un hos… y no lo cuentas. Esa fortaleza no es sólo física, como veréis más adelante.

Hago un paréntesis para contaros algo sobre los Ananda Marga (camino de la bendición, más o menos), la secta o como queráis llamarlo con la que convivo. La fundó un tipo, allá por los años 40, creo, y es una macedonia de valores hindúes, humanistas, no sé si algún toque cristiano… un Dios único, que al final no me he enterado si está en todas partes, dentro de cada uno de nosotros o dónde. Es que en cuanto empiezan con que si la energía cósmica, las fuerzas espirituales, etc., ya me pierdo. En fin, podéis encontrar detalles en la impagable Wikipedia, donde podréis enteraros también de algunos episodios turbios de monjes quemándose a lo bonzo y algún coqueteo con el terrorismo, allá por los años 70. Pero bueno, ahora están fundamentalmente dedicados al rollo de la meditación y la tarea humanitaria, sobre todo enseñanza, no solo en la India, también en otros países asiáticos, o en Haití, por ejemplo. Los que me conocéis sabéis bien de mi alergia (¡urticaria!) a todo lo que tenga un toque religioso. Pero oye, vista la tarea que hacen, he decidido que estoy dispuesto a pasarlo por alto. Porque ya me gustaría ver a alguno de nuestros Roucos por aquí; ¡ah!, es verdad, que están muy ocupados manifestándose y vigilando el uso de condones. Ay, Señor (o Baba), qué cruz. O qué cabrones, directamente.

Pero vuelvo al redil. Por lo que he conseguido entenderle a Didi, su historia es más o menos como sigue. Sus padres son gente acomodada, de cerca de Calcuta. La niña (creo que sólo tiene un hermano) se cría en una familia estupenda, la niña de la casa, porque tiene varios tíos o tías sin más descendencia que la miman a base de bien (¿a qué me suena eso?) . Espabilada en los estudios, decide que quiere estudiar Ingeniería, pero el padre dice que nanay, que a casarse tocan. Didi, que ha visto el percal de cómo son los hombres y los matrimonios hindúes, decide que a otro perro ese hueso, que a ella no la somete nadie. Y entonces se larga de casa, y emprende una búsqueda de algún lugar en el que ella pueda desarrollar su potencial sin que ningún hombre la tenga sometida. No hay muchas opciones para eso en la India, y parece que la única solución pasa por meterse a monja. Coquetea con alguna otra religión, incluso pasa unos meses trabajando en la UNESCO, pero no acaba de convencerle el papel de las mujeres en esas organizaciones, y finalmente descubre a los Ananda. Ella cuenta que tuvo un sueño premonitorio, en el que veía la imagen del fundador de esto, pero en fin, algún elemento místico tenía que tener el asunto, yo más bien creo que es que aquí vio que las mujeres tenían cierta autonomía, y por eso se enroló.

Y se puso a trabajar y ha montado esta escuela, ella solita, con ayuda de los voluntarios que han ido pasando por aquí (incluyendo una española que estuvo por aquí y que dejó notable huella, Rosa, besos si lees esto… si es que como los españoles, jejeje). Y son logros extraordinarios, para lo que se ve aquí: el edificio, las otras escuelas, la labor médica, la educación que da a las niñas… Una de las reglas de los Ananda es que tienen que abandonar todo contacto con la familia, o al menos no pueden regresar a su casa, salvo en caso extremo. Sospecho que perder contacto con su padre no le quita el sueño, pero con su madre sí (ay, las madres), que dice que siempre la apoyó. Por cierto, que de vez en cuando le manda al padre fotos de lo que ella está construyendo aquí. Un ajuste de cuentas que a mí se me antoja de lo más merecido.

