Punto y final

Abro el ordenador en el hotel de Nueva Delhi en el que apuro mis últimas horas de estancia en la India. Esta noche tomo el avión de vuelta: se cierran estos tres meses de aventura india, y parece razonable dar también finiquito a este blog que me ha acompañado y os ha acompañado durante este tiempo.

Me resisto a hacerlo, lo reconozco, porque me he divertido muchísimo escribiéndolo y -casi más- leyendo vuestros comentarios. No sé si tendré otra oportunidad de escribir tan de continuo. Quizás debería pensarme si prolongarlo con un sucedáneo del tipo “Pablo en Embajadores”; concedo que tendría menos glamour, pero oye, pasan también cosas fantásticas en mi barrio. Solo hace falta estar atento. Apenas estamos atentos a lo que pasa a nuestro alrededor, y es una lástima. Miramos y no vemos.

Casi tanta como reincorporarme a mis tareas habituales en España, me da muchísima pereza ponerme a escribir balances (no me cuadrarían, en todo caso), resúmenes o miradas atrás. Lo vivido está vivido, y parte de ello ha quedado reflejado en este blog. Ponerse ahora a cuantificar sentimientos o catalogar recuerdos sería, como decía la canción, someterlo todo al sistema métrico.

Seguramente, tras estos tres meses, se me quedan bastantes posts en el tintero. Hay muchos asuntos sobre los que no he conseguido la suficiente información como para atreverme a componer un post al respecto: el papel de las castas, asuntos religiosos, etc. Recuérdese que he vivido encerrado en una comunidad que no sigue muchos de los dictados (religiosos o de costumbres) del resto de la India. Pero, además, ¿qué India? En estos últimos diez días de viaje he comprendido que hay muchas Indias, lo que no debería sorprender en un país de más de mil millones de habitantes, más de 300 idiomas distintos y tan grande como Europa. Y la India que he vivido, West Bengal, casi en el borde con Jarkhand, es una de las “peores” caras de esa India. Al menos eso dicen los indios de otras partes, con notable desprecio, por cierto. Lo poco que he visto en Delhi, Agra, Jaiur o Rishikesh, los sitios donde he estado, me han convencido finalmente de la inutilidad de redactar un post con una impresión general sobre los indios. Por un lado, no sabría de quién tendría que hablar: acaso de la tribal people que habitaba los poblados alrededor del colegio, o de las mujeres con burkha que pasean por Jaipur, o de los sijs coronados con turbante, de los jóvenes cosmopolitas de New Delhi, de los sadhus harapientos (y fumados) que mendigan por Rishikesh… E incluso si existiera esa noción de “indianity” de la que algunos hablan por ahí, no creo que tuviera palabras muy positivas para con las trazas que, según mi experiencia, la caracterizarían. No sé, quizás me perdí algo, o no supe verlo, así que mejor no entrar en detalles.

A cambio, como imaginaréis, salgo de aquí con un sólido y creo que duradero vínculo sentimental con algunas de las personas que he conocido aquí, mis Didis, mis niñas. Se queda un pedazo de mi corazón, así que quizás tenga que volver en alguna ocasión, bien a recuperarlo, bien a comprobar cómo le va por estas tierras.

En estos diez días de viaje apenas he alimentado este blog, salvo alguna esporádica (y gamberra) incursión de K. He visitado los lugares imprescindibles, aunque sin ningún afán de abarcarlo todo: New Delhi, Agra, Jaipur, luego al norte hasta Risikesh. Aviso ya de que no con la minuciosidad que quizás merecían esos lugares. Lo digo a modo de protección frente a esa extraña costumbre (que quizás tenemos todos) de someter a competición las experiencias viajeras: “¿Qué has estado en … y no has visto…? ¡Pues te has perdido lo mejor!”. Pues nada, gracias por informarme de mi estupidez, dan ganas de responder. Pero es que me apetecía más disfrutar de los paseos al atardecer, entre el tumulto de los comerciantes, de los rallies en rickshaw por las callejuelas, o incluso de ciertos lujos (ducha, masaje) en alguno de los hoteles en los que hemos estado, que seguir un meticuloso programa de visitas. Aún así, me ha dado tiempo a disfrutar de la belleza color salmón de Jaipur o a quedarme maravillado (clavado en el suelo, hipnotizado durante más de una hora, abrumado, sería más preciso) por la increíble majestuosidad del Taj Mahal. Por su asombrosa simetría. Por su blancura indescriptible. Uno cree que lo conoce, lo ha visto mil veces en fotografías, pero oigan, no se lo pierdan en directo: es una experiencia casi mística, una inmersión en la belleza absoluta. También tuve tiempo de visitar Risikesh, el lugar donde el Ganges (la madre Ganga) abandona la montaña para pasar al llano. Un lugar sagrado para los hindúes, en el que te ves rodeado de sadhus (los anacoretas que se pasan la vida vagando por los caminos, viviendo de la misericordia ajena y fumándose todo lo fumable) y de pseudo-hippies occidentales, quizás un poco trasnochados, que acuden allí no sabe uno bien en busca de qué. También he tomado contacto con otra India, una más moderna, no sólo en cuestión de infraestructuras, sino también en usos y costumbres. Como la que representaba la encantadora familia de Gyka, madre separada de una niña preciosa, con la que coincidimos en el tren nocturno camino de Rishikesh y cuya forma de ver la vida me hizo reconciliarme, de alguna manera, con la India, y albergar esperanzas de que algunos cambios son posibles, aunque serán lentos.

