En la playa (II)

Pros y contras, yin y yan, haz y envés, la fuerza y su reverso tenebroso… materia y antimateria, lo blanco y lo negro… ¡incluso tigres y leones! (los de Torrebruno, digo, todos quieren ser los campeones)… los opuestos, la contradicción que mueve el mundo… Uy, ¿pero qué llevan estos cigarrillos que me han dado?

Como cualquier ente pensante sabe, todo episodio de felicidad viene siempre acompañado de algún detalle no tan placentero. Y a esas circunstancias, que adelanto ya que consiguieron hartarme -o, en versión más precisa, que estuviera hasta los huevos-, voy a dedicar esta segunda parte. Aunque antes permitidme que me recree en alguno de los momentos agradables que apenas esbocé en la primera parte.

(Por cierto, ya sabéis por qué no pude terminar el post, K. se ha encargado de desvelarlo. ¡Pero es que venía acompañada por sus secuaces, todas ellas vestidas tan provocadoramente! Y, claro, no iba a dejar de atender como se merecían a tan excitantes visitas. Vaaale, mejor dejo de darle caladas a esto, pero oye, de primera calidad, ¿eh?…)

Retomo la narración, más que nada porque quiero incluir un par de fotos que se quedaron pendientes, como ésa en la que se ve a Rupa girando a velocidad endiablada y feliz en su columpio. O la de la colorista tripulación de una de las barcas que participaron en la que la Historia conocerá como la Gran Batalla Naval de Digha, ríete tú de Salamina o Lepanto. No me diréis que no impresiona la estampa del Capitán Kenny arengando a la tripulación, vamos, mis valientes, que son pocos y cobardes. Por cierto que, aprovechando la impericia de Didi al timón, no hacían más que dar vueltas en torno a sí mismas, les hicimos un par de abordajes traicioneros que casi las llevan al naufragio. Didi me miraba medio sonriendo, aunque seguramente se estaba acordando de mis antepasados, mientras mis marineras se tronchaban de risa. Para algo tenía que servir mi instrucción naval en las barcas del Retiro. O esa última foto en la que se puede apreciar la entrada a la playa, a primera hora de la mañana, con las dos deidades saludando ceremoniosamente a los posibles bañistas.

¿Y por qué hasta los huevos? Por la misma razón por la que hemos estado ¡seis! días sin luz en el colegio, y nadie ha movido un dedo para arreglarlo, llamar o protestar… ya volverá, parecen pensar. Por la misma por la que ya he dado por perdida definitivamente la batalla de las pinzas: salvo en la mañana en la que nos íbamos a Digha, cuando las amenacé en broma con no llevarme a quien no las usara, y las niñas se lo tomaron en serio, apenas unas cuantas las usan con regularidad… y la ropa sigue cayendo al suelo. Por exactamente la misma que un simple embudo que compré para que llenaran las botellas con el agua que sacan del pozo ha dejado de usarse, pese a que allí al ladito lo tienen. Porque no hay quien luche aquí contra la inercia, la rutina o la costumbre. Da igual que la novedad sea objetivamente buena o mejor, no es parte de lo habitual, así que para qué.

En el viaje tuve varios episodios de desesperación. Cada decisión, cada negociación que emprendíamos, era una pesadilla. Sería largo y aburrido detallarlas todas. Pero me encrespé cuando las Didis no perdonaron ni una sesión de meditación (¡pero acortadla al menos!), restando así horas de disfrute de playa. Me irrité cuando algunas de las niñas se quedaron durmiendo en lugar de ir el sábado por la mañana a jugar a la playa (seguramente será la única oportunidad que tengan en sus vidas). Me cabreé cuando los conductores trataron de decidir qué sitios y en qué orden debíamos visitar (pero coño, ¿aquí quién paga?). Me enfadé cuando tuvimos que irnos al otro lado de Digha una día para comer porque las Didis no se fiaban de que otros sitios fueran fully vegetarian (es decir, que no usaran ni cebolla ni ajo), cuando en sus casas las niñas comen de todo. En fin, me molesté con todas las decisiones que se tomaron atendiendo a costumbres, hábitos o rutinas en lugar de pensar en lo que a las nenas les haría felices en esta oportunidad única.