Cuenta algunas historias que ponen los pelos de punta. Como aquella vez que entró en el colegio un tipo, que tras apuntarle a la cabeza con una pistola, le exigió todo el dinero que tenía. Ella dijo que dinero, ni catarlo, que si quería matarla, que adelante, tras lo que se puso en actitud meditativa. El tipo debió de salir espantado, o simplemente confundido. Su argumento, aunque lógico, me dejó espeluznado: si accedía a darle dinero, entonces se podría correr la voz y podrían venir más ladrones (!). Y que si no se mostraba fortaleza a la primera… En realidad este sitio no es muy seguro, está tan aislado que puede venir cualquiera y nadie se enteraría. Por la noche hay dos hombres que se quedan de guardia. Pero sospecho que no están descontentas de tenerme a mí todo el día por aquí (yo creo que hasta con tres canijillos de éstos sí que puedo). De todas formas, Didi tiene línea directa con la policía, que llegan en un plis-plas (no me imagino cómo) al rescate. Parece ser que la policía no se anda con chiquitas aquí, y lo primero que hacen con el desventurado del que se hacen cargo es canearle a base de bien; una vez que ya está suavecito, lo mandan al juez correspondiente. ¡Viva el hábeas corpus!

Didi me quiere mucho, my son, me escribía hace un rato en un mail que me mandaba desde Calcuta, donde está ahora. Está encantada conmigo. Tanto, que está haciendo la vista gorda con mi adicción al tabaco, y me “deja” (bueno, hace como si no se enterara) fumar en mi habitación. Lo que hay que valorarlo como merece, porque los Ananda, mientras que son muy tolerantes con otras religiones, no lo son en absoluto con las adicciones. De todas formas, no serán las recurrentes indirectas que me lanza sobre lo malo que es fumar lo que me haga dejarlo. Me bastará con el tabaco indio que consumo, ¡al lado del cual un Ducados parece rubio light! Le gusta cómo trato a las nenas, y por supuesto está encantada con las compras que he hecho para el colegio (aunque las acepta con notable arrobamiento). En particular, cuando les compro dulces, porque, como corresponde a una monja (sea cual sea su religión), es golosona :) Y en su peculiar inglés me recuerda periódicamente, señalándome, que “you, a very good heart”. Qué queréis que os diga, aunque no sea tan cierto como ella sostiene, a mí me gusta oírlo, y me emociona.

A veces le digo que un espíritu como el suyo debía haber nacido en otro lugar, en alguno en el que una mujer como ella hubiera tenido todas las posibilidades para desarrollar una carrera. Aunque, cuando lo pienso detenidamente, y veo cómo habla a las niñas de la importancia de buscarse una independencia económica, de que no es necesario casarse joven, de que no deben aceptar las condiciones habituales de los matrimonios… entonces me doy cuenta de que éste es justamente su sitio.

(Dedicado a mi madre, claro. Para que sepa que hay espíritus feministas e indómitos como el suyo en otras partes).

Mi primer día malo

Pues sí, ya iban siendo demasiados días seguidos sonando violines, y ayer fue la primera vez que me fui a la habitación con un mal sabor de boca. En realidad, por tonterías, pero…

Teníamos planeado ir a Purulia, a hacer unas compras y a acompañar a Didi, que se va unos días a Kolkata. Además de Didi, de Arnie y del que suscribe, se nos ocurrió llevarnos a una selecta representación de la Class 4, las pequeñas: de izquierda a derecha, Rupa, Rumpi, Chamdana y Priticona. El día fue muuuy largo, y hacía un calor horroroso. Además, el coche tenía que parar a cada rato, sobre todo a la vuelta, para echar un poco de agua que enfriara el motor. Calentamiento que notaba por dos vías: una, por el relojito que tenía delante de mis rodillas, justo donde una de ellas se golpeaba continuamente, que no están hechos estos jeeps para mi tamaño (cuando vuelva a España y compruebe que en realidad no soy muy alto, va a ser todo un shock); un relojito cuya aguja, de vez en cuando, pugnaba furiosa por salirse del círculo, que no había números suficientes para medir la temperatura del magma incandescente en que se había convertido el aceite del motor. Aunque, sin necesidad de mirar el relojito, reconocía cada momento crítico por el chorro de vapor caliente que salía por qué sé yo dónde y que amenazaba con cocer uno de mis pies.

