La fauna de Umanivas

Como todo hábitat aislado, Umanivas ha desarrollado una fauna, una flora, y hasta un clima y unas costumbres peculiares y únicas. De las costumbres y del clima he venido dando cuenta en entregas anteriores. En realidad está haciendo muy buen tiempo, días nublados, temperaturas que no superan los 30 grados. Ayer se levantó una tormenta e hizo hasta fresco, lo que llevó a las nenas a revestirse, de manera algo precipitada, con jerseys y bufandas, ¡exageraaaás! De la flora, poco hay que hablar, porque esto es un secarral, en el que solo destacan algunos árboles de mangos, que, para lo canijos que son, dan unos frutos extravagantemente grandes (y sabrosos). Aparentemente, el recinto del colegio se convierte en una selva en la estación de lluvias, pero yo no he tenido oportunidad de comprobarlo. Buena parte de los vegetales que comemos se cultivan aquí mismo. Vegetales de los que no puedo dejar de glosar sus virtudes intestinales, qué barbaridad, qué soltura, qué cadencia, qué cosa: estreñidos del mundo, ¡uníos!, y venid a Umanivas.

En cuanto a la fauna, los asiduos ya saben detalles sobre la mayor parte de los animales adultos, empezando con la especie dominante, las predadoras, las Didis, que sobrevuelan la sabana en busca de víctimas (lazy students, fundamentalmente) a las que aplicarles castigos de todo tipo. En el segundo escalón de la jerarquía están los grandes mamíferos, que ayudan a llevar la disciplina militar: Sandipa, Anita, quienes, acompañándose de golpes de silbato arbitral, anuncian a voz en grito las distintas etapas del día, “Luuuunch!, Meditatioooon!, Plaaaay!”. Tienen la rara virtud de pegar siempre el bocinazo cuando estoy sopa, lo que tampoco sorprende, pues mis siestas son reiteradas y duraderas. Y luego está la grey, el rebaño. En la foto podéis verlas, durante el arriado vespertino de la bandera, todas en compacto batallón, prietas las filas. No se asusten por la esvástica que adorna la bandera anaranjada, que es símbolo común por estas latitudes y anagrama del anandamarguismo.

De entre el rebaño, con quien mejor me lo paso es con las jóvenes crías, algunas de las cuales (Santoshi, Raki, Onshu y Monika) posan en la foto con su mejor sonrisa. Además de darles clase por las mañanas, conforman el equipo con el que nos enfrentamos a las mayores en los partidos de balón prisionero de la tarde. Sin quererlo he creado una cierta polémica, porque decidí acuñar un nombre para nuestro equipo, “super-girls”, a la vez que instauré el clásico rito al iniciar los partidos (todas las manos juntas, subiendo y bajando al ritmo del “one-two-three, super-girls!”). ¡La que se ha armado!, resulta que a las mayores les mola mucho el asunto, y se empeñan en copiarlo, creando cierta confusión, pues ya no se sabe quiénes son super-girls y quiénes no. Al hacérselo notar, me han respondido que, entonces, les busque un nombre chulo para ellas. Me dan de plazo hasta esta tarde, ay.

Hay también por el cole dos nenes pequeños, a quienes por edad no correspondería estar aquí. Una es Shubra, que tiene como cinco años y es una preciosidad. En la foto la podéis ver posando con la camiseta de Hello Kitty que Yurena me había dado para Priyanka (Didi decidió que era mejor que la tuviera la peque). Parece ser que estaba en otro orfanato, medio mal atendida, y Didi no pudo evitar traérsela. Bendita decisión. Es un juguetito, la verdad, debe de pesar como 20 kilos, lo que da pie a que la voltee, lance, gire, etc., para su disfrute y entusiasmo. El otro es el babu al que hice alguna mención en posts anteriores, el hijo de la señora que echa una mano en la limpieza. En la foto parece admirar, miméticamente, el trabajo del electricista con el pararrayos. La madre es una fiel representante de los habitantes de los poblados: no sabe leer ni escribir, hace fatal todo su trabajo, no hace ni caso al nene; una joya. Al lado de la elegancia (y sibilino carácter) de Sunita, su antecesora, claro, ni color. El nene es medio raro, seguro que un psicólogo le diagnosticaría tres o cuatro síndromes relacionados con carencias afectivas, y sólo cuando aplico con él la táctica que tan buenos resultados me da con mi sobrino Andrés (esto es, coserlo a patadas de kárate), parece despertar, se troncha de risa y disfruta. El resto del tiempo vaga por el colegio, medio huidizo.

Por lo que respecta a la otra fauna, está compuesta por todo tipo de bichos: mosquitos, arañas, hormigas, que combato con un insecticida que, cada vez que lo aplico, además de causar enormes estragos en la capa de ozono, me deja a mí mismo al borde del KO, yo creía que el DDT había sido prohibido hace décadas. Tolero a los lagartos, que andan por las paredes y techo de la habitación, porque de vez en cuando se lanzan al ataqueeer y se meriendan alguna araña amenazante. Aunque reconozco que en los últimos días vivo medio mosqueado, desde la famosa araña-monstruo de la funda de la cámara, y desde que el guardia me llamó a voces un día para mostrarme cómo había capturado a un escorpión. Manejándolo hábilmente con un par de palillos, al modo chino, acabó por introducirlo en el mítico bote de los escorpiones (véase la foto), en el que Didi guarda cadáveres en su salsa, para utilizarlos como medicina. Se supone que cuando te pica uno, te pones a inhalar el pil-pil del bote y actúa como antídoto. Yo le he pedido a Didi que, si llegara el caso, y nada más que por asegurarse, eh, no creas que dudo de tu medicina, si solo es por tener una segunda opinión y que mi madre se quede más tranquila, me lleve al hospital más cercano. Por si acaso, miro bien dónde pongo los pies cada vez que me bajo de la cama.

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