Mención especial merece el “acoplado”. El tipo en cuestión es un chaval de unos veintitantos, que hace unos años estuvo dando clases en el colegio; ahora creo que trabaja en la escuela primaria. Yo lo había visto un par de veces, se manejaba con el inglés y parecía tener buena pinta. Su mujer, que por cierto está como un queso, sí que es profesora aquí. Y como mi idea era llevar a la playa a todos los que forman parte del colegio, le dije a Didi que podía invitarla también (espero que ningún malpensado deduzca que sus cualidades queseras tuvieron algo que ver con mi oferta). Como ella no podía ir, porque tiene un nene pequeño, le pidió encarecidamente a Didi que se llevara a su marido. Pues venga, vale, no viene a cuento, pero que se apunte, al menos echará una mano. Por cierto que durante la preparación del viaje, en algún momento me comentó Didi que si nos podíamos llevar al padre de Shibani, un matusalén que hace guardias por la noche en el colegio. El hombre argumentaba que le habían dicho que Digha era muy bonita y que no quería perdérselo. Me costó cierto esfuerzo convencer a Didi de que, aunque el razonamiento del tipo era plausible, allí no pintaba nada. Volviendo al marido de la profesora (que no de la peluquera): el pollo dio toda una lección de cómo son los hombres hindúes. Recuérdese que iba allí para echar una mano. Pues no, con tantas mujeres alrededor, para qué hacer nada. Y en lugar de ocuparse de ayudar en la organización, cuidar de las nenas o tareas semejantes, el tío, con todo el morro, se metió en la habitación, enchufó la tele, y allí se pasó los dos días. Sin moverse. ¡Si es que hasta hubo que llevarle la comida y la cena a la habitación! Cuando al día siguiente de una de las cenas se quejó de que no le habíamos llevado suficiente comida, Didi me tuvo que parar, porque me lo comía. Uff, me estoy irritando sólo de recordarlo, no he visto nunca un morro semejante. Me quedé con las ganas de tirarlo al mar, hala, majete, hínchate a Digha.

El esperpento final sucedió en Purulia, cuando volvíamos. El autobús que nos llevó a la playa era demasiado grande para surcar los caminos que llevan al colegio, así que teníamos un problema. Llegamos a la estación y nos pusimos a negociar con el dueño del artefacto, a ver si podía conseguirnos un autobús más pequeño. Curiosamente, aunque ambos hablaban inglés, Didi y el tipo se pusieron a discutir los detalles en bengalí. ¡Pero si era yo el que pagaba y el que tenía que decidir! Al rato, el acoplado decidió que ése sí que era un buen momento para participar en la excursión y se metió por medio. Lo mato, quítadme a este tipo de enmedio o lo mato. Me alejo un rato, para no cabrearme, y cuando vuelvo descubro al tipo del autobús clamando a gritos: ¡yo llevo 20 años en este negocio y aquí se está dudando de mi honestidad! ¿Pero qué había pasado entre medias? A todo esto, como es costumbre aquí, en torno a nosotros se habían arremolinado como diez mil indios, a ver qué se cuece. Para cocciones, las de las niñas, que mientras tanto seguían metidas en el autobús. ¿Pero es que nadie piensa en ellas? Así que tuve que coger al tipo, llevármelo a un lado, y decirle tío, esto me lo resuelves pero ya, búscame un autobús inmediatamente que las niñas ya no pueden más. Y así fue, al rato teníamos el vehículo. Pero creo que si no hubiera intervenido aún estaríamos discutiendo de honras, dineros y autobuses.

Todos estos episodios, y alguno más que os ahorro, consiguieron que volviera de Digha echando chispas. Y lo que siguió no hizo sino aumentar mi irritación. Por ejemplo, al día siguiente llevé a Rina al médico a Purulia. Rina es una preciosidad, pero tiene un ojito con el párpado un poco cerrado. Cuestiones estéticas aparte, se me ocurrió que quizás eso podía estar afectando a su visión, así que la llevé al oculista. Después de hacer una cola interminable (yo ya iba flamenco, os recuerdo), tras pagar 150 rupiazas por la visita (que en euros no es nada, pero aquí es una pasta), entramos a la consulta, el tipo la mira, medita un instante y declara, satisfecho: es un problema de nacimiento. ¡Coño con el Sherlock Holmes!, a que le meto una hostia encima, que eso ya lo sé yo, ¿quieres mirarla con los aparatos? Y nada de comprobar si ve bien las letritas de los carteles, anda, pon en marcha la maquinita de los rayos, que para eso la tienes. Así, persiguiéndolo, casi amenazándolo, conseguí que nos atendiera como Dios manda. Por cierto, Rina no tiene nada, ve estupendamente, y su problema se resuelve con cirugía, claro. Quizás le eche una mano con eso, ya veremos, porque requiere que los padres la lleven a Kolkata, que la vean médicos, etc. No será tanto cuestión de dinero como de interés e implicaciones paternas. Así que dudo mucho que se acabe haciendo nada.