Aunque las niñas se portaron relativamente bien (no imagino yo a cuatro niñas occidentales soportando tan estoicamente esas penurias), al final acabaron poniéndose pesadas en el coche. Tampoco sabía si es costumbre por estas tierras el clásico movimiento del padre que, desde el asiento delantero, se gira en dirección al trasero, para pasear su brazo en busca de una cara que reciba el bofetón, episodio que solía ir precedido de un amenazante “como me dé la vuelta…” (¿recuerdan?), así que me tuve que reprimir y soportar como pude aquella jaula de grillos. Si añaden a esto que andaba todo el día jodido con una llaguita en la boca y con un dolor que me ha entrado en el oído, comprenderán que la jornada fue de pesadilla.

Además, Rupa y yo tuvimos nuestra primera pelea de enamorados. Ella, que sabe de mi predilección, ha decidido explotarla a fondo. Y así, pretende ser la primera en participar en cualquier juego que propongo, la que primero reciba caramelos cuando los compro, o la que se coge de mi mano cuando vamos por la calle. Y, cuando por aquello de no marcar diferencias, escojo a otra, entonces me mira, frunce el ceño, y se hace la ofendida, girando ostensiblemente la cabeza en otra dirección, al tiempo que se cruza de brazos. Cuando ve que esa táctica no le funciona, entonces se me acerca, zalamera, pone su mejor sonrisa y se agarra de mi brazo susurrándome “Dadaaaa”. Qué perras son las tías ;) Y qué imbéciles nosotros, que nos dejamos engatusar :D Porque imaginaréis que no siempre consigo permanecer inmune a sus encantos, jejeje. Pero cuando se me puso farruca, ya a última hora, porque en el reparto de caramelos no había sido especialmente beneficiada, entonces me enfadé de verdad. Y así andamos desde entonces. En el típico tira y afloja de dos enamorados, que tan pronto nos cruzamos miraditas amorosas como nos ignoramos, orgullosos ambos, “pues como te disculpes tú primero…”. Como bien sabréis, cada pareja tiene su propio tiempo medio de reconciliación. Ese tiempo, T, es directamente proporcional al agravio A e inversamente proporcional a la capacidad de olvido de cada miembro de la pareja, O1 y O2. Así que la fórmula para el tiempo de reconciliación resulta ser

T= K* A/(O1*O2),

donde K es una constante universal (la llamada constante de suavización del asunto, o constante de Forgetit, Right y Now). En las parejas habituales -de adultos que consienten- (hombre y mujer, hombre y hombre, mujer y mujer, o cualquier otra variedad que quieran admitir, que tampoco es cuestión de ponerse eclesiástico), y, si se paran a pensar, de manera un tanto sorprendente, se suele celebrar el momento de reconciliación con un revolcón apresurado y, normalmente, bastante satisfactorio. Pero como no es éste el caso, veremos qué podemos hacer, quizás una sesión especial de elevaciones por el aire, de ésas que tanto le gustan.

A pesar de todo, el día tuvo sus momentos divertidos. En las dos fotos que adjunto, podéis observar dos escenas del mismo: en una, las nenas, con los gorritos que les compramos, posan junto a Didi y a Arnie. En la otra las veréis, como siempre están, encima de mí. Por cierto, que el fondo no tiene desperdicio, es la mejor tienda de Purulia en lo que a efectos domésticos se trata: ahí compramos un par de sartenes y algunas cosas más para la cocina. El cartelón con la señora, olla exprés en mano, me encanta.

