En el museo

Tras la aventura/pesadilla del año pasado en la playa, mi ánimo para organizar excursiones con las nenas, lo reconozco, había decaído mucho. Pero aún así tenía ganas de llevarlas a algún sitio, y aprovechando que estos días han sido de fiesta aquí (justo hoy es el año nuevo bengalí), estuvimos pensando qué podíamos hacer. En algún momento se nos pasó por la cabeza, a la Didi y a mí, algún plan descabellado (Gaya en el Oeste, Darjeeling en el norte), pero afortunadamente la logística del asunto (un montón de horas en tren en cada caso) nos hizo desecharlos. En algún momento, Didi me comentó que en Purulia había un museo de la Ciencia que valía la pena visitar (¿en Purulia?, ¿un Museo de la Ciencia?, amos, no me j…), así que nos pusimos con ello.

Con la excusa de organizar los detalles (y sí, lo reconozco, para escapar un día de aquí), el lunes me fui a Purulia yo solito, adelantado al resto de la expedición. Ojo, nada de coches particulares, en tren, como todo hijo de vecino: a esperar un par de horas en el cercano apeadero de Danrughutu, para tomar por asalto el tren en el escaso minuto que para. La foto da fe de que hay que emplearse a fondo y atléticamente para subirse a él. Como era previsible, mi presencia en un tren tan popular, ocupado (petado es más preciso) fundamentalmente por gente de los poblados, causó sensación, de modo que me tuve haciéndome fotos con y haciéndoles fotos a los ocupantes hasta que casi llegamos a Purulia. Agotador trayecto, posando todo el rato para las fotos en los móviles. Desde que dejé mi prometedora carrera cinematográfica no me sentía así, quizás deba intentar relanzarla aquí, de todas maneras los galanes locales son horrorosos (¿o serán las camisetas de rejilla que suelen lucir?), y no tendría competencia.

Purulia es una ciudad de unos 100.000 habitantes, sin mucha gracia, he de decirlo, a la que quizás el roce de estos meses me ha hecho cogerle cariño. Guardo especial apego por el Hotel Akash, escenario de mis reparadoras escapadas del año pasado, y al que me dirigí nada más llegar. Porque además de la visita al Museo, el plan era que las niñas disfrutaran por un día de lujos poco habituales para ellas: aire acondicionado, ducha, tele, etc. Tras comentar los viejos tiempos con el encargado (que no me reconoció ni de coña, pero cuando le dije que había estado el año pasado, lo celebró con grandes aspavientos), me puse a repasar el catálogo de habitaciones que ofrecían. Atendiendo a mi calidad de buen y tradicional cliente, me mostraron la A/C De Luxe, que para mi sorpresa :-O no tenía nada que envidiar, en cuanto a diseño, a la de un NH de 4 estrellas. Estamos mejorando nuestra oferta, me dijo con comprensible tono de orgullo el hombrecillo. Pese a que el demonio me tentó por un rato, opté al final por ocupar una algo menos lujosa, pero con las comodidades imprescindibles: aire acondicionado y ducha. Además de organizar lo del hotel, tenía otros quehaceres pendientes en Purulia, pero en cuanto enchufé el aire en la habitación me dije, bueno, ya habrá tiempo mañana.

Y a la mañana siguiente, en el tren de las 9, se presentó en la estación la alegre muchachada, 50 y pico reclutas, comandadas por las oficiales de naranja. Las nenas estaban preciosas, engalanadas con los trajes de las mejores ocasiones. Aunque se puede ir al hotel andando 20 minutos, el calorcito que sufríamos ya no hacía aconsejable, por lo que nos pusimos a negociar el traslado con los de lo rickshaws. Pero los tipos se pusieron duros, y al ver que nuestra situación era delicada, no bajaban de las 30 rupias, cuando lo habitual son unas 15, exhibiendo en la negociación, además, maneras de sindicato organizado, pues a un par de morenos que parecían querer aceptar nuestra oferta les cayeron todo tipo de improperios (y mamporros, sospecho, si hubieran insistido).
Calculo que la diferencia entre ofertas era de unas 200 rupias en total, algo más de tres euros, pero no estábamos dispuestos a sufrir tamaño atraco (?), así que, salvo algunos privilegiadas (Didis y algunas de las nenas más pequeñas), a las que montamos en rickshaws, el resto nos pusimos en marcha, alegres los corazones, hacia el hotel. Ríete tú de la serpiente multicolor del Tour, esto sí que era un espectáculo cromático. Pero el sol apretaba de lo lindo, y cuando veía que alguna desfallecía, les preguntaba, ¿paramos?, no Dada, somos fuertes, podemos andar, respondían a coro. Qué capacidad de sufrimiento tienen, las pobres. Y así llegamos al hotel, 30 minutos más tarde. Por el camino me había fundido en agua para abastecimiento bastante más pasta de la que nos separaba de los gángsters de la estación, pero nuestro orgullo estaba intacto (no así nuestra salud).

