El reencuentro

En el tren, mientras intento sobrevivir al ambiente polar del aire acondicionado del vagón, me imagino la escena del recibimiento. Plano desde la ventanilla: un tumulto de nenas corre persiguiendo al tren en su frenada, agitando las manos, saludándome… en cámara lenta, pongan la música de carros de fuego o alguna cursilada semejante. Plano desde la grúa: Didi, al final del andén, sonríe complacida. Cambio de plano, apuntando a la ventanilla: yo mismo, con cara de alelado feliz (seguimos en cámara lenta) voy gritando los nombres de las nenas, Ruuu-paaaa, San-tooo-shiiii, An-jaaaa-naaaa (¿ven mi boca moviéndose despacito, tipo Stallone justo después de perder a un camarada alcanzado por los charlies?)… en algún momento, como tributo al cine local, las nenas interrumpen su carrera para marcarse una coreografía grupal al ritmo del Aaja Nachlé, a la que yo me uno con gracia y salero…

Volvemos a imagen real, el traqueteo del tren, llegamos a Purulia. ¡Coño!, que no veo a nadie, bueno, será que me esperan en el andén principal. Así que me bajo del tren, ay mis riñones, cómo pesa la mochila, si es que no tenía que haberme traído el kit de maquillaje ni el vestido de noche… ¿pero esto qué es?, si aquí no está ni el tato…

Me había olvidado de que estamos en la India, que los coches se estropean con implacable regularidad, aunque esto lo sabría más adelante. Mientras observo y medito quién es el fulano que me va a prestar el móvil para llamar a Didi, me invade un déjà vu brutal: en la estación, las dos viejitas en harapos piden limosna en exactamente el mismo sitio que el año pasado; el tipo que trepana orejas me sigue ofreciendo sus servicios (como única novedad, su barba ha tornado a un color rosáceo indescriptible); los paisanos me miran con la misma cara de asombro. El tiempo se ha detenido aquí, y probablemente lo hizo hace 50 años, yo solo observo la imagen fija de año en año.

Pero por fin aparece Didi con las nenas, Santoshi y dos nuevas, que pese a no conocerme, deben de saberse los ritos, porque se me lanzan alegremente al cuello. Ya en Purulia, compramos algunos dulces para las nenas, y saludo a los viejos camaradas de las tiendas, que me devuelven el saludo como si solo hubiera estado ausente una semana. Conduce Dilip, el chófer al que estuve entrenando hace un año por los descampados cercanos al colegio (esto creo que no lo conté, pero fue de las aventuras más peligrosas de mi vida, estuvimos varias veces a punto de irnos al sembrao, ¡pero que el freno es el otro pedal, soso!). Compruebo así que no tengo maneras para ganarme la vida de autoescuelero, porque el tipo conduce de pena (¡incluso para los estándares indios!), y se carga un par de pollos por el camino, para disgusto de Didi, que le echa unas broncas de órdago desde el asiento del copiloto (realmente, ni Vettel conduciría bien con esa presión).

Una vez en el cole, el recibimiento sí que fue lo multitudinario y caluroso que esperaba, y eso que algunas de mis favoritas no habían vuelto de una de sus habituales tourneés artísticas por los poblados. No ha cambiado mucho la geografía del colegio, salvo que Didi ha iniciado la construcción de un nuevo piso del edificio, aunque la cosa se ha quedado a medias, quizás la falta de crédito para el ladrillo esté también haciendo estragos por aquí. Sin embargo, sí que hay muchos cambios en la fauna. En realidad, lo que sigue es más un parte de bajas militar que otra cosa. Para empezar, ya no está Sunita: cómo se fue y las historias que me cuenta Didi al respecto (cargando las tintas, sospecho) son tan disparatadas que las contaré más adelante. Pero también faltan un montón de nenas. De vez en cuando, aparece un padre por el colegio y, descontento por las notas, o quizás porque tenga algún plan perverso para su hija, se la lleva sin muchas más explicaciones: ni Didi sabe nunca más de ellas. Así han desparecido en los últimos tiempos Rumpi (sent home in disgrace, como describía Arni en su exquisito inglés de Statford-upon-Avon), Jui y Mumpi (con quien Irene tanto quería), Laxmi (la amiga de Nilima y una de mis favoritas), no es seguro que el renacuajo de Chandanna reaparezca alguna vez… A cambio, hay como veinte nuevas, que me tienen fundido intentando aprenderme sus nombres. También hay un babu, un pequeñajo de 3 años hijo de la nueva cocinera, que probablemente hastiado de tanta compañía femenina, no se separa de mí desde que llegué. Rupa apareció por la noche, preciosa, como siempre, y muy cariñosa, ¡aunque cómo ha crecido!, she is not a small girl any more, but a young lady.

Así que de vuelta en Umanivas: madrugones, un montón de clases, Didi con ganas de pegar la hebra que da gusto, partidazos de balón prisionero por las tardes, y un ratito de Internet por las noches, si la electricidad respeta… Hace un rato, en plena sesión de meditación nocturna, mientras las nenas iban alcanzando los pertinentes trances y sus cantos atronaban la sala, reflexionaba: cómodo, cómodo, como que no, pero no se está mal aquí.

Os lo seguiré contando.

3 comentarios:

Irene dijo...

Please, haz fotos que veamos cómo han crecido y las nuevas incorporaciones, y el piso en construcción, y, y, y...

Anónimo dijo...

desde aquí también observo tu imagen fija de año en año (tu careto de bitácoro sonriente), y esos pies huecos caminando a cámara congelada junto a Pablo en la India como si el tiempo se hubiera detenido a mi alrededor desde tu primer burlaburlando, y leyendo, pero muy agradecidamente oye, combinaciones distintas de las mismas letras combinadas gracihábilmente siguiendo el juego de tu pulso digestivo, siguiendo tus andanzas y ojeando por esta ventana semejantes paisajes, personas y personajes, oxigeno del bueno oiga, del que descontamina de la pantalla cotidiana, y tras flexionar la sonrisa hasta el bostezo del lirón dispuesto a hibernar, desde la perspectiva de un cómodo colchón morfex aguardándome el careto, repienso... así como que no se está mal ahí... ices sueños... síguenos contando.

Anónimo dijo...

Hace dos días que no escribes, ya me había marcado mi pauta de leerte a las 6:00h con un cafetito en la mano, ya sabes que en estas circunstancias con el cambio de hora soy la única que estoy on-line a esas intempestivas horas

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