Pero os voy a contar que es lo que realmente me dejó mal sabor de boca del día, más allá de las penurias térmicas y mecánicas de la jornada. Y es que está empezando a pasar lo que temía. Ocurre también con los nenes de allí, y eso que ellos tienen de todo, así que cómo no iba a pasar aquí. El que haya alguien que les pueda proveer de regalos, chucherías, helados, ha cambiado la dinámica de las niñas. Y de repente se muestran envidiosas, celosas unas de otras, y empiezan a exigir más y más cosas. Lo que al principio recibían con asombro y un thank you de lo más sentido, ahora ha pasado a ser considerado derecho adquirido, casi exigible. Así que, cuando al llegar al colegio, estas nenas con sus gorritos, las otras nenas protestaron, quizás con razón, que cómo es que no les habíamos comprado regalos a ellas también... me preocupé... ¡Y sin Didi por allí para atemperar ánimos! I know they are just children, pero no me gustaría que, junto a las ventajas que indudablemente trae aquí mi presencia, se colaran de tapadillo los pecados que tanto me horrorizan en nuestra sociedad de allí. En fin, habrá que estar pendiente de estos detalles. Por el momento, la idea de llevármelas de excursión al mar ha perdido enteros: las pequeñas, justo por eso, por pequeñas. Las mayores, porque a saber qué furores les entrarán una vez fuera de su ambiente. Que bien recuerdo aquellos viajes de fin de curso en el Instituto, en los que la prioridad era burlar a los profesores para hacer todo tipo de tropelías. Los chicos, más atontados, tomarse los primeros litros de cerveza y, quizás, atizarse algún porrete iniciático. Ls chicas, más espabiladas ellas, buscarse chicos mayores con los que enrollarse. Ay, qué miedo! :) Pero bueno, ya veremos si me animo, porque en el fondo es un plan que les entusiasmará.

Haciendo balance

Llevo ya dos semanas aquí, y me ha parecido oportuno hacer balance.

Escribo balance y no puedo evitar que vengan a mi cabeza dos ideas, a cual más absurda. Por un lado, el Get the balance right de los Depeche Mode (por cierto, coñazo de adolescencia/juventud me disteis con los Depeche, mi querida pandilla de correrías por los bajos de Moncloa y viajes de fin de curso, cuando yo era más de Leño). Y, por otro, aquel asombroso anuncio radiofónico (de CCC, supongo), que establecía, como irrefutable prueba del algodón sobre conocimientos del inglés, la capacidad de traducir la frase “no me cuadra el balance”. ¡Que alguien me ayude!, porque yo no paso del the balance is not squaring, jaaaa. Aunque, total, esa traducción en la línea del mítico “until the kitchen” es justo la que ¡cuadra! con el nivel de english que empleo por aquí.

Quince días desde que salí de Madrid, y he visto y sentido lo suficiente como para llenar un montón de posts y para, espero, alegrar algunos de vuestros ratos de ocio… o, mejor, de trabajo ;) ¿Y ahora?, ¿cómo estoy?, ¿qué me espera por delante? Vamos con ello.

Creo que conviene primero precisar mi estado de ánimo, dar respuesta a la manida pregunta “¿qué tal?”, aggghh, ésa que tanto odio (aunque algunas respuestas prototípicas me encantan: no el patético “bien, ¿y tú?”, pero sí, por ejemplo, el imaginativo “aquí, luchando”). Salvo por los comentarios recibidos, no sé bien qué sensación habrán dejado los posts que he colgado hasta aquí. Comentarios que, por cierto, fueron rejones de castigo en aquéllos en los que se me fue la mano con el lirismo :) ante lo que, cual astado acochinándose en tablas, he optado por un tono más jocoso. ¡Pero el público es soberano! Así que quizás pueda sorprender a alguno cuando diga que, salvo por el descomunal crush on Rupa (que continúa, yo a esta niña la rapto), estoy viviendo todo esto con relativa distancia (¿frialdad?).

A ver si me explico. Me refiero a las horrorosas cosas que he visto por ahí: pobreza, suciedad, miseria. Las miro, las observo, anoto, pero de ahí no paso. No sufro, vamos. En realidad te acostumbras muy rápidamente a ellas, de tanto como las ves. Además, enseguida sacas una conclusión obvia: y es que esto no hay quien lo cambie. Me suenan ahora algo demagógicas esas cuentas que a veces uno lee o escucha por ahí: con lo que los europeos gastan en un día, se podría alimentar…bastaría dedicar el 10% gastado en el rescate de los bancos para conseguir que… Pues sí, con esa pasta se podrían aliviar, temporalmente, algunos de los sufrimientos. Pero cambiar esto, transformarlo en algo similar a lo que nuestros estándares calificarían de bienestar, ni hablar del peluquín. Es tan grande esto, hay tanta miseria, tantos impedimentos culturales… ¡son tanta gente! ¿Por dónde empiezas, haces carreteras, casas, inviertes en sanidad y educación? Too much, too hard. Quizás otro mundo sea posible, pero aquí uno se vuelve muy escéptico.

