Las rutinas de Purulia

Ayer decidí hacer una escapada a Purulia. Le conté a Didi que tenía que comprar unas cosas: unos cartuchos nuevos para su impresora, una toalla, algunas cosas para las nenas… pero aquí entre nosotros, es que me estaba quedando sin tabaco. En realidad me quedaba un paquete de un tabaco vietnamita (sic) que compré en Kolkata, pero creo que ni en pleno síndrome de abstinencia le daría un tiento, qué espanto, por Dios. Para compensar, al menos parcialmente, el pecadillo del tabaco, decidí que compartiría el día de “fasting” (ayuno) con Didi. Se supone que ella tiene que hacerlo una vez a la semana, pero alega problemas de salud para limitarse a un ayuno quincenal. Pues oye, se sobrevive, sin comer un día entero, aunque la versión anandamarguística exige también no beber nada, y a esos extremos decidí que mi fe no llegaba. Eso sí, en el desayuno del día siguiente me puse morado, y así me sentó.

Como Didi no se venía a Purulia, el viaje tenía que ser algo aparatoso: Dilip me bajaría en coche hasta Kotshila, y desde allí cogería el tren. ¿Y para volver, Didi?, fácil, te coges el autobús de vuelta y luego Dilip te sube al cole. No es que me convenciera mucho el plan, pero Dilip no tiene carnet de conducir, y por eso no quiere que se aventure más allá de Kotshila sin ella. Con ella de copiloto, al parecer, no hay problema, aunque yo no entiendo muy bien el argumento: pero Didi, si la poli os para conduciendo él, ¿qué haces? Ooh, no problem, saco yo mi carnet. Como quizás sea cuestión de ignorancia de los códigos circulatorios locales, no insisto en mis preguntas.

Toda Purulia estaba engalanada con banderas de la India, elections?, pregunté a uno que pasaba, no Dada, the big final!, y es que justo hoy se jugaba la final de la Copa del Mundo de cricket, India contra Sri Lanka en Mumbai. Al final ganó la India, pude seguir el partido al volver al cole, ya por la noche, a través del ordenador. Y no quiero hacer sangre, pero también le fui echando un vistazo al pinchazo del Madrid, jejeje. Me imagino que todo la India andará como loca, pero aquí apenas llega eco alguno. Aunque la Didi me llamó un par de veces a la habitación para que le fuera dando el tanteo, y me hizo prometer que le enviaría un sms con el resultado final.

Me sentí a gusto paseando por Purulia, saludando a los tenderos que conocía y volviendo a pisar esas calles tan familiares. El dueño de mi tienda habitual de ultramarinos me recibió con un “many days you didn’t come”, mientras me tendía sin necesidad de más preámbulo un par de paquetes de mis cigarrillos favoritos. Exactamente un año, chato, le contesté, para hacerle entender que el tiempo, en el resto del mundo, avanza más deprisa. Pero, desacuerdos temporales al margen, me gustó que recordara mis preferencias, así que decidí hacer más inversión de la que tenía prevista, de suerte que acabé con la mochila llena y una bolsa grande que pesaba más que un mal matrimonio. Con el calor que hacía, las pasé canutas en mi paseo hasta la estación de autobuses.

Si montar en tren tiene su gracia, lo del autobús es todavía más animado. Tuve suerte, porque como era estación de partida, pude coger asiento, pero según íbamos avanzando en la ruta, aquello se fue llenando: asientos primero, luego los pasillos, finalmente todos al techo. Aunque al final no hubo lleno, apenas medio aforo del gallinero. Se me sentó al lado un propio que, con un inglés aceptable, me disparó las preguntas de rigor: origen, profesión, misión en la India, etc. Pero la conversación se cerró, muy a mi pesar, cuando en mi contraataque informativo me tuvo que repetir hasta cinco veces cuál era su profesión y no conseguí entenderle. Una lástima, porque prometía.

Como hoy es domingo y no hay clases, visitaré el orfanato y el internado de niños que hay al lado, bien provisto de las botellitas de mango juice y los paquetes de biscuits que penosamente arrastré por las calles purulienses. Monisha, una de mis alumnas, que vive en el orfanato, me recordó el otro día en clase que este año no había pasado por allí; conviene compartir los afectos, y también los regalos. Aunque reconozco que me estremecen un poco esos dos lugares: todo está muy desorganizado, las Didis se ocupan bien poco de las niñas, y se respira un gran abandono. Como si ser huérfanas no fuera ya castigo suficiente.

Preparando la visita, me puse a buscar la cámara por la habitación, y al sacarla de la funda, toqué algo medio blandurrio dentro. Cuando descubrí lo que era, la funda acabó estampada contra la pared. Dejo constancia en las fotografías del inopinado okupa, con zoom incluido para apreciar el aspecto del angelito. Menos mal que no era un escorpión. Pero bueno, también esto forma parte de la rutina aquí.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ay! el vicio. Yo intento dejarlo pero no puedo,un día de estos lo conseguiré. Aunque ya me sé tus aventuras por Purulia me encanta leerlas y releerlas. El final de hoy es alucinante antes de terminar pensé que te habías encontrado una pitón pero bueno solo ha sido una especie de escorpión.Si se lo encuentra tu nena le da un ataque. Limpia bien el terreno para cuando vaya. Hasta otro.

Paula dijo...

jejejejejejejeje.....jajajajajaja
y qué pasó con la cámara? la habías sacado ya de la funda o fue a parar al suelo?
y qué hiciste con el bichito? tienen muchas proteínas y creo que vuestra dieta está falta de ellas.
por cierto, con esos huéspedes no sé si Irene dormirá tranquila, claro que teniendo a un hombretón como tú a su lado.....jejejeje, es que no puedo parar de reír imaginando la escena...jejejeje

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