La sesión de meditación

Un par de comentarios, antes de empezar. Ya sabía yo que el asunto de la igualdad de derechos iba a dar juego, se nota que hay muchas lectoras femeninas en el blog : ) Bueno, fue tal y como os lo conté, me alegro de que os removiera un poco. En cuanto a las letras que aparecen al mandar comentarios, son una forma de evitar que las máquinas puedan enviar mensajes masivamente. Se supone que adivinar las letras solo lo puede hacer un humano (!) En cuanto a lo del anonimato, por un lado está divertido, aunque siempre podéis poner vuestros nombres, iniciales, motes, etc., al final : )

Bueno, voy con el post de hoy.

Como ya os he contado, hay dos sesiones de meditación diarias. De la de la mañana (madrugada!) solo tengo referencias sonoras, jejeje, aunque supongo que será parecida a la de la tarde, a la que he asistido algunas veces. Son sesiones largas, como de una hora, y tienen varias fases. Se celebran en la misma sala en la que como con las Didis, de unos 6 por 6 metros, suelo de cemento, para que os hagáis una idea. Las niñas se van incorporando poco a poco, y se van situando en filas, mirando al altarcillo. Al llegar, se postran en suelo con las manos hacia delante, a mi viene a la memoria Astérix y Cleopatra, ¿recordáis cómo saludaban los súbditos a la emperatriz? Pues eso. Por si alguno albergaba dudas, ahí tenéis una razón por la que nunca me convertiré a esta religión. Si en alguna ocasión intentara adoptar esa postura, me daría un tirón (en la jerga de la 420, un desgarro ;D ) en los riñones que tendrían que venir los bomberos y la grúa para rescatarme. Por cierto, son notorios mis problemas (más bien, de mis rodillas, ay mi ligamento cruzado) para adoptar la habitual postura del fakir meditando, en la que aquí se está todo el rato.

Hay una niña que va cantando los salmos, y el resto lo repite, en voz bastante alta; una suerte de rosario, pero cantado. Son melodías bien particulares, que se acompañan por el sonido de una especie de clave (mal temperado!) tipo acordeón. Y digo que son particulares porque no siguen los cánones sonoros a los que estamos acostumbrados. Más bien diría que están como desafinadas, sin armonía, o al menos con una muy diferente a la nuestra. Aún así, una vez que uno se acostumbra al sonido, son unas voces muy bonitas y unas armonías intrigantes.

En cierto momento, la cosa se va animando, las niñas se empiezan a poner de pie e inician una danza sencilla, pasando el peso del cuerpo de un pie a otro, y con un pequeño giro del cuerpo, mientras siguen acompañando a la vocalista (que ahora suele ser una de las Didis) en su vertiginoso crescendo. Debo decir que, hasta aquí, la ceremonia es algo aburrida. Pero cuando, de repente, sin aviso ni señal, una niña levanta los brazos hacia el cielo y continúa su danza, mismo ritmo, pero ahora con los ojos cerrados y balanceando los brazos; cuando unos segundos después otra hace lo mismo; cuando un minuto después la sala es un bosque de brazos moviéndose, aún sin mirarse las unas a las otras, en perfecta sincronía, al tiempo que sus voces agudas, ahora en un volumen altísimo, llenan la sala… entonces, debo reconocerlo, algo sucede en mi estómago, algo que va subiendo por el pecho, me va envolviendo y termina poniéndome los pelos de punta.

Yo sigo toda la acción desde detrás, sentado (más o menos) a lo fakir, intentando pasar inadvertido, con esa continua sensación de ser una especie de espíritu invitado que está allí observando. Pero sé que las niñas están contentas de que esté allí, con ellas.