¿Qué queda entonces? Todos los que han estado por aquí llegan rápidamente a la misma conclusión, un “ergo” casi obvio: lo único que se puede hacer es esforzarte por mejorar el entorno en el que caes, con lo que esté a tu alcance hacer, intentando que tus aportaciones sean lo más duraderas posibles (definitivamente, de las que he hecho o haré aquí, la del balón prisionero lo será :) ). Con la ¿vana? esperanza de que la suma de esos esfuerzos locales, por algún procedimiento misterioso, devengan en cambio global.

Pero me estoy poniendo pedante otra vez, así que cambio de tercio. Porque a pesar de la neutralidad con la que vivo ciertas cosas (hasta ahora, creí que “neutralidad” solo se aplicaba a los cascos azules y al PH), al tiempo otras las vivo con intensidad. Aquellas que tienen nombres y apellidos, aunque resulten casi impronunciables: mis niñas, mi colegio, mis Didis. Ése es mi mundo aquí, al que me voy a dedicar, del que voy a disfrutar o con el que voy a llorar. Lo demás, como si fuera un entomólogo, o quizás un notario.

Porque de ánimos estoy muy bien, viviendo en este entorno con mucha naturalidad. Decía alguien que estaba en mi ambiente, y ciertamente estoy cómodo. Pero no confundamos, aquí se vive de puta pena, y mi vena ascética no llega a tanto como para no apreciar las comodidades de la vida de allí (¡tremendo baño de agua caliente y sales me voy a pegar en cuanto vuelva!.. y benditas lavadoras). Por cierto, tampoco me he puesto malo, lo que ayuda bastante. Y, salvo por los momentos en los que me pongo en el ordenador a escribir estos posts o para contestar emails, momentos que son como pequeñas ventanas por las que me asomo al mundo al que pertenezco, debo deciros que no os echo de menos. Esto puede sonar mal, pero no me acuerdo de vosotros: ni de mi familia, ni de mis amigos, ni siquiera de mi preciosa sobrina Albita, que tiene mi corazón condenado a cadena perpetua. Ni de mis quehaceres cotidianos de allí. Y, mucho menos, de mis tareas profesionales, jaaaa, ésas ni de coña, fuck’em! Vivo esto como un paréntesis gozoso (a pesar de las penalidades) que en algún momento acabará, y tras el que volveré a mi vida habitual, quizás con algún cambio sutil (pero intuyo que fundamental) que ahora mismo no alcanzo a vislumbrar.

Me asusta, por un lado, el que con mi presencia estén apareciendo en las vidas de estas niñas demasiadas novedades, ciertos “lujos” que luego quizás no se podrán mantener. Por ejemplo, ahora tienen frigo, pero si se estropea (lo que con estos apagones es altamente probable) cuando yo no esté, ¿entonces qué?, ¿qué ocurrirá con la recientemente conquistada -y ruidosamente celebrada- posibilidad de hacer helados? También me asusta que esto pueda hacérseme largo. Me quedan aquí dos meses, y supongo que en algún momento el día a día se convertirá en rutinario, y podría ocurrir que las cosas que ahora me fascinan pasaran a resultarme monótonas y pesadas. Habrá que esforzarse en encontrar un nuevo sabor, el picante, a cada día. Como en un matrimonio, vamos ;) Quizás esto pueda reflejarse en la cantidad y calidad de los posts, que la musa requiere descanso de vez en cuando. Aunque por ahora aún tengo provisiones para algunos más.