Completo este post en Madrid, rodeado ya de los lujos y comodidades a los que, reconozco, no me ha costado mucho (re)acostumbrarme. Aunque confieso que sigo manteniendo una cierta sensación de irrealidad, de no saber bien en qué mundo estoy. Supongo que la vorágine de la actividad diaria me pondrá rápidamente en mi sitio.

Me paro a pensar y me entretengo con un rápido recorrido mental por lo que he vivido: quizás no haya visto arder soles más allá de Orión… pero he visto mucho. Y he sentido tanto o más. Aún así, siento que me queda mucho por aprender y descubrir de este país. Así que sospecho que será ineludible volver alguna vez. Quizás sea entonces la ocasión de continuar con este blog. Pero, por ahora, salvo que al organizar la enorme colección de fotos que me he traído descubra que puede ser divertido compartir algunas de ellas con vosotros, lo doy por cerrado. ¡Qué divertido ha sido! Gracias por compartirlo conmigo.

Ahora, como corresponde a su virtualidad, este blog se irá deshaciendo en el ciberespacio, poco a poco, llevándose con él todos los sonidos, colores y olores; sonrisas y llantos; recuerdos y emociones; de los que aquí he disfrutado.

En Madrid, a 8 de junio de 2009.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Pablo,

Gracias a ti por haber compartido con nosotros este viaje...

Anónimo dijo...

Vaya...me dá pena leer la palabra final...pero supongo que como todo, ésto también tenía que terminar.

GRACIAS a tí por haber sabido transmitirnos tan bien la variedad y la intensidad de tus sensaciones durante ésta aventura vital.

Fué realmente un asomarse a aquella realidad desde una ventana por la que se colaron risas, colores y hasta llantos, pero sobretodo por la que vivimos a través de tí y de tu forma tan especial de ser, todo lo maravilloso que supo darte Esa India, una que para tus lectores lejos quedará de ser "la peor".

Estuvo muy lindo y como siempre, ha sido un placer leerte. No hay más formas de decirlo en castellano, así que de nuevo: G r a c i a s !

Anónimo dijo...

¿Y es definitivo que se acaba? Bueno valeee,ha estado fenómeno leerte y compartir todo esto contigo. Gracias por dejarnos hacerlo.
Pero ántes de que vuelvas por allí e inicies el Pablo en la India Parte II y como sugerencia alternativa a Pablo en Embajadores ( que ya sé que en tu barrio ocurren mogollón de cosas) qué tal uno que se llame algo así como:
"De cómo Super Dada sobrevivió a las bandas guerreras femeninas de distinta tendencia al volver a occidente".... :D

devakii@gmail.com dijo...

Querido Pablo, espero que llegues a leer este comentario.

Primero darte las gracias por tu blog. He sido una lectora silenciosa y anónima, mas que nada porque me hubiese parecido una especie de contaminación inmiscuirme en tu experiencia. Ahora que has acabado el blog quiero presentarme para decirte lo mucho que he disfrutado e incluso llorado de emoción con nuestras experiencias y sensaciones comunes.
Yo visité Purulia por primera vez en abril de1986. Desde la estación de Pundag habia que caminar hasta Umanivas, pasando a descansar por una de las escasas, en aquel tiempo, escuelas de niños y alguna aldea que debia ser visitada por la Didi que me acompañaba. Ella era la encargada de Uma Nivas, que en aquel tiempo consistia en un casa de adobe con tejas y suelo de tierra, con dos habitaciones y el cuarto de la cocina.
Una casa no mucho mas grande que las que ves en los poblados. Tenia un muro que la rodeaba y que dejaba un patio pequeño en su interior, donde Didi y yo nos sentabamos en la noche a hablar y mirar las estrellas. No habia mucho mas a su alrededor. El muro era la unica protección para las diez niñas y las didis que alli estuvieran. Eso y el kirtan que se bailaba cada atardecer alrededor del muro.
Los camastros estaban llenos de esas garrapatas que salen por la noche y se alimentaban de cualquiera de las venas de mis piernas, y que luego dolía como quemaduras. Espero que esto no te pasara a ti. Luego el baño se hacia en el charco mas cercano, envuelta en el sari, frente a las vacas y perros junto a las aldeanas y las niñas y al otro lado de los hombres de las casas de la vecindad.

El año pasado, en Octubre de2009 me casé en Purulia. R, mi marido. es de etnia Shantali, de una aldea tribal a una hora y media de donde tu estabas. Toda Purulia, y más alla se enteró y conmovió con una historia de amor entre una extranjera y un chico tribal, que seria la segunda casta mas baja. El casarse por amor ya era de noticia, y más cuando las tribus solo se casan con otros de su misma etnia. Estamos en Canarias, de donde soy, y donde he leido tu blog con muchísmo deleite. GRACIAS..

Anónimo dijo...

El testimonio anterior nos muestra que es posible un cambio, por muy difícil que parezca. Gracias a ti también!

Anónimo dijo...

=) próximamente...

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