Hace unos días le comenté a Didi que quería volver a Bokaro, porque necesitaba cambiar algunos euros y comprar algunas cosas que solo se encuentran allí. Para mi sorpresa, ¡me dijo que podía irme solo! Así que hoy he vivido mi primer día en solitario por estos andurriales. Y como no podía ser menos, me ha pasado de todo.
Pedí un coche para que me llevara a Kotsila, que es la estación de tren más cercana. El conductor, con el que no había ido antes, resultó ser profesor de la Escuela Politécnica, especialidad electricidad y motores. En sus ratos libres, hace de taxista. Para que nos quejemos de lo mal que anda el profesorado universitario en España :) Un tipo bien agradable, por cierto, aunque más allá de un par de términos técnicos, bobinas y cables, su inglés flojeaba notablemente. Comprenderéis que construir una conversación con esos dos únicos términos ha sido una tarea excesiva, aunque ambos le hemos puesto ganas, y muchas sonrisas cuando no conseguíamos avanzar en el diálogo.
Los trenes en la India son peculiares. Aunque razonablemente puntuales, debe de ser herencia genética de los de Su Majestad, su interior no guarda ningún parecido con los de la British Railways. Para empezar, porque suelen ir petados. Pero, ¡atención!, precisemos: aquí “petados” quiere decir… ¡petados! Es decir, entra uno y hace cálculos: ahí caben, mmm, cuatro. Pues no, caben 6, 8, 10, o 12, si contamos a los que se encaraman al portaequipajes. El concepto de espacio aquí es tan diferente… Lo curioso es que no hay conflicto alguno: si llegas y ves que no hay sitio, simplemente te sientas en una esquinita, meneas al culillo para hacerte sitio, y los demás ya se ocupan de reubicarse (el que sean canijos y flexibles ayuda mucho, debo decir).
Bokaro es una ciudad ciertamente espantosa, quizás no ha logrado quitarse de encima el sobrenombre de Steel City, porque se respira el aire viciado de una ciudad minera y metalúrgica (quizás es solo sugestión). Pero es el único lugar de los alrededores que tiene un par de bancos que trafican con foreign currencies. Lo de los bancos es de traca. Para empezar, en su puerta están apostados dos securatas, provistos de sendos trabucos (¡y sendos bigotazos!). De verdad, nuestros mausers de la Guerra de Marruecos parecen modernos al lado de éstos. Aún así, impresionan (tanto las armas como los bigotones), no me veo yo haciendo carrera de atracador aquí. Dentro de la oficina debe de haber como unos 4500 empleados. Junto a los 6 o 7 que ocupan mesa y ordenador, encuentras a uno que se ocupa (solo) de hacer fotocopias, otro que (únicamente) lleva papeles de una mesa a otra, otros cuantos que miran… y el contador de billetes. Sí, detrás de la caja hay un tipo cuya única misión en la vida es meter fajos de billetes en la máquina contadora, una y otra vez; ¡pero el mismo fajo! Que allí esperando me daban ganas de decirle, pero ¡soso!, que ya te ha salido el 100 tres veces, ¿para qué lo metes de nuevo? Todas las gestiones son eternas. No solo por la parsimonia que caracteriza a esta pueblo, sino porque, a veces, mientras estás sentado y el oficinista te está atendiendo, viene otro cliente, que se apoya en tu hombro, tomando así ventaja, y plantea no sé qué cosa de un cheque, con lo que consigue que el empleado se ponga a atenderle. Como he visto que aquí nadie se mosquea por eso, he decidido darlo por bueno.
Pero, una vez solventado el trámite bancario, y con el bolsillo cargadito de Indian rupees, me he dedicado a mis otras misiones: imprimir las fotos de las nenas que puse en el post de ayer, para que cada una se pueda llevar una copia a casa; comprar todo tipo de cacharritos y tuppers para la cocina y el frigo (que harán las delicias de Sunita; os tengo que contar la relación materno-filial que tengo con ella, y la fascinación que me produce su elegancia, ese post dará juego); y, sobre todo, agenciarse los moldes y la pasta para hacer helados (el que los icecreams puedan entrar a formar parte de sus vidas tiene revolucionadas a las nenas del cole).