¿Y qué planes tengo por delante? Los más cerdos de mis amigos (es decir, los mejores) especulan, en su correspondencia privada, con que me convierta en una versión india del Duque de Feria. Pero no creo, estoy en plan monje total, ni tocamientos torpes siquiera. Además del día a día, que ya de por sí se me antoja reconfortante, tengo algunos planes de mayor envergadura. El primero, llevar a las nenas de excursión, como a mediados de abril, probablemente a ver el mar, que no conocen. Va a ser toda una aventura, todo el colegio en un autobús, como si fuera lo del “qué buenos son, los padres salesianos, qué buenos son, que nos llevan de excursión”. Además, en algún momento tendré que cumplir con la “misión” que en realidad me ha traído aquí, que es la de montar una pagina web sobre Uma Nivas, en la que se pueda encontrar la información sobre el colegio, los proyectos que están planeados y la manera de colaborar (quizás os pida que, en la medida de lo posible, os involucréis en alguno de ellos). Como por ejemplo la construcción de la escuela que os mostraba ayer; el montaje de un sistema de riego por goteo; o la instalación de algún sistema de energía solar que supla las continuas idas y venidas de luz (aunque solo sea para preservar el flamante frigorífico ;) ). En realidad ninguno de estos proyectos requiere grandes inversiones (desde nuestro punto de vista, claro). Didi está empeñada en que me vaya unos días con los Dadas para que me enseñen a hacer meditación, yoga o similar. Quizás lo intente, aunque me temo que el Señor no me ha llamado por ese camino (y menos, a mis rodillas, jaaaa).

Así que todavía queda mucho por delante por hacer. Y por contaros.

Pedazo de post me ha salido. Besos

Por los poblados

Hemos estado casi un par de días sin luz, para que luego digan que aquí no hacemos lo de la Hora del Planeta, jaaaa. Esto de estar sin luz, una vez que descuentas el punto romántico de escribir a la luz de las velas, es un auténtico coñazo.

Desde hace unos días os debía un post sobre el trabajo “médico” que lleva a cabo Didi por los poblados cercanos al colegio. Como ayer tuvimos una de esas jornadas, os la describiré, al tiempo que incluyo algunos detalles (y fotos) de la anterior visita.

A este extremo del mundo no llega, entre otras muchas cosas, ningún tipo de atención sanitaria. No conozco los detalles del sistema de salud indio, pero apuesto a que apenas tardaría unos segundos en conocerlos, de lo escaso que parece ser. Lo cierto es que por estas aldeas no se ve un médico, una ambulancia o cualquier cosa que tenga lo más mínimo que ver con la sanidad. Excepto lo que tienen montado los Dadas y las Didis, que esencialmente consiste en la aplicación de técnicas tradicionales: homeopatía, acupuntura, etc. Una vez a la semana, Didi Ananda recoge los bártulos y marcha a uno de los poblados a montar un improvisado “hospital” de campaña. Ayer fue uno de esos días.

A primera hora nos montamos en el jeep, acompañados de algunas de las niñas mayores y cargados con una mesa plegable, varias sillas y un saco de medicinas. Nuestro destino, Tatuara, es un villorrio a unos dos kilómetros del colegio, al que se llega por un camino de tierra infame. Andaba el conductor salvando con pericia los baches que nos acechaban cuando al salado no se le ocurre otra cosa que invitar a Didi a que cogiera los mandos. Didi, tú te manejas, ¿no?, quería preguntarle, pero ni tiempo me dio, porque Sor Citroen, una vez al timón del vehículo, se puso a darle zapatilla, sin criterio ni cuidado alguno, de forma que estuvimos un par de veces a punto de volcar. ¡Es que no llego bien a los pedales!, se justificó ante mi mirada acusadora, pues bien que le atizas al del acelerador, me privé de responderle. Un tanto milagrosamente, llegamos al poblado, en cuya escuela infantil montamos el chiringuito. Aunque llamar escuela a las tres casuchas que se aprecian en la foto (detrás de los dos niños) es una licencia excesiva. Hay como 200 niños allí, de los cuales la mitad tienen que dar clase sentados en el suelo. Así que la escuela termina como a las 12, porque empieza a hacer mucho calor, o directamente no hay clase cuando llueve. Éste es uno de los proyectos que tiene Didi en mente, construir una escuela decente aquí, ya os iré dando cuenta de los detalles.

