Me resisto a hacerlo, lo reconozco, porque me he divertido muchísimo escribiéndolo y -casi más- leyendo vuestros comentarios. No sé si tendré otra oportunidad de escribir tan de continuo. Quizás debería pensarme si prolongarlo con un sucedáneo del tipo “Pablo en Embajadores”; concedo que tendría menos glamour, pero oye, pasan también cosas fantásticas en mi barrio. Solo hace falta estar atento. Apenas estamos atentos a lo que pasa a nuestro alrededor, y es una lástima. Miramos y no vemos.
Casi tanta como reincorporarme a mis tareas habituales en España, me da muchísima pereza ponerme a escribir balances (no me cuadrarían, en todo caso), resúmenes o miradas atrás. Lo vivido está vivido, y parte de ello ha quedado reflejado en este blog. Ponerse ahora a cuantificar sentimientos o catalogar recuerdos sería, como decía la canción, someterlo todo al sistema métrico.
Seguramente, tras estos tres meses, se me quedan bastantes posts en el tintero. Hay muchos asuntos sobre los que no he conseguido la suficiente información como para atreverme a componer un post al respecto: el papel de las castas, asuntos religiosos, etc. Recuérdese que he vivido encerrado en una comunidad que no sigue muchos de los dictados (religiosos o de costumbres) del resto de la India. Pero, además, ¿qué India? En estos últimos diez días de viaje he comprendido que hay muchas Indias, lo que no debería sorprender en un país de más de mil millones de habitantes, más de 300 idiomas distintos y tan grande como Europa. Y la India que he vivido, West Bengal, casi en el borde con Jarkhand, es una de las “peores” caras de esa India. Al menos eso dicen los indios de otras partes, con notable desprecio, por cierto. Lo poco que he visto en Delhi, Agra, Jaiur o Rishikesh, los sitios donde he estado, me han convencido finalmente de la inutilidad de redactar un post con una impresión general sobre los indios. Por un lado, no sabría de quién tendría que hablar: acaso de la tribal people que habitaba los poblados alrededor del colegio, o de las mujeres con burkha que pasean por Jaipur, o de los sijs coronados con turbante, de los jóvenes cosmopolitas de New Delhi, de los sadhus harapientos (y fumados) que mendigan por Rishikesh… E incluso si existiera esa noción de “indianity” de la que algunos hablan por ahí, no creo que tuviera palabras muy positivas para con las trazas que, según mi experiencia, la caracterizarían. No sé, quizás me perdí algo, o no supe verlo, así que mejor no entrar en detalles.
A cambio, como imaginaréis, salgo de aquí con un sólido y creo que duradero vínculo sentimental con algunas de las personas que he conocido aquí, mis Didis, mis niñas. Se queda un pedazo de mi corazón, así que quizás tenga que volver en alguna ocasión, bien a recuperarlo, bien a comprobar cómo le va por estas tierras.
En estos diez días de viaje apenas he alimentado este blog, salvo alguna esporádica (y gamberra) incursión de K. He visitado los lugares imprescindibles, aunque sin ningún afán de abarcarlo todo: New Delhi, Agra, Jaipur, luego al norte hasta Risikesh. Aviso ya de que no con la minuciosidad que quizás merecían esos lugares. Lo digo a modo de protección frente a esa extraña costumbre (que quizás
tenemos todos) de someter a competición las experiencias viajeras: “¿Qué has estado en … y no has visto…? ¡Pues te has perdido lo mejor!”. Pues nada, gracias por informarme de mi estupidez, dan ganas de responder. Pero es que me apetecía más disfrutar de los paseos al atardecer, entre el tumulto de los comerciantes, de los rallies en rickshaw por las callejuelas, o incluso de ciertos lujos (ducha, masaje) en alguno de los hoteles en los que hemos estado, que seguir un meticuloso programa de visitas. Aún así, me ha dado tiempo a disfrutar de la bel
leza color salmón de Jaipur o a quedarme maravillado (clavado en el suelo, hipnotizado durante más de una hora, abrumado, sería más preciso) por la increíble majestuosidad del Taj Mahal. Por su asombrosa simetría. Por su blancura indescriptible. Uno cree que lo conoce, lo ha visto mil veces en fotografías, pero oigan, no se lo pierdan en directo: es una experiencia casi mística, una inmersión en la belleza absoluta. También tuve tiempo de visitar Risikesh, el lugar donde el Ganges (la madre Ganga) abandona la montaña para pasar al llano. Un lugar sagrado para los hindúes, en el que te ves
rodeado de sadhus (los anacoretas que se pasan la vida vagando por los caminos, viviendo de la misericordia ajena y fumándose todo lo fumable) y de pseudo-hippies occidentales, quizás un poco trasnochados, que acuden allí no sabe uno bien en busca de qué. También he tomado contacto con otra India, una más moderna, no sólo en cuestión de infraestructuras, sino también en usos y costumbres. Como la que representaba la encantadora familia de Gyka, madre separada de una niña preciosa, con la que coincidimos en el tren nocturno camino de Rishikesh y cuya forma de ver la vida me hizo reconciliarme, de alguna manera, con la India, y albergar esperanzas de que algunos cambios son posibles, aunque serán lentos.Completo este post en Madrid, rodeado ya de los lujos y comodidades a los que, reconozco, no me ha costado mucho (re)acostumbrarme. Aunque confieso que sigo manteniendo una cierta sensación de irrealidad, de no saber bien en qué mundo estoy. Supongo que la vorágine de la actividad diaria me pondrá rápidamente en mi sitio.
Me paro a pensar y me entretengo con un rápido recorrido mental por lo que he vivido: quizás no haya visto arder soles más allá de Orión… pero he visto mucho. Y he sentido tanto o más. Aún así, siento que me queda mucho por aprender y descubrir de este país. Así que sospecho que será ineludible volver alguna vez. Quizás sea entonces la ocasión de continuar con este blog. Pero, por ahora, salvo que al organizar la enorme colección de fotos que me he traído descubra que puede ser divertido compartir algunas de ellas con vosotros, lo doy por cerrado. ¡Qué divertido ha sido! Gracias por compartirlo conmigo.
Ahora, como corresponde a su virtualidad, este blog se irá deshaciendo en el ciberespacio, poco a poco, llevándose con él todos los sonidos, colores y olores; sonrisas y llantos; recuerdos y emociones; de los que aquí he disfrutado.
En Madrid, a 8 de junio de 2009.
Ahora, como corresponde a su virtualidad, este blog se irá deshaciendo en el ciberespacio, poco a poco, llevándose con él todos los sonidos, colores y olores; sonrisas y llantos; recuerdos y emociones; de los que aquí he disfrutado.
En Madrid, a 8 de junio de 2009.












































