Cuando estaba con los preparativos para venirme para acá, me preguntaba qué cosas podría traerme conmigo, más allá de la electrónica que ya se ha convertido en peaje ineludible (portátil, ipod, cámara de fotos, etc.) y el voluminoso saco de medicinas (que, por lo visto hasta ahora, voy a dejar intacto), que sirvieran de regalo para las niñas.
¿Material escolar, ropa? No lo tenía claro, sobre todo si, como resultaba imprescindible, debía ser ligero, que los de EasyJet no toleran, o más bien cobran caras, las extravagancias en el peso del equipaje. En ésas estaba, dubitativo e inseguro, como buen hombre enfrentándose al desafío de las compras, cuando mi hermana Blanca, bendita sea, me espetó el consabido y generalista anda, quita, que no tenéis ni idea, ya me ocupo yo. Así que se fue a una de las nunca bien ponderadas tiendas de chinos y en un plis-plas se hizo con un abundante cargamento de horquillas para el pelo y muchas, muchas canicas: las transparentes de toda la vida, con su relleno multicolor, pero también unas estupendas canicas opacas, de colores metálicos.
Y así me vine, cargado, además de con ilusiones, con cientos de canicas que acompañaban, con la melodía de sus choques, los movimientos de la mochila.
Hoy, después de la comida, les he dado los regalos a las niñas. He tenido que recurrir a Didi para el reparto, porque, verán ustedes, la cosa tenía su miga: ¿qué le daba a cada una, canicas -y cuántas-, pasadores para el pelo?, ¡son casi cincuenta niñas! Pura gestión de los recursos. Didi, ordenada y equitativa, ha conseguido repartir todo atendiendo a variados criterios: edad, longitud del pelo (las nenas pequeñas llevan el pelo cortito), de forma que todas han quedado satisfechas.
Me va a faltar elocuencia para describir cómo ha ido la cosa. Para transmitiros la cara de felicidad y asombro que mostraban las nenas cuando se descubría cada nueva bolsita de regalos. Para reflejar el tono de sus Dadaaaaa, así, prolongando la a final, thank you que me dedicaban cuando me miraban, atesorando en sus manitas o embolsando en sus vestiditos los regalos que recibían. Para explicaros la velocidad con la que partían en todas las direcciones de la sala, para estrenar con juegos inventados sus nuevas posesiones. Para mostraros el regocijo que sentía al ver cómo las nenas montaban improvisados mercadillos de trueque, venga una azul a cambio de esa verde.
¿Cómo es que nadie se dio cuenta antes?, ¿dinero, coches, casas? Mira que nos complicamos la vida.
Para la felicidad bastan unas canicas.
(Dedicado a mi Blanquita. Te quiero)
3 comentarios:
Tata,
por fin logré conectarme y leer tus relatos; la verdad es que me resulta muy muy familiar lo que cuentas, es como retrotraerme a mis mucho más modestas aventuras por aquellos lares. Pero es seguro que se trata de un país mágico y que hay que hacer un esfuerzo para asimilar las miles de imágenes que pasan enfrente de tus ojos cada día. Aprovéchalo y no dejes de escribir.. Besos,
Cubita
Pablo, es difícil decirte nada sobre tu crush con Audrey Hepburn, salvo que sigas contando todo aquello que pase por tu mente y corazón, siempre alivia! Acabo de leerte en orden inverso, tras la tensión y emoción inicial, no he podido reprimir una carcajada con la historia del taxi en Calcuta. Que sepas que nos estás transmitiendo esas ganas de disfrutar de nuestro tiempo: hoy hace un día espléndido, no tenemos clase en el MEFC, me piro a por un helado a aprovechar lo que queda de tarde! Cuídate. Carpe Diem. Ra (Detecto mucho madridista en estos comentarios: el partido del Bilbao fue un ROBO!)
¡Esta hermana tuya es una joya!
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