Había ya alcanzado casi todos los objetivos militares, pero un cierto desasosiego se apoderaba de mí: ¿pero es que no me va a pasar algo raro? En ésas, me meto en una medical shop (una suerte de farmacias, con más pinta de ultramarinos, que abundan por aquí). En realidad, buscaba unos collares antiparásitos para los cuatro perros que tenemos en el cole (a mí me da cierto mal rollo lo sucietes y llenos de bichos que van) y pensé quizás allí… El desencuentro ha sido divertidísimo. Para empezar, interpretando mis gestos, me ha ofrecido un collarín ortopédico. Cuando le he dicho que no, que para los parásitos, me ha ofrecido, como no podía ser menos, una loción para los piojos. Not for me, for the dogs, he protestado. A saber qué habrá entendido, porque lo siguiente que ha sacado ha sido una crema que, por el dibujo, parecía para quemaduras (?). Solo cuando he recurrido al universal “guaaauuu”, al que me ha respondido con un emotivo “aaah, guauuuu”, ha parecido entender. Así que ha sacado el teléfono y ha llamado al hermano, que al parecer regentaba una tienda de artículos para animales. Mientras esperábamos, el tipo me ha dado su tarjeta, insistiéndome en que no lo dudara, que para cualquier gestión que necesitara hacer, allí estaría para echarme una mano, jaaaa. El hermano ha aparecido al rato, y con gestos obvios me ha invitado a subirme a la motillo. ¿Valentino, Lorenzo, Pedrosa?, ¡anda ya!, paso al campeón de los 12,27 cc. El tipo se ha marcado un rallye por las calles de Bokaro, esquivando coches, motos, cabras y vacas, que me ha dejado peinado como si me hubiera puesto gomina. Pero cuando hemos llegado a la tienda y me ha ofrecido un collar para perros, pero de los de sacarlos a pasear, entonces no he podido más, y me he descojonado. A carcajada limpia, sin parar… contagiando a los 487 clientes que había allí, un coro de risas que daba gloria vernos: yo sabía por qué reía, ellos quizás no, pero qué más daba. Definitivamente, con esa familia no tengo futuro. Pero, dado el grado de camaradería alcanzado, y como andaba pillado para llegar al tren, ha mandado a un empleado (otro Rayney) a que me acercara en la moto a donde se cogían los taxis. Un shared taxi, para más señas, un vehículo de tres ruedas (¿recuerdan el cochecito de Pepe Isbert?) en el que el concepto de espacio se torna más relativo que en las teorías de Einstein. Ya va lleno, ¡yo lo veo lleno!, pero el conductor se baja, observa, otea, y decide que allí donde apunta su dedo hay hueco (¿hueco, qué hueco?) para el nuevo pasajero. Salen, eso sí, muy baratitos, unas 3 rupias, pero tienen el inconveniente de que uno nunca sabe cuándo llegará, porque cuando se baja un pasajero (¡espacio libre!), el conductor no arranca hasta que encuentra a un nuevo cliente. En el momento culminante del trayecto he llegado a contar 18 (cuenten, dividan, el chisme tiene tres filas de asientos, contando la del conductor).