Toda esta irritación tiene mucho que ver con la sensación que me han dejado indios en este viaje. Como tengo intención de escribir un post al respecto, no seguiré, pero ya os podéis imaginar de qué va. Me cuenta Andy, el voluntario americano, que durante el tiempo que ha estado en la India, llevan un año de aquí para allá, ha aflorado un lado violento que no creía tener. El tipo va muy en plan hippy, mucho oooommm, pero me cuenta que más de una vez ha tenido que contar hasta cien para no liarse a piñas (el pollo mide como uno noventa y tantos, así que se iba a quedar solo si se pone a repartir). Me dice que no me sulfure, que así es como funcionan las cosas aquí y que no hay manera de cambiar nada. Y tiene razón. Pero si no hubiera sido por mi balsámica escapada al hotel de Purulia, lo mismo había hecho algún disparate y ahora estaría en líos con la justicia india.

Pero bueno, ahora lo que estoy es en plena cuenta atrás. Apenas me quedan tres días aquí, porque el domingo salgo para Kolkata. Al final no tendremos una fiesta de despedida como había imaginado, porque justo ayer empezaron las vacaciones estivales y las niñas se están empezando a ir, en lento goteo. Se quedarán unas cuantas, porque mañana empieza un festival anandamarguero, en el que van a bailar y cantar. Será un bonito fin de fiesta. Aunque, entre los líos del festival y los posibles apagones, dudo mucho que me dé tiempo a terminar todo lo que tenía pensado. Al menos lo de los madrinazgos musicales ya está en marcha, las interesadas habéis recibido el mail correspondiente, y lo que no pueda completar aquí lo haré a mi vuelta a España. Mi plan para esta última semana era ponerme a escribir como un loco los diversos posts que tengo pendientes, pero las condiciones no me lo han permitido. A partir del lunes que viene estaré missing por la India, así que no sé si tendré oportunidad de colgar muchos más posts. Pero estén atentos a esta pantallita, habrá sorpresas, a este blog aún le queda cuerda. No se despisten, que ya han visto que casi nunca decepciono.

3 comentarios:

Yoda dijo...

Hasta el mejor de los Dadas, a explorar su lado oscuro derecho tiene!!! Que la paciencia te acompañe! :-)

Anónimo dijo...

Normal que te hayas desesperado ( fuuu, yo pensaba que el tema iba por lo de cómo poner de acuerdo a tantas mujeres...jeje ) aunque como alguien bien te aconsejaba, olvidalo , ¿para qué sirve recordarlo? Sólo acuerdate de lo bueno.

Una pena que hayas "perdido la batalla de las pinzas"...pero solo fué eso, una batalla no la guerra... y si cuando te vayas, las usan más por recordarte y porque: Dada insisted so much on it..maybe he was right, they are usefull... todavía queda una esperanza.
Ya sabemos el buen jugo que le has sacado a toda tu experiencia en Purulia, así que sobra decirte que disfrutes igualmente del periplo que inicias next week. Fuuu, eso dará para miles de posts! Eso está bien pues nos asegura que este Blog seguirá vivo.
Lo único, que a pesar de ser pedazos de caras duras, no te pegues con ningúno, que son muuuchos.
Un beso grande y cuidate mucho. Hasta que vuelvas.

Anónimo dijo...

..cuando finalice tu aventura vital voy a echar de menos la espera de un post tuyo, y despues de leerlo la esperanza de que existe gente en el mundo con ganas de cambiarlo. Aunque el mundo no se deje cambiar ni siquiera 5 minutos al día.

Que tengas unas buenas vacaciones y escribe cuando puedas.

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