Este post debería titularse, claro, la boda de Shibani. Pero, como comprobará el lector, es más apropiado el otro. Por cierto que con lo del “sin premio” no me refiero al alirón liguero interrumpido por el gol in extremis (donde las dan, las toman) del Villareal, que eso tiene arreglo, sino por otra razón que se desvelará en un momento. Pero por favor, Iniesta, ¡recupérate para la final de la Champions! Vaya, observo que este blog se está poniendo demasiado futbolero, mmm, al final se va a descubrir que no tengo vida interior mas allá de lo futbolístico.
El domingo teníamos el gran evento (esto de evento, ¿es un anglicismo?), la anunciada boda tribal de Sibani. Como lo interesante empezaba como a las 12 de la noche, me eché un ratito a eso de las 9, para recuperar fuerzas de cara a la intensa madrugada que se avecinaba. Y entonces, el Maligno se apoderó de mí. Pero no me refiero a posesiones diabólicas, sino al alien que se introdujo en mi cuerpo, allá por el estomago. Vamos, que me iba de bareta, por la pati, la pata abajo, por las trancas, como quieran llamarlo, que bien rico es el castellano para describir el estado en el que me desperté: palidez, sudores fríos, malestar general, cagalera galopante. ¡Pues vaya momento más inoportuno! Quizás fue la (abundante) tarta que comí en la celebración del cumple de Rupa (no pondré las fotos correspondientes, porque ya pudísteis disfrutar de esta preciosa criatura en las de ayer… venga, vaaaale, ahí va una), quizás el atracón de puris que me di en la cena posterior, el caso es que
no estaba yo para muchas fiestas. Al verme, así, descompuesto (en todos los sentidos de la palabra), Didi, a la que la idea de asistir a la boda (olores a carne, alcoholes rulando por ahí) no le hacía especial gracia, decidió rápidamente, uy, así no puedes ir, ni hablar, nos quedamos, te doy una pastillita y te quedas descansando. Lástima, porque ya solo el plan de desplazamiento tenía su gracia: Didi, Sunita y Triloki, en la Vespa, alumbrándome con los faros el camino, y yo rodando con mi bici en la oscuridad.Pues eso, que me perdí la boda, qué le vamos a hacer. Por cierto, el momentáneo malestar se resolvió apenas un par de horas después, tras el oportuno desalojo de los demonios interiores. Pero ya era tarde para incorporarse al jolgorio. Ah, pero no desespere el lector -pequeño saltamontes-, que con ingenio intentaré suplir lo que mis ojos no pudieron ver. Para ello, me serviré de las fotos que hice cuando los novios pasaron por el colegio, y las referencias que he ido entresacando aquí y allá, unas de Didi, otras de las niñas que son de los poblados cercanos y que habían asistido a alguna otra boda tribal. Por cierto que la narración os despertará, creo, una mezcla de espanto y fascinación, ya veréis.
Empecemos: ya conocéis a la protagonista, Shibani, una de las profesoras del cole, como 25 años. El arreglo casamentero se cerró hace apenas unas semanas, tras varios intentos frustrados. Y de un día para otro. Se ve que el padre, por fin, consiguió encontrar a un candidato oportuno, que se presentó un día en el poblado, acompañado de algunos familiares. Reunión de las dos familias, Shibani y el mozo sentados a una mesa: según me cuentan, no llegaron ni a hablar. Shibani es cortadita, empezó a decir “me llamo…” y entonces, al ver que los familiares cuchicheaban, se daban codazos, decidió parar. Ahí acabó su intervención, nada más. Creo que el chico algo habló, pero no mucho, apenas una presentación medio formal, nombre, estudios, etc. Así que estos dos se han casado sin haberse dirigido antes la palabra, y tras apenas haberse visto durante unos 15 minutos. Pero se ve que ese fugaz encuentro fue suficiente como para decidir que adelante, ¡que nos casamos! El mozo tiene más o menos la misma edad que ella, ha estudiado algo, creo que con los Dadas, y ahora está preparando unos exámenes para algún trabajo. Pero no tiene ingresos; según creo, nadie de la familia del novio trabaja (en un trabajo de verdad, digo). ¿Cómo era?, no income, no job, no assets… ¡ninjas!
(Retomo la narración el jueves por la mañana). Esto fue como hace dos semanas. En aquel momento ya se fijó la fecha de la boda, para el domingo (coño, qué prisas). Como ya dije antes, me perdí la ceremonia, y me muero de rabia por ello, pero qué le vamos a hacer. Así que pregunté, a Didi Vratiisha, a Triloki… y esto fue lo que me contaron.
La boda se celebra en casa de la familia de la novia. En realidad, toda la ceremonia es una suerte de representación simbólica de los tiempos pasados, cuando por estas tierras las aldeas guerreaban entre sí y estaba de moda la curiosa costumbre de arrebatar las hembras, tras la batalla, a la aldea perdedora. Algunos de los ritos son fácilmente comprensibles, otros no tanto. Dejo a la imaginación del lector su interpretación.