Porque mi relación con ellas ha crecido una barbaridad en los últimos días. No digo con las pequeñas, que ésas desde el principio están encima (literalmente) de mí: mis nenas no entienden de vergüenzas. No, hablo de las mayores, que al principio me miraban medio arrobadas, ocultándose entre risitas, pero que ahora ya se sienten muy cómodas en mi presencia, me hablan, me preguntan, bromean conmigo… Ya sé, y esto me pasa por tener amigas (y seguidoras del blog) psicólogas, que alguna me saldrá con lo de los referentes masculinos, las figuras paternas, las pulsiones sexuales de la adolescencia… y hasta el super-yo y la madre que lo parió, jaaaa. Pero, ey!, dejadme que me apunte el tanto: ¡es que me las estoy ganando! ; )

Y ahora que están cómodas conmigo, han entrado en una dinámica preciosa. ¿Cómo estar a la altura de quien les enseña matemáticas, computadoras, les organiza juegos y parece saber de todo, venido de un lugar lejano y misterioso? Claro, ¡ofreciéndome sus conocimientos!, prestándome ayuda donde me saben ignorante. Y así, cuando voy al pozo a lavar mi ropa, se turnan para ofrecerme sus consejos; cuando paseo por el jardín van identificando para mí los distintos árboles (Dada, mango tree, señalan); y cuando juego con ellas, tratan de enseñarme términos sencillos en bengalí (endiablado idioma, por cierto), al tiempo que ponen a prueba mi memoria desafiándome a que pronuncie sus nombres (Dada, nooooo, me regañan cuando me equivoco en alguna sílaba).

Hace un par de días fuimos al orfanato cercano, donde duermen algunas de las niñas que asisten a clase en el colegio. Fuimos a llevarles unos polvitos de talco perfumado (que, supongo, es lo que usan a modo de desodorante) que había comprado para ellas en Purulia. Era una situación medio incómoda, porque las niñas estaban cortadísimas, y apenas se atrevían a mirarme. Luego Didi Ananda se fue a hablar con otras Didis, las niñas desaparecieron y me dejaron allí, sentado debajo de un árbol unos cuantos minutos, con una cierta sensación de no saber qué pintaba allí.

En ésas estaba cuando una de las niñas, apenas la conocía, se me acercó y me dijo Dada, come?, al tiempo que me señalaba la sala donde habían empezado su sesión de meditación. Así que entré en la sala y me senté, como siempre en la parte de atrás, observando cómo se iba desarrollando la ceremonia. Y llegó el momento del baile con los brazos en alto, del éxtasis, pero esta vez con una particularidad, y es que cada cierto rato, las niñas giraban 90 grados, y retomaban su baile, pero esta vez mirando a otra pared. No sé si esto sería parte del ritual en el orfanato.

Pero cuando, tras un giro, todas se pusieron de cara a mí, y reanudaron su baile… entonces sentí que me lo estaban dedicando. Que era su manera de darme las gracias. Que estaban felices por poder compartir algo que saben suyo.

Y yo sentí que aquél era el regalo más bonito que podían haberme hecho.

(Para A, quien también me regaló muchas cosas)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me cuesta imaginar el cántico sin una suerte de embriaguez en las nenas. Me las figuro con los ojos medio entornados, quizás en blanco, ligeros saltitos de cabeza, como asintiendo al tiempo que emitiendo unas cortas sílabas repetidas, sílabas vocálicas, sin consonantes añadidas. Y con esta nebulosa película me has arrastrado a un momento de perplejidad en el que, como habrás notado, no sé ni qué decir. Así que me callo; sigue tú.

Anónimo dijo...

Me imagino las danzas tipo Bollywood pero en sobrio, todas las nenas haciendo lo mismo y con esa indumentaria tan colorista, por cierto van vestidas con túnicas de colores y pañuelos?
Claro que pensamos todos que serás un referente si no lo eres ya, eso está muy bien.

Anónimo dijo...

Dentro muy poco nos escribiras contando tu primer baile y espero que seas capaz de transmitirnos la sensación que te producira el mismo.
Y cuidado con tu ligamento, ¡lo digo por la posición de fakir¡¡¡

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