La tormenta perfecta

El domingo pasado tuvimos tormenta, quizás no perfecta, pero desde luego apabullante y con un toque hasta fantasmal. De repente, como a media tarde, los cirros, cúmulos y estratos de la canción se fueron apelmazando, acumulándose, a borbotones, el cielo se oscureció, y pareció que iba a caer sobre nuestras cabezas. No he vivido nunca un huracán o un ciclón, pero esto debía de estar a medio camino: el viento meneaba los árboles con furia, los relámpagos iluminaban el cielo, los truenos en verdad asustaban. Nos sentamos en el porche, a disfrutar del panorama, de la media luz del ambiente, de la Naturaleza desatada. Yo, de lo más contento, con una sonrisa. Os juro que si se hubiera puesto a llover con fuerza habría salido al campo a escenificar el Cantando bajo la lluvia a la hindú, que para eso ya me he aprendido algunos movimientos. Pero el debut del Gene Kelly local deberá esperar otra ocasión. Porque al final llovió, aunque no mucho. Lo suficiente como para remojar los campos, no lo bastante como para aliviar las escaseces de agua que tenemos. Pero qué gusto poder dormir por fin un día con fresquito. Advierto, de todas formas, de que la tregua solo ha durado un par de días, y que ya hemos vuelto a las temperaturas de horno, aunque parece que la furibunda ola de calor ya ha remitido, ahora no pasaremos de los 40. No sé si las fotos que acompaño os permitirán haceros una idea del tormentón. Por cierto, en una de ellas, la del árbol agitado por el viento, se entrevé la casita donde duermo, y el ya mítico tejado que me acoge en mis noches calientes (de temperatura, digo). Por cierto, se trata de un tejado recto, más azotea que otra cosa, alguno quizás pensaba que dormía en frágil equilibrio por la pendiente.

Pero tras la tempestad, ya se sabe, viene la proverbial calma, y justo en calma estábamos cuando por la puerta apareció una legión de Dadas, de los de verdad, los novios de las Kennys, con sus uniformes naranjas y sus turbantes blancos. Éstos también suelen moverse en moto por los alrededores, pero no en la cutre-Vespa de Didi, sino en unas Yamahitas de unos cuantos centímetros cúbicos que no tienen mala pinta. Como se las dejen un día olvidadas cerca me doy un voltio y me pongo a hacer tumbadas por estos caminos (la leche que me espera es fina). La pinta de las motos es apañada, la que os podréis imaginar que es de risa es la de estos naranjitos a sus mandos. Sobre todo el trío (sí, tres, uno, dos y tres) que vi hace poco surcar los caminos, agarraditos, como en la canción de Maria Dolores Pradera. Definitivamente, tengo que dedicar un post (convenientemente ilustrado con fotografías) a los medios de transporte de aquí, bicis, motos, coches… ¡y hasta elefantes! (sin coña). A lo que iba, los Dadas venían a hacer una especie de jornadas espirituales, vamos, a darles una chapa soberana a las pobres niñas. Aunque Didi me tiene aquí acogido en la gloria, de vez en cuando no puede evitar la preocupación por el qué dirán, y cuando vienen los Dadas me pide que me limite a un discreto segundo plano, es decir, que me recluya en mi habitación, tampoco es cosa de exhibirse. Los Dadas, no sé si alguna vez lo comenté ya, llevan unas barbuzas que echan para atrás, que les hacen parecer de 500 años en adelante, aunque quizás alguno sea más joven que yo. Por cierto, tuve hace unos días mi primera sesión de meditación con uno de ellos, pero, aayyyy, no puedo contaros detalles, porque el ritual comenzó con juramento solemne de no desvelarlos. Duro castigo para mi espíritu periodístico, os imaginaréis, pero seré fiel a mi promesa, os aguantáis. Como se preveía que aquello iba a durar como dos horas, y dado que estábamos sin luz y hacía fresquito, decidí que lo mejor era darme una vuelta por los alrededores, propuesta que Didi acogió con alivio, lárgate, sí, que los Dadas están mirando de reojillo.