Para empezar, la novia se pasa los cuatro días anteriores a la ceremonia sin cambiarse de ropa. Creo que puede lavarse, aunque no pod
ría asegurarlo, pero siempre con la misma ropa. El domingo por la noche, el novio, acompañado de algunos de los familiares, se presenta en la casa de la novia. En la foto adjunta lo podéis observar, vestido con cierto lujo. Recuérdese que era noche cerrada y que los retortijones me acechaban, espero que se me perdone si la instantánea no cumple los requisitos de calidad exigibles. Tras detenerse un ratico para la sesión fotográfica (que sería publicada en la sección de ecos de sociedad, Purulia News, ¡sale mañana!), la comitiva siguió su camino hacia su destino. Se ve que, al llegar a la casa, ni corto ni perezoso, el hermano de la novia sale y, a modo de bienvenida, prende al candidato a novio (anda ven pa’cá, cacho panoli), le pone una argolla en el cuello y acaba atándolo a un poste cerca del establo de la casa. Allí se va a quedar un buen rato, la criatura. Mientras tanto, la novia se da un baño. Pero ojo, acuclillada en un hoyo, a la vista de la gente (no sé si solo los familiares) y con una especie cuchilla gigante sobre su cabeza; un baño de agua y aceite (?). Luego la meten al establo, sentadita en una esquina. Unas cuantas mujeres la rodean, en plan barrera protectora. Entran entonces siete hombres (no sé bien qué respuesta dieron cuando les preguntaron ¿tú vienes de parte del novio o de la novia?), que tras cierta batalla rompen el círculo defensivo, trincan a la novia y se la empiezan a pasar de uno a otro, no sé si entendí bien, pero le dicen cositas y hasta la magrean un poco, creo. Cada uno de ellos le aplica, además, pintura roja por la cara, los brazos… Creo que entonces le ponen también unas cuantas pulseras, representación simbólica de las argollas con las que antaño prendían a las novias, generalmente de unos 7 años, que se negaban a irse con el novio, que solía ser de veintitantos. Luego, la montan en una especie de pedestal (como aquel famoso musical, ¿recuerdan?, Jesucristo en su pedestal… ey, quiero el Premio Mondas, ¡ya!) y la transportan al exterior. Y así, en parihuelas, la llevan hasta el novio, que en ese momento se libera (mueran las caenas) y la recibe: él de pie, ella más o menos a su altura, arrodillada en las andas (me dicen que se calcula antes la altura del novio para que la cosa quede equilibrada). Para entonces, la novia lleva cogido entre dos dedos un algodoncito teñido de rojo (a mí me da que algo que ver con virginidades, pero no me supieron explicar) y el novio trata de arrebatárselo. Pelean entonces, ella esconde los brazos tras la espalda, él los busca y persigue. Se ve que ese batallita es también oportunidad para tocarse por primera vez. Finalmente, consigue abrirle los dedos, el algodón cae y (creo
) en ese momento son ya marido y mujer. Luego se dirigen a la casa, se sientan con las familias, comen, y así va terminando la fiesta. El novio hizo entrega a Shibani de 13 sarees, dicen las malas lenguas que no de muy buena calidad (pero oye, el detalle…). Os recuerdo que entre la población tribal no se lleva lo de la dote. Seguro que se me ha escapado algún rito más, pero es todo lo que recuerdo ahora.Por la mañana, la novia se va de su casa, rumbo a su nuevo hogar. En ese momento, por cierto, pierde cualquier derecho en la herencia paterna. En las fotos que adjunto podéis ver, primero, cómo se pasaron por el colegio para recoger nuestro regalo de boda (de nuevo, plural mayestático), un armario para la ropa, metálico pero pintado color madera, con espejito incluido, que ha
bíamos comprado en Kotshila hace unos días. En realidad es horroroso, pero aquí levantó oooooes de admiración. Las siguientes fotos son de Shibani despidiéndose de las Didis. La pobre se traía una llorera que para qué. Comprensible, este colegio ha sido su casa un montón de años, y ahora probablemente podrá volver poco a él. Aun así, la cara de alegría que se le presupone a una novia, como que no la tiene. Quizás es porque sospecha lo
que le espera. Ya no hablo del papel que le corresponde a partir de ahora: criada de la familia del marido, quienes por ejemplo tomarán la decisión sobre si sigue trabajando o no. Sino más bien de algunos de los ritos que le esperan, ya una vez en la aldea del novio. El más espeluznante es el siguiente: cuando llega, tiene que ir pasando por todas las casas, y las gentes que hay allí salen de ellas y empiezan a insultarla: pedazo puta, si te he visto con no sé cuántos hombres, qué haces aquí, y además eres de una casta inferior, y encima… Parece ser que es una especie de prueba: si es capaz de aguantar esas humillacio
nes, entonces está preparada para entrar en la casa del marido. Ay.Seguro que si me pusiera a recordar saldrían más cosas, que las hay. Pero creo que con esto es bastante. Además, las niñas ya andan revoloteando por los alrededores, que en un rato nos vamos a la playa. Gozosa excursión de la que, si sobrevivo, daré puntual cuenta ya el domingo.
Así que lo dejo aquí, no sin antes detenerme a mirar las últimas fotos… y en fin, la cara de ganado camino del matadero es inconfundible.