Definitivamente, el tren de vuelta hacia Kotsila esta empeñado en poner a prueba mis emociones. Si un día fue el delicioso sueño de Rupa, hoy se sentaron frente a mí dos hermanas, jovencitas, como de 14 años, muy guapas las dos. Ya os he comentado que aquí soy un extraterrestre, el que las niñas me miraran interesadas ya no me sorprendía, y menos me halagaba. Pero una de ellas, ¿habéis tenido alguna vez esa sensación?, la de un rostro que, no es que concuerde exactamente, pero tiene algo, pueden ser los ojos, la boca, que inevitablemente te trae un recuerdo; como si un pedazo de esa cara ya la hubieras visto, aunque quizás con otro acompañamiento. Y al fin lo descubrí: la sonrisa, amplia, de labios cerrados, que abarcaba toda la cara, proyectaba hacia delante el mentón y hacía achinar los ojos. Inconfundible. La dueña de esa sonrisa, si lee este post, sabrá de qué hablo ;) Estuve a punto de compartirlo con la niña, pero qué me iba a entender… Porque además llegábamos ya a Kotsila, y entonces ocurrió lo más desagradable que he vivido hasta aquí. Por el tren pululaban unas mujeres, mayores, sucísimas, ¿parias?, obviamente despreciadas por el resto del pasaje, que acumulaban unos pesados sacos que ocupaban los bajos de los asientos. Mientras íbamos acercándonos a la estación, las mujeres iban recogiendo los sacos y los iban apilando en las salidas. Luego me contaría Didi que eran sacos de carbón, robados en las minas de Bokaro. Cuando el tren paró, las mujeres se pusieron a descargar los sacos con dificultad, lentamente, sacos que caían en los alrededores, donde una muchedumbre los recogía (¿más bien se peleaban por ellos?). Yo esperaba pacientemente a que aquello terminara, pero no terminaba, y el tren iba a arrancar. Ante la perspectiva de tener que esperar cinco horas en la siguiente estación hasta el siguiente tren, tuve que imitar al resto del pasaje que se apeaba allí, y pasar por encima de sacos y mujeres. La sensación de pisotearlas, ¡el crujido!, para poder saltar del tren ya en marcha, os lo juro, no se me va a olvidar fácilmente.
Pero no quiero que este recuerdo empañe el estupendo día que he pasado en Bokaro (creo que haré más escapadas ;) ). Porque además mañana nos vamos por los poblados, a una de las sesiones de medicina (homeopática) que Didi organiza de vez en cuando. No sé qué habrá entendido de lo que le he contado sobre que me gusta dar masajes (jejeje, somebody out there knows!), pero ha asumido que soy un consumado fisioterapeuta, así que me lleva como parte del cuerpo médico. ¡La cosa promete!
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3 comentarios:
macho increible tu narrativa con cada capitulo alucino mas, no es broma lo del bestseller, cada vez que leo el blog es como si me transportaras a la india y a mi otra tierra, eres un tio tremendo y ademas nos has dejado flipados con tu foto al fin un lugar donde puedas desarrollarte en el baloncesto jajajaja y pa colmo sales hasta guapo, me alegro verte tan bien. un abrazote.
Buenas! Hoy he tenido que hacer sesión triple! No me había podido pasar antes esta semana! La descripción de la habtiación.. genial! Y los baños.... me recordaban a los turcos (pero esos podía evitarlos con frecuencia jejeje)... que experiencia! Cuando tenga tiempo leeré el libro a q ver que tal! ;)
El viaje solo ha sido toda une experiencia... tienes que repetirlo! ¿conseguirás los collares antiparásitos??... jejeje.
esperamos con ganas que nos cuentes tus dotes de fisioterapeuta!!! Sigue disfrutando!!! (y dando envidia!)
Bss
Sr. Gallardo!!
Mire que he intentado no hacer comentarios para dejarme llevar únicamente por la magia de lo que nos contaba en cada momento. Pero, me rindo! Vaya novela está escribiendo... Estoy de acuerdo con los comentaristas anteriores. Usted es capaz de teletransportarnos a la India con sus palabras!!!
En fin, he roto mi silencio por una petición! ¿Podría hacerme llegar -poner en el blog!- una foto del billete de tren hacia Kotsila? Me sirve también la foto de alguna entrada, ticket, billete que haya usado en sus aventuras... No pregunte. Es una sorpresa!;-)
Siga cuidándose mucho!!
Bss
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