Así que, mochila al hombro, y provisto de cámara de fotos, salí a darme un paseíto, no en dirección a Khatanga (término municipal, o como le llamen aquí, al que pertenecemos, ése queda para el otro lado), sino hacia Damgruttu (que no creo que se escriba así, pero así es como lo oigo). Aunque ya me habían visto alguna vez pasar por allí, mi presencia no dejó de concitar el habitual interés, y los habitantes del poblado salían a las puertas a observar al marciano. Esto, por otra parte, no me suena tan extraño, me imagino que pasaría lo mismo si un forastero paseara por algún pueblecillo de, por ejemplo, mi provincia natal. En fin, podría ponerme fantasioso y contaros que algún humilde aldeano salió de su cabaña de barro para invitarme a entrar en ella, Dada, please, y que acabé la jornada compartiendo una frugal cena a la luz de unas velas, ¡oh, qué bonito!, espíritus nobles en su pobreza que se alegran de compartir hasta lo que no tienen. Pero no, en realidad, mas allá de que me miraban con mucha atención, y de que algunos niños, entre risas, me saludaban a la Namaskar, tengo que decir que no me hicieron ni puto caso. La hospitalidad de estas tierras, otro mito que requiere revisión (pero ésa es otra historia, u otro post). Seguí paseando, y a las afueras del poblado (bueno, no hay tales afueras, son casas a lo largo del camino, sin ton ni son) descubrí a la juventud local dedicada a sus distracciones, que como aquí no llegó lo de la juventud baila, pues es la juventud juega. Como la tarde era fresquita, la chavalería (y no tan chavalería) estaba entretenida practicando un juego que tardé un poco descifrar, pero que esencialmente consiste en que los de un equipo se colocan en líneas paralelas y los del otro tratan de filtrarse entre ellas sin que les toquen, que si no quedarían eliminados. Es medio raro, no avanza mucho, porque uno se queda enfrente del del otro equipo y a ver cómo le pasa, amagas que te vas para un lado, frenas y sales por el otro, pero el contrario te marca… no sé si la foto da una idea. El caso es que me entretuve un poco viéndoles, pero acabé aburriéndome y seguí mi camino. Un poco más adelante, por cierto, las nenas del poblado estaban jugando exactamente a lo mismo. Os juro que intenté socializar: sonreía a las chicas que me salían al paso, con lo que conseguía que se taparan la cara y rieran cuchicheando con la de al lado, les hacía gestos y gracietas a los nenes pequeños, saludaba ceremoniosamente a los mayores que me encontraba. Pero salvo quizás con los nenes, no puedo decir que tuviera mucho éxito en mi programa de amistad hispano-india. En fin, será cuestión de insistir. Llegué hasta la vía del tren, que está como a 3 kilómetros del colegio, estaba empezando a oscurecer y me dije que mejor me daba la vuelta. Por el camino aun me dio tiempo a tirar unas cuantas fotos, que entre mi impericia y la poca luz que había no han salido muy brillantes. Pero me gustó el efecto de la bandera (ésta del león es la del CPM) contra el ocaso, o la simpatía de los nenes al posar, casi en la oscuridad. Mi único momento de popularidad aquí es cuando tiro una foto, entonces llegan a patadas los niños y mayores y se abalanzan para ver el resultado en la pantallita de la cámara. Eso les flipa, se tronchan al verse retratados. Pero claro, son tantos los que acuden, que siempre hay problemas de orden público, quita que no veo, anda mueve la cámara para acá, de suerte que alguno me agarra el brazo e incluso coge la cámara para asegurarse un mejor ángulo. Que me entran ganas de decirles como toques la cámara te meto, que me ha costado un pastón, criatura.

De vuelta al colegio, los Dadas ya se habían ido, las nenas estaban recuperándose del dolor de cabeza que la brasa espiritual les había causado, y Sunita me tenía preparada una cacerola inmensa de puris, mi plato favorito. El final del día perfecto.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Las fotos se agradecen,además son espeluznantes, la de la bandera parece tener hasta efectos especiales. Espero que las guardes en la tarjeta de memoria para hacer alguna copia (puede ser?).

Por otro lado me alegro que vuelvas a escribir desde dentro. Que se agradece que escribas de todo un poco, pero yo personalmente echaba de menos el relato más "profundo".

Ah! por cierto, enhorabuena a los seguidores del bcn! La que liasteis el otro día, a ver si se repite!

Os acordasteis de felicitar a las madres??? jejejeje.

Anónimo dijo...

Me alegro por la lluvia y el fresquito, y espero que pronto sea suficiente, aunque si no me equivoco, lo de las lluvias por allí cuando aparecen son como las que narraba Forrest Gump, empieza a llover y ya no para en cinco meses.
Debe ser curiosa la sensación de marciano y me hace gracia que por muy extraña que sea tu presencia ,si no haces funcionar la "tecnología punta" que llevas en mano, no se genera más interación. Buenísimas las fotos. A mi siempre me parece que escribes "desde dentro" , por eso precisamente me gusta tanto este Blog. :)
Bueno, a seguir bien. besos
PD. Enhorabuena a la gent blaugrana.

Anónimo dijo...

Felicidades compai, ¿ah todavía no?, pues cómo no: aunque se gane la final, siempre se recordará ese amor por la bola y las ganas de jugarla disfrutando (y si se pierde también, que al fin y al cabo es el recuerdo que siempre acompaña, y sin vitrinas).
Yo creía que con la tormenta perfecta iba a venir aquéllo de yo tuve un gran amor durante un chaparrón, pero al parecer el vendedor de pararayos no salió de casa, ohhhh, esperemos todos que otra vez así sea.
Por cierto, ¿cómo se encuentra esa cámara que dispara echando párrafos sin que se le llene la memoria?

Anónimo dijo...

Te veo, por primera vez, aburrido. Quizás te lo haya causado este extraño día en que sobrabas de algún sitio y en los otros no acabaron de verte.

Por otra parte, como dicen por ahí arriba, se agradece que saques fuerzas para seguir escribiendo desde las entrañas.

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