Este hotel Akash es el más lujoso de Purulia. Me contaron los dueños, con los que entablé conversación, que sus clientes eran normalmente hombres de negocios. Así que lo de que una turba de 50 niñas apareciera por allí era toda una novedad. Os costará trabajo creer que metiéramos a las 50 y pico de la expedición en 5 habitaciones (de tres camas), pero como ya he comentado varias veces, la noción de espacio disponible es aquí algo peculiar. Inmediatamente se enchufaron el aire acondicionado y se quedaron pegadas a las teles, repasando series, viendo dibujos animados… por un momento me parecían niñas occidentales (salvo que en España protestarían si tuvieran que juntarse 15 en una habitación). Aunque lo que más las impresionó, quién iba a decirlo, ¡fue el ascensor! Creo que ninguna había montado en uno nunca, y cuando salimos de hotel (casi hubo que mandar a los Geos a las habitaciones para sacarlas) tuve que ir bajándolas, de 6 en 6, a casi todas, porque ninguna quería perderse el espectáculo. Cuando arrancaba el ascensor, las nenas se agarraban una a otras, temerosas, hasta que comprobaban que aquello no era peligroso y entonces, ya sí, disfrutaban del corto viaje. Hubo quien, pícaramente, intentó repetir, y cuando pedía 6 niñas nuevas, me decían, yo, Dada, yo nueva. Pero Santoshi, si te he visto bajar dos veces, noooo, Dada, no era yo, sería otra. Tardamos bastante en salir del hotel, jejeje, la foto recoge el río humano desde el Akash.

Y nos fuimos al Museo, montados en tres jeeps (echen cuentas, 55 en total, más los conductores). Y resultó que el Museo de la Ciencia era una maravilla. Yo ya lo había visto el día anterior, cuando me acerqué a comprobar que lo de que hubiera un museo así en una ciudad como Purulia no era una inocentada. Allí me recibió el director, que por supuesto dejó todos sus quehaceres (bueno, tampoco parecía muy ocupado) para mostrarme orgulloso las instalaciones. Es un museo muy bien diseñado, como podría ser el de cualquier ciudad española, con exposiciones bien interesantes, zonas de juegos para las nenas, un pequeño planetario, etc. Hasta tuvimos una charla Science is fun, donde un propio nos entretuvo, en un tono bastante divulgativo, con experimentos de Termodinámica, Química y Electromagnetismo. Aunque lo que querían las nenas era jugar en los columpios y divertirse con los experimentos: en las fotos las podéis ver creando música con sus manos o viendo un paisaje tridimensional de la superficie de Marte. Y aunque por supuesto la mayor parte del conocimiento que allí se exhibía está fuera del alcance de estas nenas, creo que se lo pasaron bien.


Ya era de noche cuando volvimos al hotel, aunque por el camino tuve que dar respuesta a esa sentida petición que las nenas me hacían con sus miradas: Dada, icecreams! Y en una tienda compramos helados para todas. No deja de sorprender que abastecer a la tropa me saliera por unos siete euros. O que darles de cenar a todas (arroz y vegetales, claro, las Didis vigilaban que no nos desviáramos de la ortodoxia) no pasara de los 12 euros. Claro, que tuvo que ser en un restaurante de la calle, porque las tarifas del hotel (un euro por persona) les parecieron intolerables a las Didis, que cuchicheaban entre ellas como diciendo, qué barbaridad, qué precios, a dónde iremos a parar.

Las niñas se subieron a las habitaciones, volvieron a enchufar el AC y la tele, y así estuvieron hasta altas horas de la noche. Didi pretendía poner algo de orden, pero creo que la convencí con lo de déjalas, por un día… Me mandaron cuatro de las nenas más pequeñas a dormir conmigo, sleeping, OK?, les dije, mientras yo me conectaba a Internet. OK, Dada, y se tumbaron obedientes. Aunque al rato una de ellas levantó la cabeza y, con sonrisa pícara, me dijo, Dada, TV? Me derretí y les dejé un ratillo viendo dibus, hasta que poco a poco se fueron quedando dormiditas, las cuatro en la misma cama.

A la mañana siguiente las dejé en la estación (tras una nueva caminata) y yo me quedé en Purulia haciendo algunas gestiones, como la de ir al otorrino para que mirara los oídos, que desde hace una semana tenía taponados, seguramente por el agua que se me mete al lavarme cada mañana. Evitaré al lector la descripción detallada de lo que de allí pudo sacar el galeno, pero su trabajo fue eficaz, porque de repente volví a oir perfectamente. Justo entonces descubrí que Purulia no era la ciudad calmada y silenciosa que me pareció el día anterior, sino un infierno de pitidos y ruidos insoportables. Al salir del hotel y contar en la habitación hasta 12 botellas de agua vacías, me di cuenta de lo increíblemente calurososos que habían sido los días, y del tute que se habían pegado las nenas. Pero creo que les valió la pena. A ellas... y a mí, claro.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Por supuesto que valió la pena, no hay mas que ver cómo les brillan los ojitos! Buenísimo el plan. Congrats!

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