Lo del consultorio medico es bien curioso. En una de las aulitas de la escuela se monta la mesa, y la gente del poblado se va acercando, las mujeres cuando terminan de preparar la comida, los hombres, un tanto más ociosos, cuando les da la gana. Lo primero que llama la atención es la falta de privacidad. Mientras el paciente da cuenta de sus males a Didi, hay allí cerca, o más bien encima, hay otros 15 o 20. Ya pueden tener dolores menstruales, gástricos, musculares, allí se entera todo Cristo. Didi los escucha unos segundos y enseguida les receta algún preparado homeopático. No se cuánto de científico tiene el asunto, quizás parte es efecto placebo, pero el caso es que parece funcionar. Los preparados van en unos tubitos que contienen una especie de bolitas de anís, que se impregnan con las gotas del líquido correspondiente. Por cierto que están bien ricas, las citadas bolitas, yo a cada rato distraigo un tubito y me lo zampo.

La cosa dura unas cuantas horas, porque cada día se atiende a unas 80 personas, así que la primera vez, medio aburrido, me fui a dar una vuelta por el poblado. Allí tomé las fotos que podéis ver, en las que se observa el pozo del poblado, que está como a unos 100 metros del mismo. Cada vez que necesitan agua, las mujeres (ey, aquí solo cargan peso las mujeres, en sus cabezas, ¡incluso en las obras!, ya os hablaré de esto) se dan el paseíto y vuelven cargadas con la tinaja. Un poco más allá está la (inmunda) charca donde los habitantes se dan sus baños diarios. En un extremo, las mujeres, que se introducen en el agua vestidas y así se asean. Aunque tampoco parecían mostrar mucha preocupación por su semidesnudez, yo traté de pasar discretamente al lado de los hombres, donde tomé esa linda foto del nene saludándome a la Namaskár.


De vuelta, se me acercó un chaval de unos 12 años quien, con un Dada, where are you going?, mostraba a las claras que tenía ganas de palique. En realidad, de estar conmigo un rato. Poco más ingles sabía la criatura, y nuestra conversación estaba un tanto stuck. En un momento de inspiración, acertó a pronunciar un Dada, see home? que me hizo acompañarle a su choza de barro (por cierto, mi inglés, lejos de mejorar, está convirtiéndose en algo semejante a lo que utilizan los indios –los otros- en las películas del Oeste). Y allí estuvimos un rato, sentados uno al lado del otro, sin mucha conversación, pero sí muchas sonrisas mutuas. Desde luego, al chico, como demostraba su cara de felicidad, le bastó.

Ayer, sin embargo, tenia una misión: ¡era el fisioterapeuta titulado de la expedición! (ejem, bueno, no me han homologado todavía el título en la India, pero es que ya sabéis que estos trámites son siempre farragososos ;) ). Así que en un momento dado, Didi me encargó que me pusiera, manos a la obra, con los aceites. Claro, no es lo mismo ponerse a dar masajes a las féminas, una de las artes amatorias que más fama me han proporcionado all over the world, que hacerlo con unos tipos que, por los horrorosos trabajos que desempeñan, tienen todo tipo de dolores musculares y articulares. Así que, con el único objetivo de no desgraciar a nadie, me puse al tajo. No debió de salir mal del todo, porque mi primer paciente, un hombre de avanzada edad, que al principio parecía dolerse únicamente de la espalda, según avanzaba el masaje iba descubriendo nuevos dolores, ora en la pierna, ora en los brazos, de suerte que acabé por masajearle todo el cuerpo. Curiosa la sensación, por cierto, la de dar masaje a un cuerpo que prácticamente era solo huesos y pellejo. Mi segundo paciente era un tipo de unos 40 años, pequeño, como todos los de aquí, pero increíblemente recio: no es que fuera musculoso, que aquí la dieta proteica no da para tanto, pero oye, me costó lo suyo. Acabe sudoroso, fundido, pero con cierta sensación de haber sido útil.

Creo que lo dejare aquí, que se ha vuelto a ir la luz, y la batería del ordenador empieza a emitir quejidos lastimeros. Como ya se cumplen dos semanas desde que llegué, creo que mañana escribiré un post en plan balance, con lo que he vivido hasta aquí, las impresiones que he sacado, y mis planes para lo que me queda. Hasta mañana entonces.